¿Cómo matar a 11 millones de personas?: Por qué la verdad importa más de lo que crees

¿Cómo matar a 11 millones de personas?: Por qué la verdad importa más de lo que crees

by Andy Andrews
¿Cómo matar a 11 millones de personas?: Por qué la verdad importa más de lo que crees

¿Cómo matar a 11 millones de personas?: Por qué la verdad importa más de lo que crees

by Andy Andrews

eBook

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Overview

Muy similar al personaje de uno de sus libros más populares, Andy Andrews es, ante todo, un Observador. A veces, todo lo que necesitas es un poco de perspectiva y Andy ha estado dando tal perspectiva a algunas de las empresas y organizaciones más influyentes del mundo, durante los últimos 20 años. Su capacidad para transformar a la gente mediante su propia comprensión y sus deseos, lo ha hecho ganarse el cariño de millones de personas.

Si la verdad es lo que nos hace libres, ¿qué significa vivir en una sociedad sin libertad? ¿Cómo logran la verdad y las mentiras del pasado dar forma a nuestro destino actual? A través del lente del Holocausto, uno de los autores más leídos, Andy Andrews, examina la urgente necesidad de la verdad en nuestras relaciones, nuestras comunidades y nuestro gobierno.

En este compacto libro imparcial, Andrews insta a los lectores a ser “estudiantes cuidadosos” del pasado, buscar un recuento real y certero de hechos y decisiones que den claridad a las disyuntivas que enfrentamos hoy. Considerando cómo el régimen alemán nazi pudo llevar a cabo más de 11 millones de muertes institucionales entre 1933 y 1945, Andrews aboga por una población informada que exija honestidad e integridad en sus líderes y entre las mismas personas.


Product Details

ISBN-13: 9781602557390
Publisher: HarperEnfoque
Publication date: 05/14/2012
Sold by: HarperCollins Publishing
Format: eBook
Pages: 96
File size: 1 MB
Language: Spanish

About the Author

Aclamado por un reportero del New York Times como «alguien que se ha convertido discretamente en una de las personas más influyentes en América», Andy Andrews es un novelista best seller, conferencista y consultor de las empresas y organizaciones más importantes del mundo. Ha hablado a petición de cuatro presidentes de Estados Unidos y recientemente se dirigió a los miembros del Congreso y sus cónyuges. Andy es autor de tres best sellers del New York Times. Él y su esposa, Polly, tienen dos hijos.

 

Read an Excerpt

¿CÓMO MATAR A 11 MILLONES DE PERSONAS?

POR QUÉ LA VERDAD ES MÁS IMPORTANTE DE LO QUE CREES
By Andy Andrews

Grupo Nelson

Copyright © 2012 Grupo Nelson
All right reserved.

ISBN: 978-1-60255-739-0


Chapter One

«Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».

Estas son, probablemente, las palabras más famosas que se han dicho jamás acerca de la verdad. Muchos aceptamos esta frase en particular por su valor aparente. Ciertamente encuentra eco en nuestro espíritu. Nos hace sentir bien. Pero, en realidad, ¿qué quiere decir? ¿Y alguna vez has considerado el significado que sale a la luz al darle la vuelta a este principio?

Si es correcto que «conocerás la verdad, y la verdad te hará libre», ¿entonces es posible que si no conoces la verdad, su ausencia te haga esclavo?

Cuando era niño, pronto aprendí que si alguien descubría la verdad me metería en problemas, o no me elegirían, o ya no me querrían tanto. Incluso mis padres me animaban a decir la verdad y me llegaban a prometer que no me pegarían ... si decía la verdad.

En la Escuela Elemental Heard les conté a mis compañeros de cuarto que Elvis Presley era mi primo. Supongo que entonces fue mi modo de buscar popularidad. Pero Elvis no era mi primo. Lo que había declarado públicamente en la cafetería no era verdad, y durante un tiempo, aunque no pareciera posible, me hice aún menos popular.

Fue una buena lección que me ayudó a tomar la decisión de que, en el futuro, contaría la verdad.

Una vez, cuando tenía quince años, un hombre de nuestro vecindario me dijo que me daría cincuenta dólares si le realizaba una tarea en particular en su patio. Cuando terminé, me dio veinte y me dijo que aquella era la cantidad que habíamos acordado. Fue la primera vez que alguien me miró directamente a los ojos y me dijo a propósito algo que no era verdad. Me di cuenta muchos años después cuando fue multado y avergonzado públicamente por otro asunto —que no tenía nada que ver conmigo— en el que no había dicho la verdad.

Durante mis años formativos y nada más convertirme en adulto, la verdad se convirtió en una piedra de toque, una meta, algo por lo que esforzarse. Siempre tenía la verdad en mi punto de mira, normalmente respetada pero a veces comprometida.

