Aventuras del bachiller Trapaza

Aventuras del bachiller Trapaza

by Alonso Castillo Solórzano
Aventuras del bachiller Trapaza

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by Alonso Castillo Solórzano

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Las Aventuras del Bachiller Trapaza (1637), narra las andanzas de Hernando o Fernando, estudiante en Alcalá, pícaro en Andalucía, estafador itinerante y galeote al final, traicionado por su amada Estefanía.

Product Details

ISBN-13: 9788498971286
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Narrativa , #61
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 202
File size: 1 MB
Language: Spanish

About the Author

Alonso de Castillo Solórzano (Tordesillas, Valladolid, 1584-Zaragoza, 1648?). España. Su padre estuvo al servicio del duque de Alba. Escribió novelas cortesanas y picarescas, versos satíricos y jocosos, y obras teatrales influidas por Lope de Vega. Como poeta su principal obra es Donaires del Parnaso (1624-1625). Castillo Solórzano fue un autor barroco que introdujo en sus novelas picarescas un escenario urbano y un protagonista femenino, sin la intención satírica propia de este género. Sus relatos están marcados por las novellas italianas.

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Aventuras del Bachiller Trapaza


By Alonso Del Castillo Solórzano

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-128-6



CHAPTER 1

CUÉNTASE EL ORIGEN DEL BACHILLER TRAPAZA Y QUIÉN FUERON SUS PADRES


Tiene la ilustre y antigua ciudad de Segovia entre los lugares de su dilatada jurisdición, al de Zamarramala, que dista media legua della; lugar muy conocido por las buenas natas que en él se hacen, conque adquiere por este regalo fama en las dos Castillas. Ésta fue patria del ridículo asunto deste libro, del héroe jocoso desta breve historia y del más solemne embustero que han conocido los hombres.

Para comenzar por su origen, a fuer de legal coronista y fiel escritor (porque no es razón que se callen los padres de tan memorable sujeto), tuvo este principio.

A la fama de lo bien que se labran los paños en Segovia (de cuyo trato hay ríquísimos mercaderes), acuden oficiales (necesarios para esto) de todas partes, entre los cuales vino de Tierra de Campos un pelaire, cuyo nombre era Pedro de la Trampa, mozo brioso, alentado, y que sabía tan bien jugar diestramente la espada y daga los días de fiesta como las dos cardas los de trabajo. En pocos días, dando muestras de su aliento y de su buen humor (que le tenía extremado), ganó las voluntades de muchos de su oficio, que se congregaban en la casa de un rico mercader. Era el gallo entre todos, el que componía las pendencias, el que como a oráculo era obedecido, de manera que así por esto como por lo bien cuidadosamente que asistía a trabajar, que era lo más importante, el mercader le estimaba y hacía de él más confianza que de todos, de modo que le hizo su capataz.

Entre las labradoras que acuden a Segovia de sus aldeas circunvecinas a vender lo que en ellas cultivan o crían para el regalo de los de la ciudad y provecho suyo, acudía los más de los días a casa del mercader Olalla una labradora de Zamarramala con frescas natas que traía a vender. Era la moza rolliza de carnes, alta de cuerpo, buena cara, y, sobre todo, mujer muy jovial y de más despejo que de aldea. Pasaba a la casa deste mercader, por donde los oficiales trabajaban en sus paños, y quien más solemnizaba su brío, su donaire y las partes de la moza, era nuestro Pedro de la Trampa, diciendo della muchas alabanzas, victoreándola con grandes voces, a cuya imitación todos sus compañeros hacían lo mismo.

No hay mujer, por humilde que sea, que, si ha nacido con razonable cara, no tenga por ella alguna vanidad que la dé presunción; ésta se fue aumentando en Olalla, aplaudida de los oficiales de la carda y celebrada en particular del capataz de todos ellos. No quiso pecar en desagradecida por no granjear nombre de ingrata.

Y así, viendo que Pedro era el polo por quien aquella máquina cardadora se gobernaba, era quien movía sus aplausos, quien comenzaba sus hipérboles, cobróle un poco de afición que le manifestó en traerle a escondidas de sus padres los días que venía a Segovia, tal vez natas y tal sabrosos requesones, que a hurtadillas de sus compañeros le daba; conque al mozo levantó los pensamientos para tratar de servirla con no pocas muestras de amor.

Era el padre de Olalla un labrador ya anciano; tenía su poca de hacienda en Zamarramala, y su ganado de que hacía las natas; no tenía más que otra hija menor que Olalla, que acudía con otra moza de servicio al beneficio de la leche, y Olalla era quien la vendía en Segovia. Llamábase este labrador Pascual Tramoya, antiguo linaje de aquel lugar, seguro de calumnias en lo limpio, por donde admiro que a las cosas de poca firmeza y menos seguridad se les den nombre de tramoyas, porque si de aquí se tomó la denominación, vino muy violenta.

Con la afición que Pedro de la Trampa y Olalla Tramoya se cobraron, yendo cada día en aumento, se vieron algunas veces tan a solas, que a Olalla le estuvo mal ser tan fácil con quien era el mismo atrevimiento, de suerte que volvió a casa de su padre con menos entereza que salió; sucesos que pasan cada día por quien estima poco el recato.

A las excusas que Olalla daba de su tardanza, siendo mal creídas de su padre, le respondía: «Hija, trapaza me parece ésta; trapaza es». Que éste era un usado bordoncillo en el viejo, a cada cosa que le parecía no llevar color de verdad, las faltas que hacía a la administración de los quesos, Olalla aumentó en las que bastaron a declarar un preñado de cuatro meses, que por ser visto de su padre, trató de averiguar el autor de aquella obra quién era. Encerró a su hija, apretóla en que le confesase quién la había quitado su honor por darle sucesor a la casa de los Tramoyas; y ella, temiendo su rigor, confesó el agresor de aquel delito con no poco empacho; que si así le tuviera al ruego de Pedro, no hubiera uniones de las Trampas y Tramoyas. Díjole el origen desta afición, dónde se había comenzado; y como el labrador fuese amigo del mercader, partióse luego a la ciudad y diole cuenta de la desgracia de su hija, pidiéndole que, en la mejor forma que viese, se tratase della con fin de casamiento, que él venía muy confiado en que, teniéndole a él de su parte, acabaría con que Pedro no rehusase el casarse con su hija, pues tan bien le estaba.

Llamó el mercader al mozo, encerróse con él a solas en su aposento, díjole cómo había sabido aquella afición y el efecto que había tenido, la queja del padre de Olalla, cómo venía en que se casase con su hija, y que de no lo hacer, estaba determinado de llevarlo por justicia.

No se turbó Pedro a lo que le dijo su amo; antes, con gentil despejo, negó no deberle nada a Olalla, a quien afirmaba no conocer en más particularidad que cuando venía a vender sus natas, que otro de sus compañeros habría hecho el daño que a él le atribuían.

De nuevo le rogó el mercader no rehusase cosa que le estaba tan bien como el casamiento de Olalla, afeándole el que negase una cosa que era tan pública entre sus compañeros como festejarla y ser regalado della, que él le ofrecía de su parte no faltarle jamás mientras viviese, y, además desto, ayudarle para su casamiento en todo cuanto pudiese por la afición grande que le había cobrado. Ninguna destas ofertas movieron en el pecho de Pedro para desdecirse de lo que había dicho.

El padre, que estaba oyendo todo esto en otro aposento más adentro de aquél, visto que Pedro negaba lo que tan sabido era, salió adonde estaban los dos, diciéndole al mercader:

— Señor, trapaza, trapaza es ésta; este hombre es el autor de la trapaza; la moza la confiesa; vuesa merced vea el modo que se debe tener para no trapacearme el honor.

Era el mercader buen cristiano y amigo antiguo dél Pascual Tramoya: veía que Olalla no eligiera a Pedro por autor de su preñado si hubiera otro delinquido en su fábrica. Dejó cerrado el pelaire en aquel aposento, y él y Pascual dieron cuenta al teniente de corte, y Pedro fue puesto en la cárcel «por enamoradito, que no por ladrón».

En muchos engendra aborrecimiento una mujer gozada, de esto tenemos muchos ejemplos, así en las historias divinas como en las humanas. Aborreció Pedro en tanta manera a quien antes aplaudía y celebraba que propuso de morir antes que ser su marido.

Fuese haciendo información destas aficiones y en pocos días se halló más que se buscaba, porque hubo testigos que los vieron juntos muchas veces hablarse a solas y aún más, que por la honestidad de la leyenda se calla. Con esto fue condenado nuestro Pedro de la Trampa a que no le valiese la que intentaba hacer con Olalla; y así le mandaron que se casase con ella y que, de no lo hacer, la dotase en una buena cantidad, que se le señaló; y en caso que todo faltase, fuese al charco de los atunes a servir a Su Majestad, al remo y sin sueldo por tiempo de seis años.

