Introducción a la historia de la iglesia AETH: Introduction to the History of the Church Spanish

Introducción a la historia de la iglesia es una obra formidable en la que de manera amena, entretenida y sin dejar de ser académica, el Dr. Justo González repasa los acontecimientos fundamentales que sucedieron en la historia de la iglesia y que le han dado cuerpo. Este libro es fundamental como introducción para entender el porqué la iglesia tiene la forma que tiene en la actualidad, y servirá de base para cualquiera que desee adentrarse en los detalles de tan extensa y a veces complicada historia. 


Written in Spanish by the renown Hispanic author Justo L. González, this easy-to-understand and entertaining, yet academic introduction to the history of the church reviews the major events that happened in the history of the church and how they shape today’s church.  This book is ideal for helping readers understand today’s church structure, and serves as guide for those interested in the extensive, and at times, complicated history of the church.

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Introducción a la historia de la iglesia AETH: Introduction to the History of the Church Spanish

Introducción a la historia de la iglesia es una obra formidable en la que de manera amena, entretenida y sin dejar de ser académica, el Dr. Justo González repasa los acontecimientos fundamentales que sucedieron en la historia de la iglesia y que le han dado cuerpo. Este libro es fundamental como introducción para entender el porqué la iglesia tiene la forma que tiene en la actualidad, y servirá de base para cualquiera que desee adentrarse en los detalles de tan extensa y a veces complicada historia. 


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Introducción a la historia de la iglesia AETH: Introduction to the History of the Church Spanish

by Justo L. Gonzalez
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Introducción a la historia de la iglesia es una obra formidable en la que de manera amena, entretenida y sin dejar de ser académica, el Dr. Justo González repasa los acontecimientos fundamentales que sucedieron en la historia de la iglesia y que le han dado cuerpo. Este libro es fundamental como introducción para entender el porqué la iglesia tiene la forma que tiene en la actualidad, y servirá de base para cualquiera que desee adentrarse en los detalles de tan extensa y a veces complicada historia. 


Written in Spanish by the renown Hispanic author Justo L. González, this easy-to-understand and entertaining, yet academic introduction to the history of the church reviews the major events that happened in the history of the church and how they shape today’s church.  This book is ideal for helping readers understand today’s church structure, and serves as guide for those interested in the extensive, and at times, complicated history of the church.


Product Details

ISBN-13: 9781426757525
Publisher: Abingdon Press
Publication date: 10/01/2011
Sold by: Barnes & Noble
Format: eBook
Pages: 168
File size: 972 KB
Language: Spanish

About the Author

Justo L. Gonzalez has taught at the Evangelical Seminary of Puerto Rico and Candler School of Theology, Emory University. He is the author of many books, including Church History: An Essential Guide and To All Nations From All Nations, both published by Abingdon Press.

Justo L. Gonzalez es un ampliamente leido y respetado historiador y teologo. Es el autor de numerosas obras que incluyen tres volumenes de su Historia del Pensamiento Cristiano, la coleccion de Tres Meses en la Escuela de... (Mateo... Juan... Patmos... Prision... Espiritu), Breve Historia de las Doctrinas Cristianas y El ministerio de la palabra escrita, todas publicadas por Abingdon Press.

Read an Excerpt

Introducción a la Historia de la Iglesia


By Justo L. González

Abingdon Press

Copyright © 2011 Abingdon Press
All rights reserved.
ISBN: 978-1-4267-5752-5



CHAPTER 1

La iglesia antigua o "era de los mártires" (Desde los inicios hasta el Edicto de Milán, con el cual terminan las persecuciones)


Como sucede con todo fenómeno histórico, para entender los orígenes del cristianismo hay que colocarlo en su contexto histórico. Ese contexto incluye no solamente el mundo judío que resulta obvio en el Nuevo Testamento, sino también las realidades políticas y culturales del mundo grecorromano por el cual el cristianismo se expandió.

En cuanto al judaísmo, hay que señalar que este había evolucionado bastante entre los tiempos del Antiguo Testamento y los de Jesús. En Palestina ya no se hablaba el hebreo, sino el arameo. En la misma Palestina, los judíos no concordaban entre sí respecto a una variedad de cuestiones, y así surgieron "sectas" o grupos tales como los celotas, los saduceos, los fariseos y los esenios.

A través de casi todo el Antiguo Testamento, vemos al pueblo de Israel subsistir y definirse en medio de dos grandes imperios: el Egipto hacia el sudoeste, y los diversos imperios mesopotámicos —Babilonia, Asiria, y luego Persia— hacia el este. En tiempos de Jesús la situación había cambiado: aunque los persas continuaban siendo poderosos, Egipto no era ahora sino parte del gran Imperio Romano, al cual Palestina también pertenecía.

Para los buenos judíos, el estar sujetos al Imperio Romano no era solamente un problema político, sino también religioso. ¿Qué había sucedido con la promesa hecha a David, de que su trono sería inconmovible? ¿Cómo permitir que en la Tierra Prometida se presentaran los romanos con sus ídolos? ¿Cómo evitar contaminarse en tal situación? En respuesta a esto, el partido de los celotas optaba por la rebelión armada —rebelión que por fin estalló poco después del advenimiento del cristianismo, y que resultó en la destrucción de Jerusalén en el año 70. Otros —particularmente los esenios— optaban por apartarse de las zonas pobladas y crear sus propias comunidades de santidad en regiones remotas. Los saduceos eran el partido de los aristócratas, dispuestos a colaborar con el Imperio siempre que este les permitiera retener sus privilegios. Eran también conservadores en materia de religión, centrando su culto en el Templo, y rechazando lo que decían ser innovaciones, tales como la esperanza de la resurrección. En medio de todo esto estaban los fariseos, probablemente el grupo más respetado por el pueblo, y ciertamente el más religioso. Estos sí esperaban en la resurrección de los muertos. En el entretanto, se mostraban dispuestos a obedecer los dictámenes del Imperio siempre que estos no les llevasen a abandonar su fe y su fidelidad. Si los saduceos, en su mayoría ricos y residentes en Jerusalén, centraban su fe en el Templo, los fariseos, muchos de los cuales vivían en las afueras y no podían asistir regularmente al Templo, centraban su fe en la Ley y en su cumplimiento. Eran ellos quienes se dedicaban a estudiar las Escrituras con mayor ahínco, buscando en ellas dirección para la vida diaria. Fueron también ellos quienes centraron su vida religiosa en las sinagogas, donde estudiaban y enseñaban las Escrituras. Puesto que en los Evangelios Jesús los critica frecuentemente, a veces pensamos que todos ellos eran hipócritas. Pero el hecho es que Jesús les critica, no tanto por ser hipócritas, como por pensar que con su religiosidad y su cumplimiento estricto de la Ley pueden justificarse a sí mismos.

Fuera de Palestina, los judíos se habían dispersado por todo el imperio persa, así como por toda la parte oriental del romano. Este fenómeno recibe el nombre de "Diáspora" o "Dispersión".

Desde tiempos del exilio en Babilonia, un número siempre creciente de judíos vivía fuera de Palestina. Además de la región misma de Babilonia, las principales concentraciones de la Diáspora estaban en Egipto y en Asia Menor. Pero había también buen número de judíos en Roma y en otras ciudades importantes. Entre estos judíos había muchos extremadamente fieles, que asistían a la sinagoga regularmente y soñaban siempre con regresar a Jerusalén.

Los judíos de la Diáspora, al entrar en contacto con otros pueblos y culturas, tenían que buscar modos de acomodarse a ellos, y al mismo tiempo de hacerles entender algo de la fe judía. Resultado de eso fueron, entre muchas otras cosas, la versión de la Biblia hebrea al griego conocida como Septuaginta, y la labor filosófica de Filón de Alejandría.

En medio de sociedades politeístas, frecuentemente los judíos que insistían en ser fieles a sus tradiciones se veían excluidos de muchas actividades económicas y sociales. Por otra parte, algunos judíos habían ido perdiendo el uso del hebreo con el paso de las generaciones. Puesto que ya no podían leer el hebreo de sus antepasados —aunque esa lengua seguía empleándose en la lectura ritual de los libros sagrados— fue necesario ir traduciendo las Escrituras a idiomas que sí entendieran. Uno de ellos era el siríaco, y la traducción resultante recibe el nombre de Pechita. El otro era el griego, y la traducción a esa lengua se conoce como la Septuaginta —traducción frecuentemente designada con el número romano LXX.

La LXX fue la Biblia que emplearon todos los autores del Nuevo Testamento, excepto el del Apocalipsis. Y resultó ser también un valioso instrumento en la expansión del cristianismo, pues las personas cultas en toda la cuenca oriental del Mediterráneo la podían leer.

Filón fue un filósofo que vivió en Alejandría aproximadamente en tiempos de Jesús. Estaba convencido de que lo que la Biblia hebrea decía era lo mismo que habían enseñado los grandes filósofos griegos —particularmente Platón— y que esto podía probarse mediante la interpretación alegórica de las Escrituras. De este modo logró que el judaísmo fuera más aceptable entre la intelectualidad alejandrina, e indirectamente les sirvió a muchos cristianos para reclamar que su fe no era cosa de ignorantes, sino que encontraba apoyo en las más respetadas tradiciones filosóficas.

Este judaísmo de la Diáspora fue una de los principales recursos que el cristianismo tuvo al expandirse por los territorios romanos y persas.

Quien lee el libro de Hechos nota de inmediato que, aunque Pablo es el apóstol a los gentiles, al llegar a cada ciudad comienza su labor dirigiéndose a la sinagoga. Allí habría judíos dispuestos a escuchar el mensaje de que las promesas de Dios a Israel se habían cumplido en Jesús, y que el Mesías había venido. Pero habría también algunos de los llamados "temerosos de Dios". Estos eran personas que creían en el Dios de Israel y en sus reglas morales, pero no estaban dispuestas a hacerse judías. En esa época el judaísmo era una religión proselitista, y quienes se convertían a él eran llamados "prosélitos". Pero los "temerosos de Dios", unas veces por no circuncidarse, otras por no sujetarse a las leyes dietéticas y ceremoniales, y otras por razones sociales o políticas, no estaban dispuestos a hacerse judíos.

Posiblemente algunas de tales personas verían en el cristianismo una manera de aceptar la fe de Israel, y de hacerse judío, sin sujetarse a la circuncisión ni a las leyes dietéticas y ceremoniales. Por ello, buena parte de la primera expansión del cristianismo entre gentiles consistió en la conversión de "temerosos de Dios" —personas como el eunuco etíope o Cornelio.

El mundo grecorromano fue el resultado de las conquistas, primero de Alejandro, y luego de Roma. Al nacer el cristianismo, había dos grandes imperios en la región: el persa y el romano. En ambos se sentía todavía el impacto de las conquistas de Alejandro, sobre todo en el uso del griego como lengua para las letras y para el comercio —aunque en los territorios persas el arameo estaba más extendido que el griego.

Debido a las nuevas circunstancias políticas, económicas y culturales, surgió una tendencia cosmopolita.

Las conquistas, primero de Alejandro y después de Roma, le dieron a la cuenca del Mediterráneo una unidad política que nunca antes había tenido. Aunque en cada región se conservaba todavía algo de las viejas lenguas y culturas, todo esto quedó supeditado bajo el gran denominador común del poderío romano y de las lenguas griega y latina. En términos generales, el latín vino a ser la lengua común en la porción occidental del Imperio Romano —que nunca había sido parte del imperio de Alejandro— y el griego en su porción oriental (véase el mapa en la p. 00); pero en todo el Imperio las personas cultas empleaban el griego, que hasta los romanos consideraban ser la lengua de la cultura y la civilización —al tiempo que usaban el latín para las leyes y el gobierno.

Esa unidad política facilitaba también los viajes y el comercio. Los romanos construían caminos y carreteras cuyo principal propósito era facilitar el movimiento de las tropas, pero que también contribuían al comercio y a la comunicación. Pocos años antes del advenimiento del cristianismo, el general romano Pompeyo había limpiado todo el Mediterráneo de los piratas que antes lo infestaron, de modo que ahora el principal obstáculo a los viajes marítimos era el mal tiempo, y no ya el peligro de los piratas.

Todo esto facilitó el intercambio de ideas y tradiciones y amplió el horizonte intelectual de la mayoría de los súbditos del Imperio. Unos siglos antes, un ateniense podía pasar toda la vida en su ciudad natal, sin toparse con quien no fuera ateniense, o al menos griego. Pero ahora los descendientes de aquel ateniense no vivían todos en Atenas, sino unos en Alejandría y otros en Roma o en alguna otra ciudad. Los que todavía vivían en Atenas tenían vecinos judíos, romanos, egipcios, etc. En consecuencia, mientras que para aquel antiguo ateniense el horizonte intelectual abarcaba poco más que la ciudad o polis de Atenas, para sus descendientes en los primeros siglos del cristianismo ese horizonte abarcaba todo el mundo o cosmos. Por ello se dice que se vivía en un contexto "cosmopolita", es decir, en un contexto en el que el cosmos había venido a ocupar el lugar de la antigua polis.

