El viaje del elefante / The Elephant's Journey

El viaje del elefante / The Elephant's Journey

by José Saramago
El viaje del elefante / The Elephant's Journey

El viaje del elefante / The Elephant's Journey

by José Saramago

Paperback

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Overview

José Saramago narra el insólito viaje del elefante Salomón a través de la Europa del siglo XVI. Una aventura épica llena de humanidad, humor y sabiduría.

Siempre acabamos llegando a donde nos esperan.
LIBRO DE LOS ITINERARIOS

A mediados del siglo XVI el rey Juan III ofrece a su primo, el archiduque Maximiliano de Austria, un elefante asiático. Esta novela cuenta el viaje épico de ese elefante llamado Salomón que tuvo que recorrer Europa por caprichos reales y absurdas estrategias.

El viaje del elefante no es un libro histórico, es una combinación de hechos reales e inventados que nos hace sentir la realidad y la ficción como una unidad indisoluble, como algo propio de la gran literatura. Una reflexión sobre la humanidad en la que el humor y la ironía, marcas de la implacable lucidez del autor, se unen a la compasión con la que José Saramago observa las flaquezas humana.

Escrita diez años después de la concesión del Premio Nobel, El viaje del elefante nos muestra a un Saramago en todo su esplendor literario.

Product Details

ISBN-13: 9788490628782
Publisher: PRH Grupo Editorial
Publication date: 01/26/2016
Pages: 272
Sales rank: 637,660
Product dimensions: 4.90(w) x 7.40(h) x 0.50(d)
Language: Spanish

About the Author

José Saramago (Azinhaga, 1922-Tías, Lanzarote, 2010) es uno de los escritores portugueses más conocidos y apreciados en el mundo entero. En España, a partir de la primera publicación de El año de la muerte de Ricardo Reis, en 1985, su trabajo literario recibió la mejor acogida de los lectores y de la crítica. Otros títulos importantes son Manual de pintura y caligrafía, Levantado del suelo, Memorial del convento, Casi un objeto, La balsa de piedra, Historia del cerco de Lisboa, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez, Las intermitencias de la muerte, El viaje del elefante, Caín, Claraboya y Alabardas. Alfaguara ha publicado también Poesía completa, Cuadernos de Lanzarote I y II, Viaje a Portugal, el relato breve El cuento de la isla desconocida, el cuento infantil La flor más grande del mundo, el libro autobiográfico Las pequeñas memorias, El Cuaderno, José Saramago en sus palabras, un repertorio de declaraciones del autor recogidas en la prensa escrita, El último cuaderno y Qué haréis con este libro. Teatro completo. Recibió el Premio Camoens y el Premio Nobel de Literatura.