Mala cara le hizo a la notificación desta sentencia; dijo que la oía y que respondería a lo que se le mandaba. Ya él se temía desto que tocaba con las manos, y como mozo travieso había concertádose con otros presos de romper una noche la cárcel; teniendo instrumentos con qué hacerlo, parecióle que la ocasión le obligaba a acelerar lo concertado; y así, una noche, habiendo limado una reja alta, con no poco trabajo la dejaron arrimada, porque de día no se viese que estaba quitada. Llegó la noche y, teniendo cuerdas entre él y otros seis cómplices en desear la libertad (que el que menos sentencia tenía era Pedro, porque los más la tenían de muerte), trataron de descolgarse en el silencio de la noche.

No faltó quien desto diese aviso al alcaide de la cárcel, el cual quiso cogerlos en el hecho; y así previno gente para que los recibiese en la parte que se descolgasen. El primero que por fuerza le cupo salir fue a Pedro. Era mozo algo rollizo de carnes y pesado; y aunque ágilmente se descolgó, la cuerda no era tan fuerte como requería el peso que sustentaba; a la mitad del trecho se rompió, conque nuestro hombre dio en el suelo una mala caída, rompiéndose las dos piernas y un brazo; y fue tan grande el dolor que sintió, que comenzó a dar grandísimas voces quejándose. Acudió el alcaide y demás gente, así por la parte de afuera como dentro de la cárcel; por allá recibieron los delincuentes, por la calle vieron a Pedro con el destrozo de su cuerpo que se ha dicho. Pidió luego confesión; lleváronle a casa de un cirujano que caía cerca de allí, donde fue curado; confesáronle y, sabiendo el confesor por lo que estaba preso, le persuadió que cumpliese con la obligación que le debía a Olalla, porque Dios le diese salud.

Estaba tan fatigado, que antes de amanecer le dieron todos los sacramentos; y, venido el día, siendo avisado Pascual y su hija, vinieron a la ciudad, donde se desposaron delante del párroco y testigos. Esta boda tuvo el fin en mortuorio, porque a medio día murió Pedro, que como fue ofensor de quien tenía nombre de Tramoya, salióle tan mal la de su libertad que quebró como las demás tramoyas a costa suya.

Quedó Olalla viuda antes de velada y con la costa de hacer a su marido el entierro, que ella dio por bien empleado a trueque de quedar bien su honra. Fue el consuelo de su viudez un hijo que le nació a los nueve meses, y el hechizo de su anciano abuelo. Pusiéronle por nombre Hernando, que hijo de padres, uno Trampa en apellido y otro Tramoya, hubo contemplación que debía llamarse Trapaza, como cosa muy propincua a ser efecto de los dos apellidos; así le llamaron con este supuesto nombre mientras vivió.

Criábase Hernando como hijo de viuda y nieto único de abuelo, que con esto está dicho que no se criaba bien, pues el amor que a los tales se tiene es causa de que salgan con esta crianza voluntariosa y de condición. Con todo eso, el anciano a los cuatro años quiso que el nieto aprendiese las primeras letras; y así, para que fuese con comodidad de él, se mudó de Zamarramala a Segovia, donde en su arrabal tomó casa, dejando el cuidado del ganado a otra hija y a su yerno, que ya la había casado por no verse en otra como la de Olalla.

Desde niño comenzó Hernando a dar muestras de lo que había de ser cuando mayor, porque tal travesura de muchacho no se vio jamás: ninguno estaba seguro de él, porque a unos descalabraba, a otros hurtaba las meriendas, a otros tomaba las cartillas o libros en que leían, sin haber alguno de todos ellos que no tuviese queja de él y fuese a darla al maestro, el cual le castigaba severamente, pero no aprovechaba.

Aprendió brevemente a leer y escribir, porque con todas estas travesuras, el rato que ocupaba en las letras le aprovechaba más que a los otros por tener vivo ingenio. Con las travesuras que hacía se le confirmó a Hernando el nombre de Trapaza, que por donaire le habían puesto, y quedósele de tal manera que por otro ninguno era conocido sino por éste.

Viendo el abuelo de nuestro Hernando a su nieto con buen ingenio, le pareció que aprendiese la gramática en el estudio de la Compañía, la que con buena educación de aquellos padres (que en esto y en todo lo tocante a buena enseñanza se la ganan a todos), se prometía la enmienda del muchacho. No le costaron pocos azotes el ser travieso y el inquietar a sus compañeros a hacer burlas a otros, que fue severamente castigado de sus maestros. Inclinóse un poco al juego, cosa que aborrecen sumamente los padres de la Compañía en los discípulos que enseñan, porque es un vicio de que resultan otros muchos como se ha visto con experiencias, pues por jugar un tahúr, ¿qué no emprenderá para buscar dinero?

