El Canon Oscuro: Una novela
Cuando Gaylord Riley se alejó de la banda de Coburn, llevaba dinero y un sueño. Trabajó duro y construyó una cabaña, reunió una manada de reses y se enamoró de Marie Shattuck.

Pero al enfrentar falsas acusaciones de robo de ganado y asesinato, Riley se v e obligado a defender su nuevo estilo de vida de ciudadano respetuoso de la ley. Superado en número, y de cara a un escuadrón de linchamiento, Riley se sorprende cuando sus viejos amigos regresan a darle una mano. ¿Pero cómo podrán ayudarle sin que los atrapen y los metan a la cárcel? Con el sheriff local que ya sospecha de Riley, la banda de Coburn tendrá que tener buenos planes y actuar con rapidez. Pero eso no le será difícil. Fue haciendo justamente eso como se ganaron su reputación
"1139406575"
El Canon Oscuro: Una novela
Cuando Gaylord Riley se alejó de la banda de Coburn, llevaba dinero y un sueño. Trabajó duro y construyó una cabaña, reunió una manada de reses y se enamoró de Marie Shattuck.

Pero al enfrentar falsas acusaciones de robo de ganado y asesinato, Riley se v e obligado a defender su nuevo estilo de vida de ciudadano respetuoso de la ley. Superado en número, y de cara a un escuadrón de linchamiento, Riley se sorprende cuando sus viejos amigos regresan a darle una mano. ¿Pero cómo podrán ayudarle sin que los atrapen y los metan a la cárcel? Con el sheriff local que ya sospecha de Riley, la banda de Coburn tendrá que tener buenos planes y actuar con rapidez. Pero eso no le será difícil. Fue haciendo justamente eso como se ganaron su reputación
8.99 In Stock
El Canon Oscuro: Una novela

El Canon Oscuro: Una novela

by Louis L'Amour
El Canon Oscuro: Una novela

El Canon Oscuro: Una novela

by Louis L'Amour

eBook

$8.99 

Available on Compatible NOOK devices, the free NOOK App and in My Digital Library.
WANT A NOOK?  Explore Now

Related collections and offers


Overview

Cuando Gaylord Riley se alejó de la banda de Coburn, llevaba dinero y un sueño. Trabajó duro y construyó una cabaña, reunió una manada de reses y se enamoró de Marie Shattuck.

Pero al enfrentar falsas acusaciones de robo de ganado y asesinato, Riley se v e obligado a defender su nuevo estilo de vida de ciudadano respetuoso de la ley. Superado en número, y de cara a un escuadrón de linchamiento, Riley se sorprende cuando sus viejos amigos regresan a darle una mano. ¿Pero cómo podrán ayudarle sin que los atrapen y los metan a la cárcel? Con el sheriff local que ya sospecha de Riley, la banda de Coburn tendrá que tener buenos planes y actuar con rapidez. Pero eso no le será difícil. Fue haciendo justamente eso como se ganaron su reputación

Product Details

ISBN-13: 9780307785183
Publisher: Random House Publishing Group
Publication date: 02/23/2011
Sold by: Random House
Format: eBook
Pages: 208
File size: 2 MB
Language: Spanish

About the Author

About The Author
Nuestro más importante narrador de historias del Oeste ha fascinado a toda la nación con sus crónicas de aventuras de los valientes hombres y mujeres que poblaron la frontera norteamericana. Se han impreso más de 300 millones de copias de sus libros en el mundo entero.

Date of Birth:

March 22, 1908

Date of Death:

June 10, 1988

Place of Birth:

Jamestown, North Dakota

Education:

Self-educated

Read an Excerpt

CAPÍTULO 1
 
 
 
CUANDO JIM COLBURN llegó a caballo al escondite al atardecer, no estaba solo. Un joven escuálido cabalgaba con él, un muchacho de caderas estrechas y de pecho y hombros anchos y huesudos. El viejo revólver calibre .44 de la armada parecía demasiado grande para él, a pesar de su estatura.
 
Jim Colburn bajó del caballo y miró a Kehoe, Weaver y Parrish. Era un hombre rudo que actuaba sin rodeos, y lo reconocían como su jefe.
 
—Este es Gaylord Riley—dijo—. Cabalga con nosotros.
 
