Diabetes

Diabetes

by Andreas Moritz
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Paperback(Spanish-language Edition)

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Product Details

ISBN-13: 9788497775441
Publisher: Obelisco, Ediciones S.A.
Publication date: 10/15/2009
Edition description: Spanish-language Edition
Pages: 80
Product dimensions: 5.30(w) x 8.20(h) x 0.30(d)
Language: Spanish

Read an Excerpt

Diabetes ¡nunca más!

Descubrir las verdaderas causas de la enfermedad y curarse


By Andreas Moritz

EDICIONES OBELISCO

Copyright © 2009 Ediciones Obelisco, S. L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9777-544-1



CHAPTER 1

Entender la diabetes, una enfermedad polifacética


Muchas de las enfermedades crónicas de hoy en día eran consideradas, hasta hace no demasiado tiempo, síntomas de diabetes. Así, apoplejías –tanto isquémicas como hemorrágicas–, fallos cardíacos debidos a neuropatías, accidentes coronarios isquémicos y hemorrágicos, obesidad, arteriosclerosis, hipertensión arterial, niveles altos de colesterol y triglicéridos, todo ello se consideraba parte de un proceso normal de una alteración metabólica, como sucede en el caso de la diabetes. Además de esos síntomas, otras dolencias, como impotencia, retinopatía, insuficiencia renal y hepática, ovario poliquístico, niveles altos de azúcar en sangre, candidiasis sistémica, problemas de cicatrización, neuropatía periférica, etc., se han considerado posteriormente enfermedades aisladas que requieren unos tratamientos determinados y unos médicos especialistas que los dirijan. Si bien todo ello sirve en gran medida a los intereses de la clase médica y la industria farmacéutica, lo cierto es que causa sufrimientos inenarrables y cuesta muchas vidas.

La población estadounidense, por poner un ejemplo, se ve afectada de diabetes en más de un 8%, y gran parte de ella cree que es hereditaria y que quien la sufre es por un defecto o una predisposición orgánica. Es cierto que las cuestiones genéticas desempeñan cierto papel en la manifestación de la diabetes, pero en la mayoría de los casos no es así, y no se explica en absoluto por qué las células pancreáticas deciden un buen día autodestruirse (diabetes tipo 1) o por qué las células comunes de personas que superan los 50 años de edad deciden repentinamente rechazar el azúcar cargado de insulina (diabetes tipo 2).

Existen muchos pacientes, así como los médicos que les tratan, que son de la opinión que las enfermedades aparecen cuando el organismo yerra y no lleva a cabo su tarea como es debido. Se trata de una idea que desafía toda lógica y que desde el punto de vista científico es errónea. Cada efecto ha de tener en este mundo una causa subyacente. El hecho de que los médicos no sepan por qué las células pancreáticas dejan de producir insulina no significa que la diabetes sea una enfermedad autoinmune, una afección mediante la que supuestamente el cuerpo intenta atacarse y destruirse a sí mismo. La aparición de una enfermedad no implica que el organismo esté haciendo algo mal ni que trate de autoeliminarse; y ciertamente éste no encuentra ningún placer haciendo que el individuo sufra y se sienta abatido.

Debemos entender las circunstancias que causan que el organismo anule la capacidad de producir insulina, en el caso de la diabetes tipo 1, o bien la potencie, en el caso de la diabetes tipo 2, y no dudar de su inteligencia y sabiduría. El cuerpo se esfuerza al máximo, mediante unos recursos increíblemente sofisticados para generar mecanismos de supervivencia, en protegernos de más daños que los ya producidos a consecuencia de una alimentación inadecuada, de los sufrimientos emocionales y de un estilo de vida sumamente perjudicial. Visto de este modo, la enfermedad se convierte en parte integrante del incesante esfuerzo que hace el organismo por impedir que el individuo cometa un suicidio involuntario. Podemos a ciencia cierta afirmar que siempre tenemos al cuerpo de nuestra parte, nunca en contra, incluso cuando parece atacarnos (como en el caso de las afecciones autoinmunes, como la diabetes de tipo 1, el lupus, el cáncer y la artritis reumatoide).