Cierta vez vi en televisión cómo el presidente de Estados Unidos renunciaba a su puesto después de haber caído en desgracia. En aquel momento no se me ocurrió pensar que la nación estaba tan alborotada —y el presidente estaba metido en tan grandísimo problema— no a causa de lo que se había hecho, sino porque él había mentido acerca de ello.

Cuando me hice adulto, me convertí en un estudioso de la historia. Por alguna razón, me siento fascinado por lo que la gente dijo y lo que las naciones hicieron hace muchos años. También me interesan los resultados: las consecuencias que afrontaron aquellas civilizaciones al reaccionar a lo que la gente dijo y lo que las naciones hicieron muchos años atrás.

A menudo me pregunto si esas consecuencias tienen alguna relevancia para nosotros hoy. ¿Deberíamos ser unos estudiosos más prudentes de los sucesos y las decisiones que han dado forma a las vidas y las naciones de aquellos que nos precedieron?

Hace mucho tiempo decidí que si la historia iba a tener alguna importancia en mi vida, no sucumbiría a la tentación de acomodarme en mis creencias o deseos personales. En otras palabras, no estaría dispuesto a clasificar a la gente y a las naciones como «buenos chicos» o «malos chicos» para que se acomodasen a mis creencias políticas o religiosas. La verdad de lo que descubriese tendría que triunfar sobre todo lo que se me hubiera enseñado o hecho creer alguna vez. En silencio, solamente podía esperar que aquello que se me hubiera enseñado o hecho creer fuera verdad.

En algún momento de mi investigación sobre la Alta Edad Media, descubrí una extraña paradoja que tenemos en nuestra cabeza acerca del tiempo transcurrido. Mucha gente no distingue la historia del pasado. En pocas palabras, el pasado es lo auténtico y verdadero, mientras que la historia es simplemente algo que alguien registró.

Si no crees que exista diferencia entre ambos, prueba a vivir un suceso en persona y a leerlo en el periódico al día siguiente, después de que hayan entrevistado a los testigos. Para muchos puede ser chocante darnos cuenta de que lo que nosotros conocemos como «historia» en realidad puede ser pura invención, creada en la imaginación de alguien con un interés personal. O, quizá, y esto es lo que evidentemente pasó en la Edad Media, la historia la cuenta el hombre que tiene el mayor interés de todos en contarla.

Con respecto a la conquista del mundo que yo leí, ahora soy consciente de que para estar seguro de tener la información precisa sería de vital importancia que contrastase registros e historias con las transcripciones y los relatos de los testigos directos cuando fuera posible.

Los registros que rodean la vida de Juana de Arco —sus triunfos, su captura, su juicio (que duró catorce meses), su ejecución, su nuevo juicio de invalidación veinte años después de su muerte y su consiguiente canonización- me fascinaron en particular. Hubo cientos de testigos presenciales que testificaron durante un periodo de casi treinta años acerca de lo que vieron o no vieron personalmente.

¿Conocemos hoy la verdad acerca de la vida y la muerte de Juana de Arco? Uno podría esperar que sí. Ella es la patrona de los soldados, los mártires, los prisioneros y de todo el país de Francia.

La historia mundial, para aquellos que continúan estudiándola, se vuelve más precisa durante los siglos diecisiete y dieciocho, especialmente durante la Revolución estadounidense. Los registros de fuerzas opositoras con creencias discrepantes se conservan en relativa buena forma y todavía pueden examinarse por aquellos que deseen hacerlo.

La gente de nuestro mundo presente tiene cierta conciencia general de la cronología histórica y de unos pocos sucesos decisivos que conformaron nuestras vidas. De vez en cuando leemos historia o la vemos en las películas. Pero en términos de saber por qué hacemos lo que hacemos, cómo nos gobernamos, qué permite nuestra sociedad y por qué, muy pocos de nosotros conectamos a propósito la verdad del pasado con la realidad de adónde hemos llegado hoy.

Entonces, ¿sigue siendo importante la verdad del pasado? ¿Qué hay acerca de la verdad en sí misma? Más allá del escurridizo ideal moral con el que muchos nos criamos -ser honestos y hacer el bien-, ¿la verdad importa algo, realmente?

Para contestar a esta pregunta eficazmente, te haré otra ...

¿Cómo matar a once millones de personas?

Obviamente, muchos nunca hemos pensado en algo así. Pero cuando yo comencé a investigar con atención nuestra reciente historia mundial —los últimos cien años— esa pregunta en particular se empezó a abrir paso en mi mente de forma inquietante.

¿Cómo matar a once millones de personas?

Once millones. El número es tan grande que cuando se le añade de personas se convierte en algo casi imposible de ser tomado con seriedad.

«¿Por qué once millones?», te podrías preguntar. «¿Qué importancia tiene ese número?».

Es verdad, el número en sí no tiene especial importancia. Y el número real es 11,283,000: el número de personas asesinadas por Adolf Hitler entre los años 1933 y 1945 de las que se tiene constancia. A propósito, esta cifra en particular solo representa las matanzas institucionales. No incluye a los 5,200,000 civiles y militares alemanes muertos en la guerra. Tampoco incluye a los 28,736,000 europeos asesinados durante la Segunda Guerra Mundial como consecuencia de las agresivas políticas gubernamentales de Hitler.

Con estos parámetros, podríamos haber utilizado el número de camboyanos condenados a muerte por su propio gobierno: algo más de tres millones entre 1975 y 1979. Tres millones ... de un total de población de ocho millones.

Podríamos haber utilizado la cifra exacta de 61,911,000. Ese es el número de personas asesinadas por el gobierno de la Unión Soviética, según sus propios registros, entre 1917 y 1987. Pero solamente 54,767,000 de los hombres, mujeres y niños condenados a muerte por el Partido Comunista eran oficialmente ciudadanos soviéticos. Eso hace 14,322 vidas humanas por cada palabra de este libro.

Durante la Primera Guerra Mundial, los máximos dirigentes del gobierno de los Jóvenes turcos decidieron exterminar a todos los armenios de Turquía, ya fuera un soldado luchando en primera línea por su país o una mujer embarazada. Aquel gobierno asesinó institucionalmente a sus investigadores famosos, sus líderes religiosos, sus propios hijos y a los ardientes patriotas de su propia nación. A los dos millones de ellos. También podríamos haber utilizado ese número.

De hecho, de los últimos cien años de nuestro mundo tenemos varias cifras entre las que elegir. Tres millones en Corea del Norte. Más de un millón tanto en México, Pakistán, como en los países bálticos. Las opciones disponibles, así como los números de muertos a manos de sus propios gobiernos, son apabullantes. Y en otros sitios del mundo acaban de empezar.

Pero, para nuestro propósito, centrémonos en el número más conocido de todos nosotros: los once millones de seres humanos exterminados por el régimen nazi.

Hemos aprendido muchas lecciones de ese trágico periodo de la historia, pero una gran parte de ella permanece oculta incluso a los investigadores más brillantes. Es la respuesta a una simple pregunta.

¿Cómo matar a once millones de personas?

Solamente una clara comprensión de la respuesta a esta cuestión y la conciencia de un pueblo implicado puede prevenir que la historia se siga repitiendo como lo ha hecho hasta ahora una y otra vez.

Para ser absolutamente claros, el método que un gobierno emplea para el asesinato en sí no es la cuestión. Ya conocemos la gran variedad de herramientas que se utilizan para conseguir un asesinato en masa.

Tampoco necesitamos considerar el proceso mental de los que están suficientemente desquiciados como para llevar adelante una matanza de inocentes. La historia nos ha provisto de amplia documentación del daño que psicópatas o sociópatas megalómanos han hecho a las sociedades.

Lo que necesitamos comprender es cómo once millones de personas se dejan matar.

Obviamente, es simplificar demasiado, pero considéralo conmigo un momento ... Si un único terrorista comienza a disparar su automática en un cine donde hay trescientas personas, ese pistolero solitario probablemente no podría matar a los trescientos. ¿Por qué? Porque cuando comenzara el tiroteo, gran parte de la multitud echaría a correr. O se escondería. O lucharía ...

Entonces, ¿por qué, mes tras mes, año tras año, millones de seres humanos inteligentes —vigilados por un puñado relativamente pequeño de soldados nazis— cargaban voluntariamente a sus familias en decenas de miles de camiones de ganado que les transportaban por tren a uno de los muchos campos de exterminio esparcidos por Europa? ¿Cómo se puede obligar a actuar dócilmente a un grupo de gente condenada a la que se dirige a una cámara de gas?

La respuesta es sobrecogedoramente simple. Y es un método que todavía utilizan algunos líderes electos para conseguir sus objetivos hoy en día.

¿Cómo matar a once millones de personas? Miénteles.

De acuerdo a los testimonios obtenidos bajo juramento por los testigos de los juicios de Núremberg (incluyendo declaraciones específicas realizadas en el tribunal el 3 de enero de 1946 por antiguos oficiales de las SS), el acto de transportar a los judíos a los campos de exterminio planteó un particular desafío para el hombre que había sido nombrado director operacional del genocidio nazi. A Adolf Eichmann, conocido como «el maestro», se le instó por escrito en diciembre de 1941 a implementar la Solución Final.

Eichmann lo abordó como si hubiera sido el presidente de una multinacional. Estableció objetivos ambiciosos, reclutó a un equipo de trabajo entusiasta y supervisó los progresos. Comprobó lo que funcionaba y lo que no y cambió el programa de acuerdo con ello. Eichmann midió los logros por medio de cuotas cumplidas. Los éxitos eran recompensados. Los fracasos, castigados.