Parrish estaba revolviendo fríjoles, y se limitó a levantar la vista, sin decir nada. Weaver intentó objetar, pero al ver la expresión de los ojos de Colburn se arrepintió; aunque estaba furioso. Desde el principio habían sido sólo cuatro, sin ningún forastero invitado. Lo que tenían que hacer lo hacían con cuatro hombres, o lo olvidaban. Kehoe dejó caer su cigarrillo y lo aplastó con la punta del pie, incrustándolo en la arena.
 
—Buenas, muchacho—dijo.
 
Comieron en silencio, pero cuando terminaron, el muchacho se levantó y ayudó a Parrish a recoger las cosas. Nadie dijo nada hasta después de que Colburn se quitó una bota y empezó a masajear su pie; entonces fue él quien habló:
 
—Quedé acorralado. Él me sacó de ahí.
 
Al amanecer salieron, y empezaron a avanzar cautelosamente por el camino. Cuatro forajidos endurecidos, experimentados y un muchacho delgado, huesudo, montado en un bayo medio muerto. Kehoe era un hombre delgado y de actitud perezosa; Parrish era de contextura gruesa, muy callado; mientras que Weaver era un hombre brusco, que hoy había amanecido furioso. Jim Colburn, su jefe en todos los aspectos, era muy diestro con la pistola. Todos lo eran.
 
El disgusto de Weaver por la presencia del extraño era evidente, pero nada fue dicho hasta cuando se detuvieron en el arroyo a las afueras del pueblo.
 
—Manejaremos esto como siempre—dijo Colburn—. Parrish con los caballos, Weaver y Kehoe conmigo.
 
Weaver ni siquiera volteó a mirar.
 
—¿Qué hará él?
 
—Él cabalgará hasta ese gran álamo y bajará del caballo. Se quedará allí hasta que pasemos y, si hay disparos, nos cubrirá.
 
—Eso requiere valor.
 
Gaylord Riley miró a Weaver.
 
—Eso es lo que tengo—dijo.
 
Weaver lo ignoró.
 
—Hasta ahora, nunca te has equivocado, Jim—dijo, y cabalgaron hacia el pueblo.
 
Riley bajó del caballo y se puso a revisar la cincha, de pie detrás del animal, pero con buena visibilidad de la calle. El banco estaba a unos doscientos metros, y a esta temprana hora, la calle estaba vacía.
 
Cuando Colburn, Weaver y Kehoe salieron del banco y montaron sus caballos, la calle seguía vacía.
 
Habían recorrido aproximadamente la mitad de la distancia hasta el punto donde esperaba Gaylord Riley, cuando el banquero salió corriendo del banco, gritando. Llevaba un rifle, y lo levantó para disparar.
 
Gaylord Riley tuvo su opción y la tomó. Apuntó a la baranda donde se amarran los caballos, delante de donde se encontraba el banquero. Su tiro hizo volar astillas, y el banquero dio un salto, apresurándose a buscar refugio en la puerta.
 
La banda pasó por donde estaba el muchacho, y él montó su caballo sin demora y cabalgó con ellos mientras la gente salía apresuradamente a la calle.
 
Más tarde, durante las discusiones que se suscitaron en el pueblo, alguien dijo que había tres bandidos, otros que eran cuatro. Aparentemente, nadie se había percatado del hombre que estaba más arriba en la calle. Si lo hubieran visto, habrían podido suponer que intentaba alcanzar a los bandidos.
 
Cabalgaron a toda velocidad por el primer kilómetro o dos, tratando de alejarse lo más posible. De pronto, el muchacho vio una docena de novillos que pastaban cerca al camino y, desviándose, los obligó a avanzar detrás de los cuatro bandidos para borrar sus huellas.
 
Aproximadamente un kilómetro más adelante llegaron a un arroyo donde dejaron el ganado, y continuaron cabalgando por el arroyo, contra corriente, con el agua a la altura del tobillo. Pudieron avanzar algo más de medio kilómetro por el arroyo y luego lo dejaron, dirigiéndose hacia los cerros. Los que venían tras ellos nunca encontraron su rastro, nunca se les acercaron.
 
Su botín fue muy escaso, y Weaver expresó su descontento cuando se repartió por partes iguales, incluyendo a Riley.
 
Kehoe dejó caer su parte en un bolsillo.
 
