El fuego de Chango (Chango's Fire)

El fuego de Chango (Chango's Fire)

by Ernesto Quiñonez
El fuego de Chango (Chango's Fire)

El fuego de Chango (Chango's Fire)

by Ernesto Quiñonez

eBookSpanish-language Edition (Spanish-language Edition)

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Overview

Julio Santana quema edificios. Por una modesta suma, Julio le prende fuego a los edificios de Harlem que algunos poderosos inversionistas quieren hacer desaparecer para cobrar el dinero del seguro, y construir nuevos edificios, más modernos, más caros, más cómodos. Julio ha ganado miles de dólares quemando las casas del mismo barrio que lo vio crecer, y con todo el dinero que ha ganado, logró comprar un apartamento en el que vive con sus padres. Pero cuando se enamora de Helen, una blanquita que acaba de mudarse a su edificio, Julio decide dejar a un lado los incendios, para llevar una vida honesta y sin complicaciones. Lo que no se esperaba, es que su cambio de parecer enfureciera tanto a sus jefes y que pronto, no sólo peligraría su propia vida, sino también la de sus seres queridos. A medida que lucha por alejarse de la vida que llevaba, Julio se ve rodeado de diversos personajes que iluminan pero también complican su existencia. De la pastora del barrio, que le consigue papeles de ciudadanía a los trabajadores indo-cumentados, a Papelito, el sabio y respetado santero, a los encantadores padres de Julio, Quiñonez le da vida a una novela cuyos personajes y temas son tan evocadores y universales que permanecerán en la mente del lector para siempre.

Product Details

ISBN-13: 9780062238023
Publisher: HarperCollins
Publication date: 09/18/2012
Sold by: HARPERCOLLINS
Format: eBook
Pages: 304
Sales rank: 229,136
File size: 359 KB
Language: Spanish

About the Author

Ernesto Quiñonez is the author of Bodega Dreams, which was chosen as a Barnes and Noble Discover Great New Writers title as well as a Borders Bookstore Original New Voice selection. He lives in Harlem.

Read an Excerpt

El Fuego de Chango
Una Novela

Queja #1

Lacasa a la que estoy a punto de prenderle fuego se levanta solitaria en una colina.

Bajo esta oscuridad de Westchester, parece una casa solitaria que podría pintar Hopper. Hay un camino de entrada lo suficientemente amplio como para que pase un camión. Un jardín con árboles y un espacio abierto donde puede uno imaginar a los niños Kennedy jugando touch football; las sonrisas perfectas, las rodillas de sus pantalones caquis manchadas de hierba. No hay mar, pero un porche de madera da la vuelta completa alrededor de la casa como si la abrazara. Ventanas grandes y habitaciones espaciosas, la casa americana con las que sueñan los nuevos inmigrantes. El tipo de casa que América le promete a uno si trabaja duro, ahorra sus centavos y saluda la bandera.

Abro la puerta de malla, pulso el código de la alarma y estoy adentro. Se trata de mi casa, en realidad. El propietario no la quiere. Es mi casa durante estos preciosos y escasos minutos. Puedo deleitarme fisgoneando en la vida de otro. Caminar por unos pisos de madera como en los que algún día espero vivir.

Recién contratado, solía entrar a estas casas con mis galones de lata llenos de kerosene y empapaba rápidamente las camas, los sofás y las cortinas. Lo encendía todo y me largaba de inmediato. Ahora, echo una mirada alrededor, preguntándome por qué, además del dinero, esta persona quiere que su casa sea destruida para siempre. Camino de un lado a otro, levanto los portarretratos, estudio con detenimiento los rostros de los seres queridos. Veo secretos de una infancia que nunca conocí, secretos de caballos y casas de campo, de vacaciones en verano. Abro cajones. Hurgo entre la ropa. Leo los lomos de los libros y trato de encontrar claves sobre la vida de esta persona. En una oportunidad le prendí fuego a una casa donde encontré todo un juego de uniformes de porristas en un armario en el ático. ¿Era su esposa la entrenadora? ¿Asesinó él a las muchachas del equipo? ¿Quién lo sabe?

