Antología

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by Jorge Mañach Robato
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Overview

Jorge Mañach (1898-1961) fue uno de los más importantes intelectuales cubanos de la primera mitad del siglo XX y sus ensayos culturales alcanzaron notoriedad continental. La presente Antología contiene tres de sus más conocidos ensayos

  • Indagación del choteo,
  • La crisis de la alta cultura en Cuba
  • y Barú,Clavelito y compañía.

Elegimos estos ensayos para nuestra Antología de Jorge Mañach porque se ocupan de aspectos esenciales de lo que el mismo consideraría el buen estado de un país. En el orden en que los hemos dispuestos habla de cultura, de su capacidad y de la capacidad de la ciudadanía para racionalizar sus dilemas más impostergables.


Product Details

ISBN-13: 9788498970135
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Pensamiento , #67
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 98
File size: 366 KB
Language: Spanish

About the Author

Jorge Mañach y Robato (Sagua la Grande, 1898-San Juan de Puerto Rico, 25 de junio de 1961). Cuba.

Escritor, periodista, ensayista y filósofo, autor de una biografía de José Martí y de numerosos ensayos filosóficos.

Se graduó de Filosofia y Letras por la Universidad de Harvard (1920) en la que trabajó, amplió sus estudios en París (Universidad de Droit, 1922) y regresó a La Habana en 1924, terminando allí sus doctorados en Derecho Civil y en Filosofía y Letras.

Colaboró con la revolución de 1933 y en la resistencia contra Batista. Vivió en Cuba en 1959, y en 1960 se fue a vivir a Puerto Rico, inconforme con los postulados de la Revolución de Fidel Castro.

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Antología


By Jorge Manách Robato

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-013-5



CHAPTER 1

INDAGACIÓN DEL CHOTEO

La reivindicación de lo menudo

Tal vez haya sido motivo de extrañeza para algunos de ustedes el tema de esta conferencia. No parece un tema serio.

Esto de la seriedad, sin embargo, precisamente va a ocupar hoy un poco nuestra atención. El concepto de lo serio es en sí sobremanera difuso. Muchas cosas tenidas por serias se revelan, a un examen exigente, inmerecedoras de ese prestigio; son las cosas Pacheco. Y, al contrario, las hay que, tras un aspecto baladí e irrisorio, esconden esencial importancia, como esos hombres que andan por el mundo con alma de ánfora en cuerpo de cántaro.

A las ideas las acaece otro tanto. Ciertas épocas han exhibido una marcada tendencia a revestir de gravedad ideas más o menos fatuas. Por ejemplo, el siglo pasado, que por su exaltación romántica y su devoción casi supersticiosa a «los principios» infló numerosos conceptos, atribuyéndoles un contenido real y una trascendencia que los años posteriores se han encargado de negar. Esas ideas-globos gozaban hasta ahora de un envidiable prestigio de excelsitud. El realismo moderno les ha dado un pinchazo irónico, privándolas de lo que en criollo llamaríamos su «vivío». Esta misma época nuestra, arisca a toda gravedad, insiste en reivindicar la importancia de las cosas tenidas por deleznables, y se afana en descubrir el significado de lo insignificante. Los temas se han renovado con esta preeminencia concedida por nuestro tiempo al estado llano de las ideas. Nos urgen los más autorizados consejeros a que abandonemos las curiosidades olímpicas y observemos las cosas pequeñas y familiares, las humildes cosas que están en torno nuestro.

Hay un interés vital en esto. Lo menudo e inmediato es lo que constituye nuestra circunstancia, nuestra vecindad, aquello con que ha de rozarse nuestra existencia. Mas por lo mismo que lo tenemos tan cerca y tan cotidianamente, se le da por conocido y se le desconoce más. No somos bastante forasteros en nuestro propio medio, dice Christopher Morley; no lo miramos con la debida curiosidad. Tenemos que aplicarnos, pues, a la indagación de esa muchedumbre de pequeñeces que «empiedran la vida».

Cuando se trata de hechos psicológicos y de relación, como lo es el choteo, el escudriñamiento puede tener alcances sociológicos insospechados. Ya Jorge Simmel subrayó la conveniencia de llevar a la sociología el procedimiento microscópico, aplicando «a la coexistencia social el principio de las acciones infinitamente pequeñas que ha resultado tan eficaz en las ciencias de la sucesión». En vez de estudiar la sociedad por abstracciones voluminosas, la exploraremos en sus menudas concreciones, en sus pequeños módulos vitales.