Hernando se dio a este vicio en el tiempo que acababa la gramática, y dolíanse los padres dél, porque había salido gallardo estudiante y grandísimo poeta, si bien los más versos latinos que hacía eran a imitación de los de Marcial, que con no le haber oído en su aula, porque no le leen, se había dado mucho a ello, saliendo gran marcialista solo por hacer versos satíricos.

También los comenzó a hacer en romance con un buen natural, de manera que con él descubría que había de ser buen poeta si lo usaba; pero más cursaba en el libro de Juan Bolay que en los que le habían de hacer hombre.

Por demasiado de pernicioso e inquieto le echaron los padres de su estudio, aconsejando a su abuelo que tratase de tener mucha cuenta con él, que si usaba el ejercicio de los naipes se malograría un buen ingenio. Supo el abuelo cómo estaba suficiente para oír ciencia, y quiso que oyese cánones en Salamanca, atreviéndose al gasto que hiciese en aquella insigne Universidad, porque el viejo estaba rico del ganado que tenía y podía su bolsa sufrir este gasto. Díjole a su nieto el intento que tenía con estas razones:

— Hernando, ya tenéis quince años y más, en los cuales hubiérades dado buena cuenta deste tiempo, saliendo buen gramático si el vicio del juego no os distrayese. Atribúyolo a la poca experiencia que tenéis con tan poca edad. Yo deseo que continuéis los estudios, porque sería malograr un buen ingenio como el vuestro dejándole en este estado; y así será bien que, pues estáis suficiente para aprender ciencia, la vayáis a oír a Salamanca, adonde es mi voluntad que estéis con más porte que el que un humilde labrador puede sustentar. Esto quiero que me agradezcáis con solo tratar de mudar de vida en cuanto al juego, porque las travesuras, ellas se os quitarán, conociendo en la parte en que habéis de asistir hijos de muchas madres; que si no procediéredes como debéis, hallaréis quien os sepa hacer lo que os ha de estar mal. El juego ha sido siempre destruición de la juventud y polilla de las haciendas. Vemos que por él muchas muy caudalosas han perecido juntamente con la opinión de sus poseedores, dando en mayores vicios. Quien conociere esto no hará bien en seguir lo que le ha de estar tan mal. Mi poca hacienda podrá sustentaros limitadamente en Salamanca, pero no con el divertimiento del juego, que a tanto no se estiende. Conociendo esto será bien que os ajustéis a tratar no más que de estudiar y valer por vuestro ingenio, que de más humildes principios que el vuestro hemos visto levantadas casas por las letras. Supuesto esto, será razón que en mis postreros años me deis buena vejez. Esta senda, si en los dos polos que he dicho se gobierna vuestro proceder, que es en estudiar con cuidado y en no jugar. Esto os baste para advertencia; que pues tenéis buen entendimiento, ya echaréis de ver que mis amonestaciones se enderezan a vuestras medras.

Oyó atentamente Hernando la plática de su anciano abuelo; prometióle de seguir sus provechosos documentos, enmendándose en el juego y aprovechándose en los estudios, conque se dispuso su partida para Salamanca antes que se llegase el tiempo de comenzar el curso, por prevenir posada y lo necesario.

CHAPTER 2

DE CÓMO HERNANDO FUE A SALAMANCA A ESTUDIAR; LA DICHA QUE TUVO EN EL CAMINO Y CON EL PORTE QUE SE TRATÓ, Y EN UN EMPLEO AMOROSO, CON LO DEMÁS QUE SUCEDIÓ


Víspera de la Asunción de Nuestra Señora partió Hernando de la Trampa de Segovia, mudando el apellido de su padre por malsonante y olvidando el de la madre por lo mismo. Y así tomando el de Quiñones, sin licencia de la casa de los condes de Luna, se vistió deste apellido, y en una buena mula caminó a Salamanca. Diole el abuelo el dinero bastante para el medio curso, informado de personas que habían estado en aquella Universidad lo que costaba estar en ella con cama y posada, desde San Lucas hasta diez y ocho de abril. La madre no quiso dejar de dar su donativo a su hijo, y así, de lo que tenía ahuchado le dio cincuenta escudos y consejos de madre, que valen mucho y cuestan poco. Si nuestro licenciado los siguiera, juntamente con la instrucción del abuelo, mucho le valieran para sus estudios; pero al mismo paso que se iba alejando de su patria, se le alejó la memoria desto, y la juventud y mala inclinación del juego hicieron su oficio. Dos jornadas había andado, y en el fin de la tercera le cogió la noche en Villoria, lugar del conde de Ayala.


(Continues...)

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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
[PRELIMINARES], 9,
PRÓLOGO, 13,
CAPÍTULO I. CUÉNTASE EL ORIGEN DEL BACHILLER TRAPAZA Y QUIÉN FUERON SUS PADRES, 15,
CAPÍTULO II. DE CÓMO HERNANDO FUE A SALAMANCA A ESTUDIAR; LA DICHA QUE TUVO EN EL CAMINO Y CON EL PORTE QUE SE TRATÓ, Y EN UN EMPLEO AMOROSO, CON LO DEMÁS QUE SUCEDIÓ, 21,
CAPÍTULO III. DE LA AVENTURA QUE LE SUCEDIÓ A TRAPAZA CON UN CABALLERO DE SU TIERRA, POR DONDE FUE CONOCIDO, 33,
CAPÍTULO IV. DE CÓMO TRAPAZA FUE BURLADO, CON PÉRDIDA DE SU DINERO, Y CÓMO ESTO LE OBLIGÓ A SALIR EN PÚBLICO, DESNUDO DEL DON, Y PASAR DE GORRÓN EN SALAMANCA, CON OTRAS COSAS, 37,
CAPÍTULO V. DE LA CAUSA QUE LE OBLIGÓ A DEJAR A SALAMANCA, 45,
CAPÍTULO VI. EN QUE SE CUENTA LA JORNADA DE TRAPAZA A LA ANDALUCÍA Y CUÉNTASE EN EL CARRO UNA NOVELA, Y CÓMO POR UN ESTRAÑO ACCIDENTE FUE PRESO, 49,
CAPÍTULO VII. DE LO QUE SUCEDIÓ A ESTEFANÍA Y VARGUILLAS LUEGO QUE SE HUYERON DE LA JUSTICIA, Y LA TRAZA QUE DIO TRAPAZA PARA VENGARSE DEL HERMANO DEL DIFUNTO Y SALIR DE PRISIÓN, 67,
CAPÍTULO VIII. DE LO QUE SUCEDIÓ A LOS TRES FUGITIVOS Y CÓMO TRAPAZA PERDIÓ A ESTEFANÍA AL ENTRAR A CÓRDOBA, CON OTRAS COSAS, 73,
CAPÍTULO IX. DE CÓMO TRAPAZA SE ACOMODÓ EN UN CARRO HASTA SEVILLA, CÓMO UN ESTUDIANTE LES ENTRETUVO CON UNA NOVELA Y LA MALA OBRA QUE A TRAPAZA Y A OTRO CAMINANTE LES HIZO EL CARRETERO, Y CÓMO SE VENGARON, 78,
CAPÍTULO X. DE CÓMO ANTES DE LLEGAR A SEVILLA TRAPAZA Y PERNIA, SU COMPAÑERO, REMEDIARON SU NECESIDAD CON CIERTA TRAZA, Y CÓMO SE ACOMODARON DESPUÉS CON LO QUE SUCEDIÓ, 103,
CAPÍTULO XI. DE CÓMO TRAPAZA HIZO ASIENTO CON UN CABALLERO EN SEVILLA Y LO QUE LE SUCEDIÓ, 107,
CAPÍTULO XII. DE CÓMO DON TOMÉ Y TRAPAZA SE FUERON A LA QUINTA DE DON ENRIQUE Y LO QUE EN ELLA LES SUCEDIÓ; DE SU NUEVO ACOMODO, Y CÓMO DEJÓ A SEVILLA, 116,
CAPÍTULO XIII. DE CÓMO LE ROBARON A TRAPAZA EN JAÉN Y DE CÓMO LA POBREZA LE OBLIGÓ A SERVIR A UN MÉDICO, CON LO DEMÁS QUE LE AVINO, 135,
CAPÍTULO XIV. DE UNA AVENTURA QUE LE SUCEDIÓ A TRAPAZA ANTES DE IRSE DE JAÉN, CONQUE SE VIO EN BUENA DICHA, DE QUE RESULTÓ UNA NUEVA PRETENSIÓN QUE SIGUIÓ, 141,
CAPÍTULO XV. DE CÓMO DESCUBIERTO EL ENREDO DE TRAPAZA, SE LE DESVANECIÓ SU MAQUINADO EMPLEO, Y EL CASTIGO QUE LLEVÓ POR ÉL, Y CÓMO SE PARTIÓ A MADRID, 158,
CAPÍTULO XVI. DE CÓMO SE ENTABLÓ EN LA CORTE TRAPAZA Y DE LO QUE EN ELLA LE SUCEDIÓ, 179,
LIBROS A LA CARTA, 201,

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