Doy una vuelta. La casa es hermosa pero todo el mobiliario está pasado de moda; las lámparas, las puertas, y los armarios tienen un resplandor viejo, amarillo. En la sala, hay un televisor de botones, un estéreo con tornamesa. Clavado a la pared hay un teléfono negro de disco y cuelga como el ejemplar de una especie extinta. En la cocina, no hay mucho más que una tostadora. Las sillas de madera en el comedor están rajadas, y las paredes están tapizadas con imágenes de santos católicos, cuadros de frutas y paisajes. Pero son las descoloridas cortinas de girasoles y las plantas muertas en las ventanas lo que sugiere casi con seguridad que aquí vivió una mujer mayor. Ahora que ha sido internada en algún lugar, o ha muerto, la casa parece servir únicamente como depósito, como un inmenso salón donde se arruman juguetes rotos inertes u objetos sin uso de una vida pasada o de un matrimonio fracasado. En esta casa hay tristeza. Se tiene la sensación de que sus hijos la hubieran abandonado desde hace muchos años y sin el menor interés en mirar atrás. Ni una lágrima. Por todas partes, cada cosa carga con el mismo pesar. Una oscuridad adherida a las paredes, como si aquí ninguna luz hubiera brillado nunca, ni siquiera cuando algunos piesesitos corrieron a su alrededor. Por entre estos pasillos, se tiene la sensación de estar en un territorio desdeñado. Avanzo aquí sobre una historia familiar no deseada. A nada en esta casa se le ha estimado un valor digno como para guardar o atesorar. Todo ha sido condenado a que lo arrase el fuego.

Pero en realidad no puedo afirmar con seguridad qué habrá sucedido aquí años atrás para haber dejado esta casa tan sombría. Pues sombría sí es. Y ahora que el último de sus padres se ha ido, los hijos ya mayores le pondrán un fósforo encendido a sus desdeñados recuerdos. La casa se quema, todo el vecindario se mantiene del mismo tono, y la propiedad se reconstruye con el dinero canalizado del seguro.

Pero igual. No es mi casa, no son mis recuerdos. Aún menos, a mí no me corresponde hacer preguntas.

No hago preguntas.

Nunca lo hago.

La gente para la que trabajo no me conoce. Yo sólo trato con Eddie, y Eddie se entiende con ellos, y no sé con quién se entienden ellos o como amañan lo del seguro, todo lo que sé es que el pan se reparte en ese orden. Yo recibo la última de las migajas.

He trabajado para Eddie desde hace ya algún tiempo. Las migajas son ahora lo suficientemente abundantes como para que haya podido sacar la hipoteca para un apartamento que estaba en venta en una vieja y deteriorada construcción de tres pisos. En el primero, mi amiga Maritza ha montado su loca iglesia, y el segundo es propiedad de una mujer blanca a la que escasamente conozco. Aunque parece amable, raramente cruza la mirada con uno y siempre está de afán. Abandona el edificio temprano en la mañana y generalmente puedo escucharla de regreso tarde en la noche cuando estoy leyendo en la cama. No pasa mucho tiempo en su casa ni remodelando su apartamento como yo.

He venido haciendo mejoras al apartamento con lentitud, pues resulta malditamente costoso. Pero estoy feliz ahí. Algunas veces y sin ninguna razón particular, salgo y cruzo la acera y me quedo mirando mi edificio. Sonrío. ¿Ves el tercer piso? Es de mi propiedad, me digo. Veo las ventanas un poco torcidas, que no encajan completamente en los marcos. Tengo que arreglarlo. Sonrío. Miro la pintura desconchada por todas partes. Tengo que arreglarlo. Me gusta la sombra gris que mi edificio proyecta cuando el sol lo golpea del costado oeste de la 103 y Lexington Avenue, y cómo ha quedado en sándwich entre la botánica de Papelito y una barbería. Me digo entonces, que he recorrido un largo camino desde esa casa de palos que me construí cuando niño ...

El Fuego de Chango
Una Novela
. Copyright © by Ernesto Quinonez. Reprinted by permission of HarperCollins Publishers, Inc. All rights reserved. Available now wherever books are sold.

Table of Contents

Libro IUna Lista de Quejas1
Libro IIApartamentos de Interes Social131
Libro IIILlene una Solicitud. Pase a la Lista de Espera271
Agradecimientos289
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