El choteo — cosa familiar, menuda y festiva — es una forma de relación que consideramos típicamente cubana y ya ésa sería una razón suficiente para que investigásemos su naturaleza con vistas a nuestra psicología social. Aunque su importancia es algo que se nos ha venido encareciendo mucho, por lo común en términos jeremíacos, desde que Cuba alcanzó uso de razón, nunca se decidió ningún examinador nuestro, que yo sepa, a indagar con algún detenimiento la naturaleza, las causas y las consecuencias de ese fenómeno psicosocial tan lamentado. En parte por aquella afición de época a los grandes temas, en parte también porque ha sido siempre hábito nuestro despachar los problemas con meras alusiones; los pocos libros cubanos que tratan de nuestra psicología se han contentado, cuando más, con rozar el tema del choteo. Esquivando casi siempre esta denominación vernácula, se ha tendido a desconocer la peculiaridad del fenómeno y a identificarlo con cualidades más genéricas del carácter criollo, como la «ligereza», la «alegría» y tales. También aquí nuestro confusionismo ha hecho de las suyas.

Esa misma falta de exploraciones previas extrema la dificultad de una primera indagación, ardua en sí misma por lo tenue que es el concepto corriente del choteo y por la variedad de actitudes y de situaciones a que parece referirse. ¿Qué método nos permitiría penetrar con alguna certidumbre en una vivencia psíquica y social tan evasiva, tan multiforme y tan poco concreta?

Se trata, por supuesto, de discernir el sentido de la palabra «choteo». Pero he ahí un problema de semántica en que la etimología — tan valioso auxiliar de esa ciencia de los significados — no nos ayuda. Han especulado bastante sobre el origen del vocablo. Andaluces hay que quisieran conectarlo con la voz choto, que es el nombre que se le da en España — y en aquella región particularmente — al cabritillo. «Chotar» — del latín suctare — significa en Andalucía mamar y por extensión conducirse con la falta de dignidad que exhiben los cabritillos en lactancia. El choteo sería pues, portarse como un cabrito. Claro que no es imposible esta derivación. Tampoco lo es que el vocablo «choteo» pertenezca al acervo muy considerable de voces afras que han tomado carta de naturaleza en nuestra jerga criolla. Pero ni el ilustre Fernando Ortiz, autoridad en la provincia afrocubana de nuestra sociología, se muestra muy seguro acerca del étimo africano, aventurando tan solo posibles vinculaciones con el lucumí soh o chot (que comporta la idea de hablar) y con el pongüe chota, que denota la acción de espiar. Evidentemente, esta última conexión sí se prestaría para explicar el empleo que también se hace en Cuba del vocablo en el sentido de acusación o delación; pero no arroja luz alguna sobre la acepción de choteo como actitud jocosa. En todo caso, la etimología solo puede servir de punto de partida para una indagación de significados cuando es indudable, cuando ofrece una raíz segura en que afincar el brío de las deducciones.

Fallido el método etimológico, no parece quedarnos otro medio de abordaje que el de asirnos al concepto corriente de la palabra choteo: ver qué definición se da generalmente de ella, estudiar en abstracto las implicaciones lógicas de esa definición y cotejar éstas después con observaciones objetivas. Conjugando así un método empírico con un método lógico, esquivaremos a un tiempo mismo los peligros de las abstracciones excesivas y de las experiencias incompletas.


Una definición inicial

Si le pedimos, pues, al cubano medio, al cubano «de la calle», que nos diga lo que entiende por choteo, nos dará una versión simplista, pero que se acerca bastante a ser una definición porque implica lógicamente todo lo que de hecho hallamos contenido en las manifestaciones más típicas del fenómeno. El choteo — nos dirá — consiste en «no tomar nada en serio». Podemos apurar todavía un poco más la averiguación, y nos aclarará — con una frase que no suele expresarse ante señoras, pero que yo os pido venia para mencionar lo menos posible — nos aclarará que el choteo consiste en «tirarlo todo a relajo».

Como véis, estas dos versiones que nos da el informador medio coinciden, por lo pronto, en asignarle al choteo una índole absolutista y, por así decir, sistemática. Llamamos opositor sistemático al político que hace de la oposición un hábito, sin que se le dé mucho que los objetos de su oposición sean realmente condenables. Así también, el choteador, que todo lo echa a broma, que a nada le concede, al parecer, importancia, es una suerte de profesional de esa actitud, y ya veremos que tampoco a él le importa mucho que los objetos o situaciones de que se mofa sean en verdad risibles. El choteo es, pues, una actitud erigida en hábito, y esta habitualidad es su característica más importante.