www.josesaramago.org

Read an Excerpt

Por más incongruente que le pueda parecer a quien no ande al tanto de la importancia de las alcobas, sean éstas sacramentadas, laicas o irregulares, en el buen funcionamiento de las administraciones públicas, el primer paso del extraordinario viaje de un elefante a austria que nos proponemos narrar fue dado en los reales aposentos de la corte portuguesa, más o menos a la hora de irse a la cama. Quede ya registrado que no es obra de la simple casualidad que hayan sido aquí utilizadas estas imprecisas palabras, más o menos. De este modo, quedamos dispensados, con manifiesta elegancia, de entrar en pormenores de orden físico y fisiológico algo sórdidos, y casi siempre ridículos, que, puestos tal que así sobre el papel, ofenderían el catolicismo estricto de don juan, el tercero, rey de portugal y de los algarbes, y de doña catalina de austria, su esposa y futura abuela de aquel don sebastián que irá a pelear a alcácer-quivir y allí morirá en el primer envite, o en el segundo, aunque no falta quien afirme que feneció por enfermedad en la víspera de la batalla. Con ceñuda expresión, he aquí lo que el rey comenzó diciéndole a la reina, Estoy dudando, señora, Qué, mi señor, El regalo que le hicimos al primo maximiliano, cuando su boda, hace cuatro años, siempre me ha parecido indigno de su linaje y méritos, y ahora que lo tenemos aquí tan cerca, en valladolid, como regente de españa, a un tiro de piedra por así decir, me gustaría ofrecerle algo más valioso, algo que llamara la atención, a vos qué os parece, señora, Una custodia estaría bien, señor, he observado que, tal vez por la virtud conjunta de su valor material con su significado espiritual, una custodia es siempre bien recibida por el obsequiado, Nuestra iglesia no apreciaría tal liberalidad, todavía tendrá presente en su infalible memoria las confesas simpatías del primo maximiliano por la reforma de los protestantes luteranos, luteranos o calvinistas, nunca lo supe seguro, Vade retro, satanás, que en tal no había pensado, exclamó la reina, santiguándose, mañana tendré que confesarme a primera hora, Por qué mañana en particular, señora, si es vuestro hábito confesaros todos los días, preguntó el rey, Por la nefanda idea que el enemigo me ha puesto en las cuerdas de la voz, mirad que todavía siento la garganta quemada como si por ella hubiera rozado el vaho del infierno. Habituado a las exageraciones sensoriales de la reina, el rey se encogió de hombros y regresó a la espinosa tarea de descubrir un regalo capaz de satisfacer al archiduque maximiliano de austria. La reina bisbiseaba una oración, comenzaba ya otra, cuando de repente se interrumpió y casi gritó, Tenemos a salomón, Qué, preguntó el rey, perplejo, sin entender la intempestiva invocación al rey de judea, Sí, señor, Salomón, el elefante, Y para qué quiero aquí al elefante, preguntó el rey algo enojado, Para el regalo, señor, para el regalo de bodas, respondió la reina, poniéndose de pie, eufórica, excitadísima, No es regalo de bodas, Da lo mismo. El rey aseveró lentamente con la cabeza tres veces seguidas, hizo una pausa y aseveró otras tres veces, al final de las cuales admitió, Me parece una idea interesante, Es más que interesante, es una buena idea, es una idea excelente, insistió la reina con un gesto de impaciencia, casi de insubordinación, que no fue capaz de reprimir, Hace más de dos años que ese animal llegó de la india, y desde entonces no ha hecho otra cosa que no sea comer y dormir, el abrevadero siempre lleno de agua, forraje a montones, es como si estuviéramos sustentando a una bestia que no tiene ni oficio ni beneficio, ni esperanza de provecho, El pobre animal no tiene la culpa, aquí no hay trabajo que sirva para él, a no ser que lo mande a los muelles del tajo para transportar tablas, pero el pobre sufriría, porque su especialidad profesional son los troncos, que se ajustan mejor a la trompa por la curvatura, Entonces que se vaya a Viena, Y cómo iría, preguntó el rey, Ah, eso no es cosa nuestra, si el primo maximiliano se convierte en su dueño, que él lo resuelva, suponiendo que todavía siga en valladolid, No tengo noticias de lo contrario, Claro que hasta Valladolid Salomón tendrá que ir a pata, que buenas andaderas tiene, Y a Viena también, no habrá otro remedio, Un tirón, dijo la reina, Un tirón, asintió el rey gravemente, y añadió, Mañana le escribiré al primo Maximiliano, si él acepta habrá que concretar fechas y realizar algunos trámites, por ejemplo, cuándo pretende marcharse a viena, cuántos días necesitará salomón para llegar de lisboa a valladolid, de ahí en adelante ya no será cosa nuestra, nos lavamos las manos, Sí, nos lavamos las manos, dijo la reina, pero, en su fuero interno, que es donde se dilucidan las contradicciones del ser, sintió un súbito dolor por dejar que se fuera salomón solo para tan distantes tierras y tan extrañas gentes.