Así como existe un mecanismo que conduce a la diabetes, existe también otro que revierte ese proceso. Decir que la diabetes, ya sea de tipo 1 o de tipo 2, es una enfermedad irreversible, refleja un profundo desconocimiento de la verdadera naturaleza del cuerpo humano. El cuerpo, una vez cumplidas las condiciones necesarias para restablecer el equilibrio fisiológico u homeostasis, podrá utilizar plenamente su capacidad intrínseca de reparación y sanación.

Curarnos una herida o conseguir que un hueso roto se una es algo que todos sabemos hacer en nuestro propio cuerpo. Hay quien puede «perder» esa capacidad si su sistema inmune está dañado, si los fármacos que le prescriben interfieren en el proceso de coagulación o si el cuerpo llega a estar tremendamente saturado de sustancias tóxicas. En el caso de la diabetes de tipo 1, las células pancreáticas no dejan de producir insulina porque están cansadas de hacer ese trabajo; y en el caso de la diabetes tipo 2, los 0 billones de células no lo hacen porque han desarrollado una aversión hacia ella. A las células, en ambas situaciones, se les ha impedido hacer su trabajo por varias razones, todas las cuales están fundamentalmente bajo nuestro control. Si dejamos de destruir las células, directa o indirectamente, atendiendo a lo que comemos y cómo vivimos, ellas mismas pueden reprogramarse con facilidad, salir a flote de nuevo o ser reemplazadas por otras.

Curar el páncreas no es muy diferente a soldar un hueso roto. Para conseguir esa curación, sin embargo, debemos realizar ciertos cambios que la faciliten, no que la contrarresten. Tratar la diabetes circunscribiéndose a sus síntomas es difícil, y, de hecho, impide su curación. No es difícil, por otro lado, determinar cuáles son las causas por las que las células pancreáticas secretoras de insulina dejan de funcionar correctamente en la diabetes de tipo 1, y proceder después a subsanar esas causas. Esas células especializadas para funcionar correctamente necesitan una alimentación adecuada. La insulina es una hormona sumamente importante que todos nosotros necesitamos para transportar a las células del cuerpo nutrientes esenciales (proteínas, azúcar, grasas), especialmente glucosa. Si no, el cuerpo no tiene la suficiente insulina para aportar esos nutrientes a las células y el azúcar, en particular, queda retenido en la sangre, con lo que alcanza niveles tan altos que pueden llegar a ser peligrosos.

Parece razonable, en el caso de la diabetes insulinodependiente (que puede abarcar ambos tipos), inyectar insulina en la sangre a fin de eliminar el exceso de azúcar, grasas y moléculas proteínicas del flujo sanguíneo. Pero, de no darse una investigación previa para deducir qué ha llevado al organismo a esta difícil situación, y subsanar después la causa, la mera administración de inyecciones de insulina al paciente a fin de que descienda el nivel de azúcar en sangre no sólo no resuelve el problema, sino que, como veremos a continuación, lo empeora. Esa solución-parche impide en realidad una curación real y, al mismo tiempo, incrementa el riesgo de desarrollar otras muchas dolencias.

Un diabético de cualquier tipo, ahora se sabe a ciencia cierta, tiene un mayor riesgo de sufrir ataques de corazón, cáncer, derrames cerebrales, ceguera, Alzheimer, etc. La cuestión que surge es si esos riesgos se deben a la diabetes en sí o a sus diferentes tratamientos. El hecho de que la diabetes haya llegado a ser una dolencia tan grave se debe, a mi juicio, a que sus tratamientos se centran más en los síntomas que en las causas. Si un diabético de tipo 2 que no es insulinodependiente recibe una inyección de insulina, puede causarle un grave problema o incluso la muerte. Y, por muy extraño que parezca, una persona sana que reciba inyecciones de insulina desarrollará la diabetes, nada extraño teniendo en cuenta el gran porcentaje de análisis de sangre falsamente positivos que se dan hoy día. La intervención médica queda tristemente reflejada en la sentencia «Cuando se es diabético, se es para siempre»; sin embargo, no tiene por qué ser necesariamente así.

CHAPTER 2

Alimentos que causan la diabetes


1. Hidratos de carbono refinados: una causa de la resistencia a la insulina

Entre las indicaciones más comunes que se da a los diabéticos de tipo 2 está la de que reduzcan o incluso supriman la ingesta de hidratos de carbono. La advertencia que se les hace es que los azúcares que contienen los hidratos pueden incrementar el azúcar en sangre a niveles anómalos y poner en peligro sus vidas. Si, tal como veremos en este apartado, hay una verdad de fondo en esta afirmación, también es cierto que resulta bastante engañosa. Intentemos primero comprender la parte de verdad que encierra esa afirmación.

Los hidratos de carbono refinados y manufacturados pueden dañar seriamente la salud de cualquier persona, no sólo la de los diabéticos, eso es totalmente cierto. En el proceso digestivo normal de los alimentos vegetales, el cuerpo transforma los hidratos de carbono complejos en azúcares complejos (glucógenos), los cuales se acumulan en el hígado y en la musculatura. Cuando el cuerpo lo requiere, convierte el glucógeno en glucosa para generar así energía celular. Pero, por otra parte, si se toman alimentos refinados a base de hidratos de carbono (patatas fritas, cereales de desayuno procesados, pasteles, dulces, helados, pasta, pan blanco, refrescos, etc.), este proceso no se da y los azúcares o féculas (la fécula es un azúcar) entran directamente en el flujo sanguíneo en pocos minutos. Cuantos más hidratos de carbono simples de este tipo se consumen, tanto más asciende el nivel de azúcar en sangre. El páncreas, a fin de mantener a raya el aumento constante de azúcar en sangre, tiene que suministrar cantidades suplementarias de insulina. La insulina recoge el azúcar del flujo sanguíneo y lo lleva a las células. En la superficie de las células hay receptores de insulina que actúan como compuertas diminutas que se abren y cierran a fin de regular la afluencia de azúcar de la sangre.

La diferencia entre la glucosa de alto valor que el cuerpo aporta a las células y el azúcar inservible que invade el flujo sanguíneo inmediatamente después de beber un refresco de cola o tomar un cucurucho de helado es muy importante. El azúcar ácido, blanqueado, procesado y desprovisto de energía (calorías vacías) no les gusta en absoluto a las células, pues no les sirve de ninguna utilidad, y, para autoprotegerse de ese veneno celular, levantan una barrera que hace caso omiso a la insulina cuando ésta llama a sus puertas, aunque sea para entregar una glucosa adecuada, utilizable y de buena calidad. De resultas, al azúcar no le queda más remedio que quedarse en la sangre, y esa acumulación de azúcar cada vez mayor hace que el páncreas segregue aún más insulina, que se cierren las compuertas de más y más células y que el nivel de azúcar en sangre ascienda más y más. A esto se denomina «resistencia a la insulina». Cuando la producción de insulina ya no puede lidiar con el aumento del azúcar en sangre, sobreviene la diabetes de tipo 2, un caso grave de resistencia a la insulina que conlleva muchas complicaciones en el organismo, entre otras las siguientes:

• Cardiopatías

• Arteriosclerosis

• Lesiones de las paredes arteriales

• Aumento del nivel de colesterol

• Deficiencias de vitaminas y minerales

• Enfermedades renales

• Fallo del mecanismo de combustión de grasa

• Acumulación y depósitos de grasas

• Aumento de peso


2. Proteínas animales: más dañinas que el azúcar

Los alimentos exentos de elementos nutritivos producen, sin lugar a dudas, malnutrición, trastornos alimenticios y obesidad. Ni siquiera las personas sanas, a fin de evitar unas subidas repentinas y nocivas de azúcar, deberían tomar azúcar refinado o alimentos repletos de fécula. Sentir de modo regular unos deseos irrefrenables de comer dulces o alimentos con fécula prueba que existe una grave disfunción del metabolismo celular. Pero, en realidad, en comparación con los efectos que ocasiona la ingestión de proteínas animales, el azúcar no debe ser un motivo de preocupación tan grande. Casi nunca se advierte a los pacientes diabéticos que la cantidad de insulina que su cuerpo necesita para asimilar, por ejemplo, un filete de carne de tamaño normal es la misma que la que requieren para asimilar 225 gramos de azúcar blanco o refinado. La razón por la que ningún médico advierte de esto es porque comerse un filete de carne no hace aumentar de modo sustancial el nivel de azúcar en sangre, de modo que la carne es, aparentemente, un alimento saludable para los diabéticos. Y, de este modo, la «enfermedad» puede ir progresando y agravándose callada e inapreciablemente.

En la diabetes de tipo 2, la resistencia a la insulina, el páncreas puede producir insulina, pero las células son insensibles a ella. La insulina es la «llave» que abre la «puerta» a través de la cual la glucosa y otros nutrientes penetran en las células. Cuando hay muy pocas «puertas» abiertas, o cuando los «cerrojos» de las puertas están «oxidados» y son difíciles de abrir a pesar de la presencia de esta hormona, surge la resistencia a la insulina. Las células pueden resultar finalmente dañadas y volverse cancerosas si la insulina llega a entrar en contacto con ellas con demasiada frecuencia y en cantidades excesivas. Las comidas proteínicas regulares hacen que las células incrementen su resistencia a la insulina, y sin que en un principio se detecte un aumento de los niveles de azúcar, finalmente dan lugar a una diabetes de tipo 2. Los tentempiés frecuentes que contienen azúcar y grasas refinadas desempeñan también un papel importante, pero, como ya se ha explicado, su alcance es mucho menor. Sin embargo, las grasas refinadas juegan un papel primordial en la diabetes de tipo 1, como veremos en la sección 3.

Las células pancreáticas, incluso en un cuerpo sano, son incapaces de producir la gran cantidad de insulina requerida para ocuparse de las proteínas animales que se consumen de modo regular. Parte de las proteínas no utilizadas las descompone el hígado, si bien esa capacidad está muy mermada en los diabéticos. El resto de las proteínas circulan por la sangre hasta que llegan a los tejidos intercelulares, pero, del mismo modo que las membranas celulares de los diabéticos impiden que la insulina penetre en las células, también rechazan el azúcar, las proteínas y los ácidos grasos. Puesto que parte del exceso de azúcar se convierte en grasa y ésta se acumula en los tejidos, las proteínas tienen que eliminarse del tejido intercelular o conectivo por diferentes medios. El proceso consiste en la conversión del exceso de proteínas en fibra colágena, que a su vez empieza a acumularse en las membranas basales de las paredes de los vasos capilares de la sangre. Esta desaparición de la proteína hace suponer que ésta no representa ningún problema para el diabético.

En cambio, el azúcar, por otro lado, no cuenta con esa vía de escape aparentemente imposible de seguir. Cuando el fluido intercelular se satura con el azúcar no utilizado, el nivel de azúcar aumenta de modo natural en el flujo sanguíneo; y con el consumo continuo de proteínas, las membranas basales acumulan tanta fibra proteínica que los azúcares simples no pueden pasar a través de ellas. Ello ocurriría aún en el caso de que las células dejaran de ser resistentes a la insulina y permitieran pasar de nuevo el azúcar a través de sus membranas. Tomar, por tanto, un exceso de alimentos proteínicos origina una diabetes de tipo 2, es decir, una permanencia constante de azúcar en sangre, una dolencia crónica. Sin embargo, a causa de otros alimentos dañinos, la progresión de esa enfermedad no se detiene ahí.


3. Grasas y aceites refinados: ¿unos venenos deliciosos?

Los médicos, en la década de 1930, consideraban que muchas de nuestras enfermedades degenerativas se debían a un fallo del sistema endocrino, fallo al que denominaron diabetes insulinorresistente. El grave trastorno del sistema de control del azúcar en sangre se consideraba una alteración básica subyacente que podía manifestarse en casi todo tipo de enfermedad. Existen otras razones que provocan un desequilibrio igualmente profundo, y las grasas y los aceites mal procesados están entre los principales culpables. Si bien esos productos pueden tener un sabor delicioso, en el cuerpo actúan como un veneno. Entre sus efectos destructivos están unas deficiencias nutricionales graves que impiden que el cuerpo mantenga un metabolismo celular normal.

Últimamente se ha hablado mucho en torno a las grasas buenas y las grasas malas. Aunque muchas empresas del sector alimentario afirman no utilizar grasas malas, existen en el mercado miles de alimentos comunes que las contienen. Los fabricantes de grasas y aceites todavía pretenden hacernos creer que las grasas saturadas son las malas y las insaturadas, las buenas. Se trata de una información falsa: existen muchas grasas saturadas muy beneficiosas y otras tantas grasas insaturadas que no lo son. A la hora de juzgar el valor de las grasas, la única distinción que cabe hacer es si se hallan en su estado natural o si han sido procesadas. No debemos confiar en los anuncios comerciales de industrias alimentarias que proclaman las extraordinarias virtudes de sus sabrosas cremas y grasas bajas en colesterol para cocinar. Esas sagaces campañas publicitarias no pretenden favorecer nuestra salud; solamente intentan crear un mercado para los baratos aceites «basura» como el de soja, de semillas de algodón y de colza.

Los productos alimenticios industriales, hasta principios de la década de 1930, eran muy impopulares, siendo rechazados por la mayoría de la población pues se sospechaba que no eran de buena calidad o lo suficientemente frescos para ser saludables. Los agricultores locales rechazaban en un principio el uso de maquinaria industrial automatizada para producir alimentos con unos inmensos beneficios potenciales. Finalmente, esa resistencia desapareció y dio paso a un interés creciente por los «nuevos» alimentos como nunca antes había sucedido. Cuando la margarina y otros productos refinados e hidrogenados se introdujeron en el mercado alimentario de Estados Unidos, por ejemplo, la industria láctea se opuso vehementemente, pero las mujeres la encontraron más práctica que la manteca que usaban hasta entonces. Durante la Segunda Guerra Mundial escaseaban los productos lácteos, por ello la margarina llegó a ser un alimento de uso cotidiano entre la población civil, mientras que los aceites de coco, lino y pescado, de uso común, desaparecieron de las estanterías de las tiendas de alimentación de Estados Unidos.


(Continues...)

Excerpted from Diabetes ¡nunca más! by Andreas Moritz. Copyright © 2009 Ediciones Obelisco, S. L.. Excerpted by permission of EDICIONES OBELISCO.
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Table of Contents

Contents

Entender la diabetes, una enfermedad polifacética, 7,
Alimentos que causan la diabetes, 13,
1. Hidratos de carbono refinados: una causa de la resistencia a la insulina, 13,
2. Proteínas animales: más dañinas que el azúcar, 16,
3. Grasas y aceites refinados: ¿unos venenos deliciosos?, 19,
El desarrollo del síndrome de la diabetes, 29,
El riesgo del sobrepeso, 35,
La diabetes autoinmune (tipo 1), 41,
Los tratamientos médicos peligrosos, 45,
Curar las causas, 49,
Anexo, 55,
Otras obras del autor, 69,
Sobre el autor, 75,

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