Antes de precisar en qué consiste la actitud, fijemos más cuidadosamente sus límites. Cuando se dice que el choteo no toma «nada» en serio, o que «todo» lo «tira a relajo» es evidente que estos adverbios, «todo» y «nada», se emplean hiperbólicamente; es decir, que no son ciertos al pie de la letra, aunque sí lo sean en un sentido general. Lo que de un modo enfático quiere sugerirse es que el choteo no toma en serio nada de lo que generalmente se tiene por serio. Y todavía es necesario reducir esa categoría de hechos, porque el hombre más jocoso no puede menos que tomar en serio ciertas cosas cuya seriedad no es materia opinable — un dolor de muelas, por ejemplo —. Durante un ciclón pude ver cómo unos vecinos hacían jácara de los estragos hasta que un rafagazo les voló el techo de su propia casa. No de otra suerte el choteo mantiene sistemáticamente su actitud hacia todas las cosas tenidas por serias mientras no llegan a afectarle de un modo tal que haga psicológicamente imposible el «chotearlas».

Ahora bien: ¿en qué consiste abstractamente esta acción de chotear? Vamos a ver que las dos definiciones citadas apuntan al mismo hecho externo — un hábito de irrespetuosidad — motivado por un mismo hecho psicológico: una repugnancia a toda autoridad.

Tomar en serio equivale, en efecto, a conducirse respetuosamente hacia algo. Porque respeto, como es sabido, no quiere decir necesariamente acatamiento. La misma etimología latina (re-spicere: volver a mirar) está denunciando el sentido exacto de la palabra, que es el de consideración detenida, el de miramiento. Se puede respetar una opinión que estimamos equivocada. Hablamos de los «respetos humanos» que, según la religión, son muchas veces contrarios a los intereses del espíritu. Hablamos también de respetar al niño. Un respeto, por consiguiente, no es más que una atención esmerada, y una falta de respeto es, hasta coloquialmente, una falta de atención. No tomamos las cosas en serio cuando no les prestamos una atención sostenida o suficientemente perspicaz. Así, el hombre rápidamente impresionable, el hombre extravertido o de curiosidad errabunda es, generalmente, un hombre irrespetuoso, un gran candidato al choteo.

Claro que al fondo de todo respeto existe siempre una idea de autoridad, actual o potencial, que es lo que invita la atención. Si respetamos al gobernante, es porque sabemos que puede ejercer, en última instancia, un dominio físico sobre nosotros. El respeto al hombre de saber o al hombre íntegro se funda en un aprecio de su preeminencia, de su autoridad intelectual o moral. Los respetos sociales son un homenaje a la autoridad del número y de la opinión ajena. El respeto al niño, al débil, es un tributo a la humanidad, y, como la religión, esconde un vago sentimiento de dependencia. De suerte que una falta crónica de respeto puede originarse también en una ausencia del sentido de la autoridad, ya sea porque el individuo afirma desmedidamente su valor y su albedrío personales o porque reacciona a un medio social en que la jerarquía se ha perdido o falseado. «Tirar a relajo» las cosas serias no será, pues, más que desconocer — en la actitud exterior al menos — el elemento de autoridad que hay o que pueda haber en ellas: crear en torno suyo un ambiente de libertinaje.


La estimativa interior

Estas primeras conclusiones nos permiten insinuar ya una solución al problema que se plantea en cuanto a la actitud psíquica del choteador. Es evidente que no tomar nada en serio no quiere decir necesariamente que se desconozca o niegue, en el fuero interior, la existencia de cosas serias, sino que, de reconocerlas, se adopta también hacia ellas una actitud irrespetuosa. Lo que importa entonces averiguar es qué grado de estimación interior hay en el choteo: si éste admite para su capote que hay cosas serias y no las reverencia, o si más bien su habitualidad se debe a que no encuentra nada serio en el mundo. En el primer caso, sería el choteo un mero vicio de comportamiento; en el segundo, un vicio de óptica mental o de sensibilidad moral.

Si consultamos la experiencia, escudriñando en los diversos casos individuales de choteo que ella nos depara, advertimos que existen en nuestro medio individuos incapaces, no ya de comportarse respetuosamente en situación alguna, sino hasta de admitir que haya en nada motivos o merecimientos de respeto. Dotados casi invariablemente de una educación elementalísima, cualquiera que sea su decoro externo, desconocen todas las dignidades y proezas del espíritu; empedernidos de sensibilidad, no perciben tampoco ni lo sublime ni lo venerando en el orden físico o humano. Son los negadores profesionales, los descreídos a ultranza, los egoístas máximos, inaccesibles a otra emoción seria que no sean las de rango animal. Tienen, como decía Gracián, «siniestro el ingenio», y cuando les habláis de patria, de hogar, probidad o de cultura, urgen una cuchufleta y os dicen, a lo sumo que todo eso es «romanticismo». El lenguaje y la actitud habituales en esta laya de hombres son los del choteo.