Al día siguiente, por la mañana temprano, el rey mandó llamar al secretario pedro de alcáçova carneiro y le dictó una carta que no le salió bien a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera, y que tuvo que ser confiada por entero a la habilidad retórica y al experimentado conocimiento de la pragmática y de las fórmulas epistolares usadas entre soberanos que adornaban al competente funcionario, el cual en la mejor de las escuelas posibles había aprendido, la de su propio padre, antonio carneiro, de quien, por muerte, heredó el cargo. La carta quedó perfecta tanto de letra como de razones, no omitiéndose siquiera la posibilidad teórica, diplomáticamente expresada, de que el regalo pudiera no ser del agrado del archiduque, que tendría, aun así, todas las dificultades del mundo en responder con una negativa, pues el rey de portugal afirmaba, en un párrafo estratégico de la carta, que en todo su reino no poseía nada más valioso que el elefante salomón, ya fuera por el sentimiento unitario de la creación divina que relaciona y emparienta a las especies unas con otras, hasta hay quien dice que el hombre fue hecho con las sobras del elefante, ya fuera por los valores simbólico, intrínseco y mundano del animal. Fechada y sellada la carta, el rey dio orden de que se presentara el caballerizo mayor, hidalgo de su plena confianza, al que le resumió la misiva, luego le ordenó que eligiese una escolta digna de su condición pero, sobre todo, a la altura de la responsabilidad de la misión que le había sido encomendada. El hidalgo le besó la mano al rey, que le dijo, con la solemnidad de un oráculo, estas sibilinas palabras, Que seáis tan rápido como el gavilán y tan seguro como el vuelo del águila, Sí, mi señor. Después, el rey cambió de tono y dio algunos consejos prácticos, No necesitáis que os recuerde que podréis mudar de caballos todas las veces que sean necesarias, las postas no están ahí para otra cosa, no es hora de ahorrar, voy a mandar que refuercen las cuadras, y, ya puestos, si es posible, para ganar tiempo, opino que deberéis dormir sobre vuestro caballo mientras él va galopando por los caminos de castilla. El mensajero no comprendió el burlón juego o prefirió dejarlo pasar, y se limitó a decir, Las órdenes de vuestra alteza serán cumplidas punto por punto, empeño en eso mi palabra y mi vida, y se retiró sin dar la espalda, repitiendo las reverencias cada tres pasos. Es el mejor de los caballerizos, dijo el rey. El secretario decidió callar la adulación que supondría responder que el caballerizo mayor no podría ser ni portarse de otra manera, puesto que había sido escogido personalmente por su alteza. Tenía la impresión de haber comentado algo semejante no hacía demasiados días. Ya en aquel momento le vino a la memoria un consejo del padre, Cuidado, hijo mío, una adulación repetida acabará inevitablemente resultando insatisfactoria, y por tanto será como una ofensa. Así pues, el secretario, aunque por razones diferentes a las del caballerizo mayor, prefirió también callarse. Fue durante este breve silencio cuando el rey dio voz, finalmente, a un cuidado que se le había ocurrido al despertar, Estaba pensando, creo que debería ir a ver a salomón, Quiere vuestra alteza que mande llamar a la guardia real, preguntó el secretario, No, dos pajes son más que suficientes, uno para los recados y otro para ir a enterarse de por qué no ha regresado todavía el primero, ah, y también el señor secretario, si me quiere acompañar, Vuestra alteza me honra mucho, por encima de mis merecimientos, Tal vez para que pueda merecer más y más, como su padre, a quien dios tenga en gloria, Beso las manos de vuestra alteza, con el amor y respeto con que besaba las suyas, Tengo la impresión de que eso sí que está por encima de mis merecimientos, dijo el rey, sonriendo, En dialéctica y en respuesta rápida nadie gana a vuestra alteza, Pues mire que hay quien va diciendo por ahí que los hados que presidieron mi nacimiento no me dotaron para el ejercicio de las letras, No todo son letras en el mundo, mi señor, visitar al elefante salomón en este día es, como quizá se acabe diciendo en el futuro, un acto poético, