Creo en el cielo: Historias reales de la Biblia, la historia y hoy

Creo en el cielo: Historias reales de la Biblia, la historia y hoy

by Cecil Murphey
Creo en el cielo: Historias reales de la Biblia, la historia y hoy

Creo en el cielo: Historias reales de la Biblia, la historia y hoy

by Cecil Murphey

Paperback

$13.99 
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Overview

Historias verdaderas de los que han experimentado el lugar más maravilloso que nadie jamás podría imaginar.

En estos tiempos difíciles, cuando la vida en la tierra es difícil para muchas personas, hay un anhelo por el cielo, no como un escape de nuestra "tribulación momentánea" (2 Corintios 4:17), sino como una promesa de que es un Hogar eterno esperando a aquellos que ponen su confianza en Dios.

En Creo en el cielo, Cecil Murphey y Twila Belk han reunido y nos cuentan algunas de las historias más dramáticas de la historia acerca del cielo y de las personas que han tenido la experiencia de este glorioso lugar.

Se incluyen historias de la Biblia, las historias de nuestro pasado y de hoy en día, muchas de ellas presentadas por primera vez.

True stories of those who have experienced the most wondrous place anyone could ever imagine.

In these challenging times, when life on earth is difficult for many people, there is a longing for heaven, not as an escape from our “momentary troubles” (2 Corinthians 4:17), but as a promise that there is an eternal home waiting for those who put their trust in God.

Cecil Murphey and Twila Belk have assembled and re-told some of history’s most dramatic stories about heaven and the people who have had a taste of this glorious place. Included are stories from the Bible, stories from history and present- day accounts, many presented for the very first time.


Product Details

ISBN-13: 9780718011413
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 09/02/2014
Pages: 304
Product dimensions: 5.90(w) x 8.80(h) x 0.90(d)
Language: Spanish

About the Author

Cecil Murphey es el autor o coautor de más de 100 libros, entre ellos Making Sense When Life Doesn't. Ha escrito cuatro libros con Don Piper, comenzando con 90 minutos en el cielo. Gifted Hands, escrito por el Dr. Ben Carson, ha seguido siendo un éxito de ventas desde que se publicó en 1990 y se encuentra ahora en su 73 a impresión.

Read an Excerpt

Creo En El Cielo

Historias reales de la Biblia, la historia y la actualidad


By CECIL MURPHEY, Twila Belk

Grupo Nelson

Copyright © 2014 Grupo Nelson
All rights reserved.
ISBN: 978-0-7180-1141-3



CHAPTER 1

Historias y testimonios del Cielo


«No está en nuestra lista de invitados»

(Marie C. Senter)

—¿Leucemia? —Mi prometido miró a su doctor—. Me caso en seis semanas y la leucemia no está en la lista de invitados.

Tomé la mano de Elliott y nos miramos fijamente con incredulidad. No habíamos previsto este regalo de boda.

El doctor miró de nuevo las hojas del informe médico como si otra ojeada fuera a cambiar la información.

Finalmente Elliott dijo:

—Está bien, díganos cuál es su opinión, sinceramente.

—Se lo diré como se lo diría a mi propio padre —dijo el doctor levantando la vista con un evidente alivio ante la oportunidad de ser franco y honesto—. Tiene un número elevado de glóbulos blancos, y las células parecen enfermas. Tiene por delante una dura lucha.

Elliott asintió.

—¿Eso es todo?

—Ahora mismo quiero extraer más sangre y preparar una biopsia para ver qué son esas manchas en sus pulmones.

—Vamos a luchar contra esta leucemia —dijo Elliott—, y será para vencerla. Confío en que usted, doctor, me dirá cómo va esta lucha. No tengo miedo. Creo en el Dios que he predicado durante cincuenta y dos años. Sea como sea, no perderemos esta batalla.

La mirada del doctor mostraba admiración y el destello de algunas lágrimas.

—Empecemos esa batalla ahora mismo.

Elliott dejó la consulta para ir a sacarse sangre. El doctor me indicó que me sentase. Tan pronto como Elliott se fue, el doctor dijo:

—Usted es enfermera. Ya sabe lo que viene. No pierda su tiempo casándose. Le doy seis semanas (tres meses máximo) de vida.

—Elliott es la respuesta de Dios a mis oraciones —le dije—. Nos casaremos, y atesoraré cada momento que se me otorgue como su esposa. Lucharemos.

Una semana más tarde, Elliott murió en la mesa de cirugía durante el procedimiento de la biopsia, pero le reanimaron. Las transfusiones marchaban a toda máquina y los monitores pitaban vigorosamente cuando le trasladaron a la unidad de cuidados intensivos (UCI). Se me permitió estar a su lado mientras se veía si vivía ... o moría de nuevo.

Cuando Elliott abrió los ojos yo estaba allí para ver el reflejo de una belleza y una paz increíbles. Sonriendo entre lágrimas, le dije que estaba en la UCI y le pedí que no luchara contra el tubo que tenía en la garganta o la máquina que le introducía aire en los pulmones.

Sonrió cuando le aseguré que podría contarme por qué se encontraba tan radiante y lleno de paz, pero que ahora necesitaba descansar.

Por lo visto, alguien le dijo a Elliott que la UCI estaba dos pisos bajo el nivel de la calle. Dos días más tarde él le dijo al doctor que no estaba bien que un hombre vivo estuviera veinte metros bajo tierra sin monitores y máquinas para respirar. Horas después Elliott descansaba en una habitación normal de hospital a cuatro pisos de altura. Entonces fue cuando me contó su historia.

Elliott se describió flotando sobre la mesa de operaciones mientras veía el nerviosismo de enfermeras y médicos batallando con alguien en problemas. Entonces se dio cuenta de que él era quien estaba siendo resucitado. Una luz brillante llenó la habitación, y en ella un ser radiante desvió su atención. La paz y el gozo llenaron su corazón.

El que muy pronto iba a ser mi marido, a quien nunca le habían fallado las palabras, solo pudo sonreír y resplandecer durante varios minutos antes de contarme el resto.

—Él dijo que todavía no era mi hora.

Elliott habló con desilusión, aunque con alegría, sabiendo que aún tenía tiempo para concluir más cosas aquí en la tierra. Pero también había recibido la promesa de que regresaría un día a ese lugar increíble.

Una semana después de que Elliott fuera dado de alta en el hospital, nos casamos en una pequeña iglesia. Dios proveyó la fuerza para cada día, aunque la leucemia se convirtió en un miembro de nuestro matrimonio.

Los tres meses que su doctor predijo se convirtieron en meses productivos con algunas pausas de vez en cuando para una transfusión o una dosis de quimio. Elliott se ofreció como voluntario para ser uno de los conejillos de indias para una medicación en pruebas contra la leucemia. La respuesta fue tan espectacular que esa medicación se convirtió más tarde en la primera opción para pacientes de leucemia adultos.

Peleamos una buena batalla durante casi dos años hasta que Elliott fue al hospital con una tos persistente y un poco de fiebre. Al final de mi turno de enfermera, me acerqué a su cama.

Casi inmediatamente, el doctor entró con un historial y una extraña mirada en su rostro.

—Bueno, Elliott, me hiciste prometer que te lo diría. Tu cuerpo dice que ya has tenido suficiente. ¿Quieres ir a casa o a una residencia?

Mi querido marido me miró con expresión de súplica y me preguntó:

—¿Puedo ir a casa?

En medio de las lágrimas, yo reí y asentí.

En casa, su sillón reclinable se convirtió en un trono. Los amigos venían a hacerle visitas cortas de gran bendición. Casi siempre estábamos juntos cómodamente y con tranquilidad.

Un día Elliott se quedó mirando una esquina de la salita. Poco a poco su cara comenzó a brillar. Eso pasó unas cuantas veces.

Solo una vez le pregunté:

—¿Ángeles? ¿Amigos que te esperan?

Sin apartar la mirada, él asintió, señaló y dijo el nombre de su madre.

Yo estaba sentada a su lado, sujetando su mano cuando susurró:

—Gracias, corazón mío.

Suspiró y se fue.

Elliott había luchado una buena batalla.


Momentos inestimables

(Stan Cottrell)

Durante sesenta y siete años, mi tatarabuelo, conocido predicador del evangelio de los viejos tiempos, fue legendario en los rincones perdidos de Kentucky. Según contaba mi madre, durante sus reuniones de iglesia de cada noche que duraban tres semanas, lo que ellos llamaban avivamientos, la gente de varios kilómetros a la redonda afirmaba escuchar sus gritos y canciones.

A lo largo de los años, Dios honró todas las oraciones y gritos, y hoy se asienta una emisora de radio cristiana en donde estuvo la iglesia de mi tatarabuelo. Por todo el mundo la gente escucha diariamente sus emisiones. Cuando visito Kentucky y me acompañan visitantes en el coche, les hablo de mi tatarabuelo y conecto la emisora.

Siempre parecen responder lo mismo. Dicen: «Hay algo diferente en esta emisora. Te engancha de una forma especial».

Creo que conozco en parte el porqué. Cuando el abuelo estaba a punto de morir, le rodeó una multitud de familiares y viejos amigos. Se reunieron para dar un adiós terrenal a un hombre al que amaban. Hasta sus últimos momentos, el abuelo tuvo la mente despierta y estaba alerta, lúcido y con buen ánimo. Habló con cada una de sus visitas individualmente y les expresó su amor. Les urgió para que siguieran a Jesús.

Estaba tendido en la cama apenas sin poder respirar y todos estaban seguros de que estaba dejando este mundo. Entonces, de repente, el abuelo se sentó y miró los pies de la cama.

—Solo un minuto más, Jesús, por favor —dijo.

Le habló a su familia acerca de cómo deberían vivir después de que él se fuera.

Algunos pensaron que estaba alucinando.

—¿Qué les ocurre a todos ustedes? —preguntó el abuelo—. Jesús está justo ahí. —Señaló—. ¿No pueden verle ahí de pie?

Habló unas pocas palabras más a los fieles que le rodeaban y sonrió. Entonces el abuelo alargó la mano hacia Jesús.

—Estoy listo —dijo.

Y justo en ese momento su cuerpo se desplomó y cayó de espaldas en la cama.

Se había ido.

Su funeral fue diferente a todos los que había asistido cualquier persona de aquella zona. En vez de lágrimas de aflicción, la gente aplaudía, reía y cantaba. El sonido era el mismo que se había escuchado tantas veces en la iglesia del abuelo.

El himno que cantaban se llamaba «It's Shouting Time in Heaven» [Es hora de cantar en el cielo].


Un suicidio: la historia de Tamara Laroux

Los problemas de Tamara Laroux, con sus quince años, habían crecido tanto que pensaba que no podía aguantarlo más. El divorcio de sus padres cuando ella tenía seis años le había dejado una asfixiante sensación de rechazo. Se sentía como si fuera una carga. Estaba sola, deprimida y con miedo. Estaba convencida de que nunca sería feliz y que la única respuesta era terminar con su vida.

Incapaz de seguir adelante, Tamara fue al dormitorio de su madre y sacó una 38 Special de su cajón. Mientras deslizaba su dedo por el gatillo y se colocaba el cañón contra la cabeza, una pequeña voz interior la persuadió para que apuntara más bien a su corazón. De ese modo seguramente no fallaría, y se la llevaría de este mundo para siempre.

—Perdóname, Dios —gritó Tamara mientras apretaba el gatillo.

La muerte agarró su cuerpo y su alma difunta se precipitó hacia abajo. Una clase de fuego de ácido sulfúrico la agobiaba: el terrible dolor y la ardiente quemadura eran indescriptibles. La envolvió una oscuridad muy profunda. Estaba en un lugar de tormento y muerte. Tamara era consciente de que estaba muerta.

Innumerables cámaras y un mar de gente informe, gritando con espantos su agonía y su terror interminables, la rodeaban. Era incapaz de comunicarse con ellos, aunque cuando los miraba de uno en uno tenía pleno conocimiento de sus vidas: todo lo que habían hecho mal, sus pensamientos, sus emociones, sus decisiones, todo. Tenía plena comprensión, pero lo único que le importaba era que ella no había rendido su vida a Jesucristo. El arrepentimiento la traspasó. Deseaba regresar a la tierra a advertir a la gente.

Desde aquel lugar del infierno Tamara miró al otro lado de una expansión y vio el cielo. Sabía que era un lugar de gozo, paz, amor y plenitud. Deseaba fervientemente que nadie más se uniese a ella en aquel abismo eterno de maldición, tormento y terror. Aquel era el mismo deseo de los demás que estaban en aquel lugar.

En un instante que no se puede comprender por la mente humana, Tamara vio la mano gigante de Dios bajar por el tiempo y el espacio. Sabía que venía por ella. La mano la recogió y la llevó a través de la vasta expansión.

Entró en la presencia de Dios, un gran contraste con el lugar donde había estado. En vez de la muerte, el tormento y la oscuridad del infierno, el amor, la luz, la gracia, la misericordia, el gozo y la paz la sobrepasaban.

Una vez allí Tamara miró con temor reverencial el espléndido reino de Dios: la gloria del lugar era demasiado exquisita para las palabras. Vio la belleza de las piedras, las luces radiantes y los brillantes colores. La visión la rejuveneció, y se sintió llena de conocimiento y sabiduría. Aunque no sabía cómo comunicarse, era plenamente consciente de lo que ocurría a su alrededor.

Tan rápido como comenzó su viaje extracorpóreo, así terminó. Regresó a su cuerpo físico. Cuando Tamara volvió a estar consciente, se dio cuenta de que necesitaba enderezar su vida con Dios. Si lo hacía, estaría bien con todo lo que tuviera que enfrentar.

Tamara no tenía idea de cuánto tiempo había pasado en el dormitorio de su madre, y nadie sabía que había ido allí ni lo que planeaba hacer. Al abrir los ojos vio a su madre, que había escuchado su grito. Cuando su madre se dio cuenta de lo que había pasado, corrió a llamar a una ambulancia.

Cuando llegaron los médicos de urgencias, la grave palidez de Tamara les hizo dudar de si debían molestarse siquiera en transportarla a urgencias. Parecía estar muriéndose. No se dieron cuenta de que acababa de volver a la vida.

Como Tamara supo después, la bala no acertó en su corazón por menos de un centímetro. Con el calibre del arma que usó, su corazón se hubiera hecho pedazos completamente. Eso no habría sorprendido al personal médico. En vez de morir, Tamara experimentó una milagrosa recuperación física.

Nunca más se sintió sin esperanza. La libertad emocional y la fe fueron llegando poco a poco en el proceso de aplicar las promesas de Dios en la Biblia a su mente y sus emociones. Las verdades y las lecciones que aprendió por medio de aquella experiencia y el proceso que vino después le dieron a otros esperanza, ánimo y una visión del amor de Dios.


La residencia aumentó mi fe

(Michael W. Elmore)

Como capellán de residencia, he estado presente mientras cientos de personas hacían la transición en los momentos finales de sus vidas. No todas las transiciones son memorables. Algunas son pacíficas; cada travesía es diferente. Sin embargo, según acompañaba a las personas en su viaje final, ciertos individuos me dejaron con la creencia indeleble de que el cielo es un lugar real.

Por ejemplo, Rose era una mujer formal y elegante con preferencia por las cosas más lujosas de la vida. Cuando la conocí me sorprendió, porque había traído muchas de sus preciadas pertenencias y había transformado su austera habitación de residencia en el ambiente familiar de su hogar.

Durante una de mis visitas, Rose miró a una esquina de su cuarto repetidas veces. Parecía estar mirando algo, y me pidió que yo también mirase.

—¿Lo ve? —me preguntó.

—¿Ver a quién?

—El ángel que vela por mí.

Yo me fijé, pero no vi nada.

Cada vez que la visitaba, Rose hablaba de la sensación de paz que sentía debido a las visitas angélicas.

Muchos pacientes en la residencia experimentan aumentos repentinos de ansiedad, pero Rose no. Creo que el día en que Rose dejó esta vida para ir a otro lugar descansó en las alas de un ángel, con paz y tranquilidad. El sentido de serenidad de Rose dejó una impresión duradera que profundizó mi creencia en el cielo.


* * *

Louise tenía un tipo de cáncer que crecía lentamente. Sus últimos días fueron penosos, tumbada sobre una cama incapaz de moverse, comer o tragar. Podía susurrar unas pocas palabras. Su única vista consistía en los azulejos del techo sobre su cama. Pasé muchos ratos tranquilos con Louise mientras seguía aferrada a la vida. No podía girar la cabeza para mirarme, pero aun así hablábamos con calma.

No podía entender por qué Louise miraba con tanta intensidad su techo. Por curiosidad, un día le pregunté lo que veía. Con una voz titubeante, entre susurros, Louise respondió:

—Veo a Jesús. Todas las noches cuando me voy a dormir y cada mañana cuando me despierto, Jesús está aquí. Siento tanta paz cuando le miro que nunca quiero apartar la mirada.

—¿Qué aspecto tiene Jesús?

—Está sonriendo. Su cara es muy tierna, sus ojos, amables, pero sobre todo tiene los brazos extendidos hacia mí como si me estuviera esperando.

Todos los días, cuando visitaba a Louise, era lo mismo. Ella miraba el techo y veía algo que ningún otro humano podía percibir.

La muerte de Louise no llegó rápido, pero al final llegó. Abandonó los límites de su habitación en la residencia para entrar en los brazos de Jesús. De nuevo, mis encuentros con Louise aumentaron mi creencia en el cielo.


* * *

Marc llegó a la residencia en un estado final de cáncer. Trajo consigo a su labrador castaño llamado Jake, a quien el veterinario también había diagnosticado cáncer.

Marc insistió en que Jake compartiera su cama para que los dos amigos de toda la vida pasaran juntos sus últimos días. Cuando le pregunté a Marc sobre sus últimos deseos, él compartió dos cosas conmigo. Primero, quería que le tomaran algunas fotos con Jake como recuerdo para su familia. Segundo, deseaba que Jake muriera antes que él para que su perro no tuviera que soportar el peso de la separación de su dueño.

Después de compartir los últimos deseos de Marc con nuestra trabajadora social, ella tomó varias instantáneas de Jake descansando en el regazo de Marc en la cama «de ambos» en la residencia. Al siguiente día, Jake murió. Marc le dijo adiós a su amigo de muchos años, triste pero aliviado de que su labrador hubiera fallecido. Consolado por la muerte de Jake, Marc se relajó y dejó marchar su propia vida menguante. Antes de que se hubieran revelado las fotos, Marc también se había ido.

Unos días después llegaron los retratos del laboratorio de fotografía. Cuando nos reunimos y abrimos el sobre, alguien dio un grito. Yo miré por encima del hombro de una de las enfermeras y vi algo tremendamente inusual. Alrededor de la cama de Marc aparecía un círculo luminiscente de altos seres angélicos rodeándole a él y a Jake. Era obvio que aquellas fotos no eran producto de un descuido del revelador. Había figuras angélicas presentes junto a la cama de Marc, cumpliendo con su deber de vigilar a la espera del momento de la muerte de Jake y Marc. Me inundó una sensación de asombro cuando comprendí de nuevo que creía en el cielo.


(Continues...)

Excerpted from Creo En El Cielo by CECIL MURPHEY, Twila Belk. Copyright © 2014 Grupo Nelson. Excerpted by permission of Grupo Nelson.
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Table of Contents

Contents

Cómo leer este libro, 9,
Introducción: ¿Qué es el cielo?, 13,
Primera parte,
Segunda parte Preguntas sobre el cielo,
Notas, 289,
Agradecimientos, 297,

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