Pero al lado de ellos, confundiéndose con ellos, encontramos otros individuos no menos prestos a la facecía sobre los motivos más serios y hasta en las situaciones más exigentes de circunspección. Basta sin embargo, explorarlos con una dialéctica insinuante, que capte su atención y simpatía, para descubrir en seguida que tras su frivolidad y su escepticismo esconden un alma sensitiva y crédula de niños. También su lenguaje y su actitud habituales son los del choteo; pero excepcionalmente exhiben una sensibilidad adormecida y una mohosa aptitud para formar juicios afirmativos de valor.

¿Cuál de estos dos tipos de choteadores representa el verdadero choteo?

Estamos ante un fenómeno demasiado fluido y variable para acomodarse estrictamente a cualquiera de esas rígidas disyuntivas. Siéndonos el choteo conocido solo como una actitud externa, no podemos pronunciarnos con certidumbre en cuanto a su contenido. Lo que más cierto parece es que hay un choteo ligero, sano, casi puramente exterior, que obedece principalmente a vicios o faltas de atención derivadas de la misma psicología criolla, y otro choteo, más incisivo y escéptico, perversión acaso del anterior y originado en una verdadera quiebra del sentido de autoridad que antes analizábamos.

Dejemos, por el momento, el decidir cuál de estos dos grados de choteo es el más generalizado y genuino y tratemos ya de perfilar la morfología social común a ambos tipos de choteo, sus modos peculiares de producirse.


El choteo en la jerarquía de la burla

De todo lo expuesto, parece deducirse claramente que ambos tipos de choteo, el escéptico y el meramente jocoso, se traducen en una forma de burla que podrá ser más o menos explícita, más o menos referida a una situación exterior o a un juicio de valor.

Ahora bien: la burla es un hecho esencialmente humano. Se ha tenido siempre la mera risa por una de las facultades privativas del hombre. No faltó, hace ya mucho tiempo, quien dijera que el hombre es el único animal que ríe; y solidarizándose, al parecer, con ese postulado, un gran filósofo moderno, Bergson, le ha descubierto implicaciones biológicas y sociales importantísimas a esa facultad «humana». La risa sería algo así como un «gesto social» de protesta contra la mecanización de la vida: un acto de previsión de la especie.

Los que hemos observado un poco a los animales más expresivos — el perro o el mono, por ejemplo — podemos abrigar ciertas dudas acerca de ese supuesto monopolio humano de la risa, al menos en cuanto a su pretensión más intrínseca. Si acaso, lo privativo del hombre es el tipo de mueca con que exterioriza un estado de euforia, de júbilo o de anticipación, ya placentera, de él. Lo que sí es una peculiar aptitud humana es la de la burla. El loro y el mono, entre otros, parecen capaces de mofa; pero con toda probabilidad se trata de un simple mimetismo desprovisto de genuina intención.

Esté o no acompañada de risa, la burla propiamente dicha es una actividad humana y social, cuyo fin instintivo es el de afirmar la propia individualidad contra otra que se considera superior o igualmente poderosa. Toda burla supone, pues, una autoridad, o por lo menos, una competencia. Por eso no tiene razón de ser, y nos repugna instintivamente la burla que se haga de un niño, de un enfermo, de un anciano. Son débiles; no hay por qué atacarlos. La burla es un subterfugio ante el fuerte; no en balde burlar es, en algún sentido, sinónimo de esquivar. El instinto humano tiende a conservarnos nuestra independencia, nuestra libertad de adaptación, y recela de toda autoridad, incluso la del prestigio, que, como ya observó Simmel, nos encadena tal vez más que otra alguna.


(Continues...)

Excerpted from Antología by Jorge Manách Robato. Copyright © 2015 Red ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
NOTA DEL AUTOR, 9,
INDAGACIÓN DEL CHOTEO, 11,
La reivindicación de lo menudo, 11,
Una definición inicial, 13,
La estimativa interior, 15,
El choteo en la jerarquía de la burla, 16,
El choteo y el orden, 19,
El choteo y el prestigio, 21,
Choteo, «guataquería», rebeldía, 23,
Choteo, humor, ingenio, gracia, 24,
Ligereza e independencia, 27,
El choteo y la improvisación, 32,
Efectos del choteo, 34,
Transitoriedad del choteo, 40,
Alegría y audacia, 41,
LA CRISIS DE LA ALTA CULTURA EN CUBA, 43,
Al lector, 43,
I, 43,
II, 44,
III, 48,
IV, 54,
V, 62,
APÉNDICE, 71,
Glosas, 71,
I, 71,
II, 73,
BARÚ, CLAVELITO Y COMPAÑÍA, 77,
LIBROS A LA CARTA, 85,

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