Ese cosmopolitanismo a su vez llevaba tanto al individualismo como al sincretismo religioso y al desarrollo de nuevas religiones que se fundamentaban en la decisión personal por parte de cada creyente, más bien que —como antes— en su identidad étnica o cultural.

Aunque el contexto cosmopolita amplía los horizontes, también deja al individuo perdido en la inmensidad del mundo. Aquel antiguo ateniense de tiempos clásicos sabía quién era, cuáles eran sus dioses, cuáles sus responsabilidades sociales, y cuál su lugar en el mundo. Pero sus descendientes en el siglo primero tenían que decidir todo esto por sí mismos. El que vivía ahora en Egipto tenía que decidir cuánto conservaría de sus viejas tradiciones griegas, hasta qué punto se adaptaría a las costumbres egipcias, y si aceptaría o no lo que le decía su vecino judío acerca de la existencia de un solo Dios. Lo mismo sucedía con los judíos que vivían en la Diáspora; y hasta con los que todavía vivían en Judea —aunque en este caso en menor grado.

Por otra parte, en tiempos del advenimiento del cristianismo las viejas culturas que habían quedado supeditadas por las conquistas de Alejandro y de Roma comenzaban a resurgir. Pero no ya en su vieja forma, sino en nuevas modalidades que en sí mismas llevaban el sello cosmopolita. Por ejemplo, el antiguo culto egipcio a Isis y Osiris gozaba de un nuevo despertar; pero no era ya la religión de la realeza egipcia —que ya no existía— sino de aquellos individuos de cualquier nacionalidad o clase social que cifraran en ese culto su esperanza de inmortalidad.

Surgió así toda una serie de religiones que deferían de las antiguas por cuanto ya no se pertenecía a ellas por nacimiento, sino por decisión personal y frecuentemente a través de un rito de iniciación. Tales era las religiones de misterio, así como el cristianismo mismo —que podría verse como una nueva versión del judaísmo, pero de un judaísmo al cual se pertenecía, no por nacimiento, sino mediante la conversión y el bautismo.

Al igual que las culturas y las tradiciones, esas religiones frecuentemente se mezclaban unas con otras. Puesto que casi todas eran politeístas, no tenían reparo en que quien perteneciera a una de ellas perteneciera también a otras, o tomara algunos dioses u otros elementos de ellas y los incorporara a su propia religión. Lo que es más, en algunos casos tal sincretismo era fomentado por los intereses del Imperio Romano, que buscaba consolidar su unidad mediante la unidad del sincretismo religioso. Así, el Neptuno romano vino a confundirse con el Poseidón de los griegos, y en Éfeso la antigua diosa adorada por los habitantes de la región primero se identificó con la diosa griega Artemisa y luego con la romana Diana. Por las mismas razones, el Imperio Romano fomentaba el culto a la diosa Roma, en cuyo honor se erigieron templos en todo el Imperio, y también el culto al emperador como señal de lealtad cívica. Como veremos, todo esto le causó graves dificultades a la iglesia, pues se encontraba a la raíz misma tanto de las persecuciones como de las herejías.

En ese mundo, la filosofía griega era altamente respetada —particularmente las de Platón y de los estoicos. Platón vivió en Atenas en el siglo IV a.C. Su interés era el conocimiento de las verdades eternas —es decir, de las que no cambian. Puesto que todo cuanto los sentidos perciben cambia, tales verdades no pueden conocerse mediante los sentidos. Y sin embargo, sí es posible conocerlas. En un diálogo que Platón puso en boca de su maestro Sócrates, este último va haciéndole preguntas a un esclavo inculto, y poco a poco va sacando de él todos los principios matemáticos. ¿Cómo puede tal esclavo saber tales cosas, si nadie se las ha enseñado, ni tampoco las ha aprendido mediante los sentidos? La respuesta de Platón es que tales conocimientos son recuerdos de una existencia anterior. Antes de nacer en el cuerpo, el alma estaba en un mundo superior, el "mundo de las ideas", y allí pudo contemplar directamente esas ideas o realidades eternas. Pero por alguna razón ha descendido ahora a este mundo físico donde todo pasa, pero donde todavía tiene algún recuerdo de aquello que antes conoció. En otro diálogo, Platón propone el "mito de la cueva", diciendo que la condición humana es como la de quien está en una cueva donde ve las sombras de lo que sucede fuera. Lo que se ve en la cueva no es sino un reflejo de la realidad, y tomarlo como si fuera la realidad misma es un error. De igual modo, cuanto los sentidos perciben acá no es sino reflejo de las ideas o realidades eternas, y no ha de tomarse como verdad. Tras la muerte, el alma regresa al mundo de las ideas —y es por esto que, en otro diálogo, Sócrates se enfrenta a la muerte con una calma ejemplar. Pronto algunos cristianos verían en lo que Platón había dicho sobre el mundo de las ideas una afirmación de la existencia del Reino de Dios; y en su afirmación de la inmortalidad del alma una fuente de apoyo para la doctrina cristiana de la existencia tras la muerte.