—Habría podido matar a ese banquero—comentó.
 
—No era necesario.
 
Los cuatro habían estado juntos por mucho tiempo. Habían cazado búfalos en los Llanos Estacados del oeste de Texas, y juntos habían marcado ganado para Shanghai Pierce, Gabe Slaughter y Goodnight. La primera vez que traspasaron la línea que divide lo que la ley permite de lo que es ilegal fue debido a un problema de salarios que les adeudaban.
 
Tobe Weston era astuto con las cuentas, y varias veces se había ahorrado unos cuantos dólares calculando los pagos a su favor y en contra de sus vaqueros, a quienes, evidentemente, no les preocupaba mucho el dinero. Esos pocos dólares le fueron abriendo el apetito hasta que se las arregló para estafar a todos los que trabajaban para él, a excepción de Deuces Conron, su fuerte ayudante.
 
Uno que otro vaquero que se preocupaba más que los demás por las cifras protestaba ocasionalmente. Cuando no los podía enredar con las palabras, siempre les podía ganar con la pistola, y, alimentada por su éxito, la codicia de Weston fue creciendo.
 
Cuando llegaron Colburn, Kehoe, Weaver y Parrish a trabajar para él, no habían oído ninguna de esas historias, y pasaron cuatro meses antes de que se enteraran. De inmediato decidieron renunciar.
 
Tobe Weston les estafó dos meses a cada uno y, cuando protestaron, ahí estaba Deuces para respaldarlo. Kehoe estaba dispuesto a discutir, al igual que los demás, pero no a aceptar el desafío de las cuatro escopetas que les apuntaban desde los poyos de las ventanas … escopetas empuñadas por la familia de Weston.
 
—Olvídenlo—les aconsejó Colburn, y se alejaron cabalgando.
 
Se escondieron en las montañas y esperaron tres semanas, y cuando Tobe Weston cabalgó al pueblo en su traje negro, supieron que había llegado el momento. Iba de vuelta cuando bajaron de entre las rocas, lo detuvieron y cobraron lo que se les debía. Sólo en el último minuto decidieron que sería un buen desquite dejar a Weston sin nada. Y eso hicieron.
 
Ese había sido el comienzo. Y eso había ocurrido hacía ya mucho tiempo.
 
Su fortaleza radicaba en un cuidadoso proceso de planificación y en su estrecha unión. No hablaban, y no se separaban; no aceptaban extraños en el grupo, hasta el momento en que llegó Colburn con Gaylord Riley.
 
El robo de la diligencia en el Cañón Negro fue uno de sus golpes característicos, y tuvo lugar sólo tres semanas después de que el muchacho se les uniera.
 
La diligencia había sido robada tantas veces que los cocheros estaban acostumbrados y conocían todos los lugares donde esto podía ocurrir. Sólo que Jim Colburn lo hizo de otra forma. Robó la diligencia a campo abierto, en terreno plano, en el sitio donde había menos posibilidades de esconderse, y donde era muy poco probable que se produjera un atraco.
 
El cochero vio venir la carreta por el camino a plena vista desde una distancia de más de un kilómetro, y venía al trote, levantando pequeñas nubes de polvo. Cuando se fue acercando, el cochero vio que la venía conduciendo un muchacho escuálido, con un sombrero de paja de granjero, y que a su lado venía un anciano envuelto en una manta, al que el joven sostenía con un brazo alrededor de su espalda como si lo apoyara para que no cayera.
 
Mientras la diligencia se acercaba, disminuyendo la velocidad para pasar la carreta, el anciano levantó débilmente una mano para indicarles que se detuvieran.
 
Lo hicieron, y el muchacho alto ayudó al viejo a bajar de la carreta. Uno de los pasajeros se bajó de la diligencia a ayudar, y de debajo de la manta, el viejo sacó una pistola de seis tiros.
 
De la parte de atrás de la carreta salieron otros dos hombres de por debajo de una carpa de lona, y la diligencia del Cañón Negro fue atracada de nuevo. Después, al menos dos de las personas que venían en la diligencia aseguraron que el muchacho era un prisionero de los bandidos. No cabía duda de que, con esa carreta y ese sombrero, no podía ser un bandido. Además, parecía muy asustado. Al menos eso creyeron.

From the B&N Reads Blog

Customer Reviews