Se diseñó una intrincada red de mentiras, listas para ser comunicadas por etapas, para asegurarse la cooperación de los judíos condenados (que no sabían que lo estaban). Primero, cuando se levantaron las alambradas de espinos rodeando vecindarios enteros, Eichmann y sus representantes se reunieron con los líderes judíos para asegurarles que las restricciones físicas que tenían lugar en su comunidad (lo que más tarde pasaría a conocerse como guetos) solamente eran necesidades temporales por la guerra. Siempre y cuando cooperasen, les dijo, nadie sufriría daños dentro de la valla.

Segundo, se aceptaron sobornos de los judíos con la promesa de mejorar las condiciones de vida. Los sobornos convencieron a los judíos de que la situación era ciertamente temporal y que no les sobrevendría ningún daño. Después de todo, razonaban ellos, ¿por qué aceptarían sobornos los nazis si solo pretendieran matarnos y llevárselo todo? Estas dos primeras etapas del engaño se establecieron para prevenir los levantamientos o incluso las escapadas.

Finalmente, Eichmann aparecería después de una reunión del gueto al completo. Acompañado de un séquito de no más de treinta hombres locales y oficiales a su cargo -muchos de ellos desarmados-, se dirigió a la multitud con voz fuerte y clara. De acuerdo a las declaraciones juradas, con mucha probabilidad estas fueron sus palabras exactas:

Judíos: Finalmente, puedo comunicarles que los rusos están avanzando por el frente oriental. Me disculpo por el modo precipitado en que se les ha puesto bajo nuestra protección. Por desgracia, había poco tiempo para explicaciones. No tienen nada de lo que preocuparse. Solamente queremos lo mejor para ustedes. Dentro de poco se irán de aquí y serán enviados a lugares mucho mejores. Trabajarán allí, sus mujeres estarán en sus casas y sus hijos irán a la escuela. Tendrán vidas maravillosas. Estaremos todos terriblemente hacinados en los trenes, pero el viaje es corto. ¿Hombres? Por favor, reúnan a sus familias y suban a los vagones de forma ordenada. Con rapidez ahora, amigos míos, ¡debemos darnos prisa!

Los esposos y padres judíos se sintieron aliviados por la explicación y confortados por el hecho de que no había más soldados armados. Ayudaron a sus familiares a subir a los vagones. Los contáiners, diseñados para transportar ocho vacas, se llenaron de un mínimo de cien seres humanos y rápidamente fueron cerrados con candados.

En ese momento estaban perdidos. Los trenes rara vez paraban hasta que ya estaban bien dentro de las puertas de Auschwitz.

O Belzec.

O Sobibor.

O Treblinka ...

En 1967 el ministro alemán redactó una lista que nombra más de 1,100 campos y subcampos de concentración accesibles por tren. La Jewish Virtual Library dice: «Se estima que los nazis fundaron 15,000 campos en los países ocupados&".

Y así es como matas a once millones de personas.

Mintiéndoles.

Pero, espera, dirás. ¡Esto no pasó de la noche a la mañana! ¿Cómo se les llegó a ir de las manos? ¿Cómo llegaron a ese punto?

El Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores, liderado por Adolf Hitler, llegó al poder en una época de incertidumbre económica en una nación de personas que anhelaban tiempos mejores. Alemania era un país moderno, industrializado, cuyos ciudadanos bien informados disfrutaban de un fácil acceso a la información por medio de la prensa y la radio.

Hitler era uno de tantos —no hacía mucho tiempo, había sido teniente de la armada— y daba discursos emocionantes y apasionados. Prometió más, y mejor, y nuevo, y diferente. Aseguró un cambio rápido y una pronta puesta en acción.

Según los registros, lo que Hitler decía en realidad en sus discursos dependía mucho de la audiencia. En zonas agrícolas se comprometió a recortar los impuestos para los granjeros y nuevas leyes para proteger el precio de los alimentos. En vecindarios de la clase trabajadora, habló de la redistribución de la riqueza y atacó los enormes beneficios generados por los propietarios empresariales. Cuando aparecía ante financieros o magnates de la industria, Hitler centraba sus planes en destruir el comunismo y reducir el poder de los sindicatos.

«Qué suerte para los líderes —dijo Hitler a su círculo cercano— que los hombres no piensen. Haz que la mentira sea grande, simplifícala, continúa afirmándola y finalmente la creerán».

(Continues...)



Excerpted from ¿CÓMO MATAR A 11 MILLONES DE PERSONAS? by Andy Andrews Copyright © 2012 by Grupo Nelson. Excerpted by permission of Grupo Nelson. All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
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