Además, había en Platón —y en otros filósofos antes que él— una fuerte tendencia hacia el monoteísmo, o al menos una crítica del politeísmo tradicional y de sus dioses. Según Platón, en el mundo de las ideas había una jerarquía que iba a culminar en la idea suprema del bien y de lo bello. Su discípulo Aristóteles hablaba de un "primer motor inmóvil" —es decir, de una fuente de todo lo que se mueve, pero que sin embargo es inmóvil e inmutable. Más adelante algunos cristianos reclamarían que su Dios no era sino la suprema idea del bien de Platón, y el primer motor inmóvil de Aristóteles.

Con el correr del tiempo, el platonismo fue evolucionando, de modo que subrayaba, ya no tanto la búsqueda de la verdad, sino la vida de acuerdo a esa verdad, y por tanto fue tomando tonalidades religiosas. En el siglo segundo, esa evolución llevó al "neoplatonismo", que a su vez influyó notablemente en personalidades cristianas tales como San Agustín, y por tanto en toda la teología cristiana a partir de entonces.

El estoicismo recibió ese nombre porque sus primeros maestros enseñaban en los pórticos de Atenas —la stoa. No se interesaba tanto en cuestiones especulativas como el platonismo, sino más bien en cómo vivir una vida "sabia". Sabia es la persona que sabe que hay cosas que no puede cambiar —cosas tales como el dolor y la muerte— y por tanto, en lugar de resentirlas o combatirlas, sencillamente las acepta. Sabia es la persona que sabe que hay una "ley natural" que todas las cosas han de seguir, y vive entonces de acuerdo a esa ley natural. Por todo esto, la culminación de la sabiduría está en la vida estrictamente racional, libre de toda pasión — la apatheia, de donde viene la palabra castellana "apatía". Tales doctrinas resultaron útiles para los cristianos, quienes podían decir entonces que la verdadera sabiduría está en ajustarse a la ley de Dios, y en vivir moderadamente dentro de esa ley.

Ya que se acusaba a los cristianos, entre otras cosas, de ignorantes pronto fue necesario que algunas mentes preclaras dentro de la iglesia se dedicaran a refutar las acusaciones y rumores que circulaban en cuanto a los cristianos —y que en parte parecían justificar las persecuciones. Estos son los llamados "apologistas griegos".

La imaginación popular pronto inventó toda una serie de rumores acerca de las prácticas cristianas, frecuentemente sobre la base de algo que se interpretaba mal. Así, por ejemplo, puesto que los cristianos decían reunirse para una "fiesta de amor", empezó a circular la idea de que sus cultos eran orgías sexuales. Puesto que hablaban de un niño, y de alimentarse de su carne, se decía que en sus ritos de iniciación el neófito mataba un niño, y que los presentes lo devoraban. Todo esto era relativamente fácil de refutar por el solo hecho de que sus vecinos veían que los cristianos llevaban vidas sobrias y seguían altos principios morales. Pero a pesar de ello frecuentemente sirvió para enardecer a las multitudes, llevándoles a pedir la muerte de los cristianos. Más seria —y más difícil de refutar— era la acusación de que los cristianos eran unos fanáticos ignorantes, quizá engañados por maestros que explotaban su credulidad.


(Continues...)

Excerpted from Introducción a la Historia de la Iglesia by Justo L. González. Copyright © 2011 Abingdon Press. Excerpted by permission of Abingdon Press.
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Table of Contents

Contents

Introducción,
1. La iglesia antigua o "era de los mártires",
2. La iglesia imperial o "era de los gigantes",
3. La baja Edad Media o "era de las tinieblas",
4. La alta Edad Media o "era de los altos ideales",
5. La baja Edad Media o "era de los sueños frustrados",
6. La Reforma o "era de los reformadores",
7. La gran expansión ibérica o "era de los conquistadores",
8. Ortodoxia, racionalismo y pietismo o "era de los dogmas y las dudas",
9. Hacia un cristianismo sin cristiandad,
10. Otras obras históricas por el mismo autor,

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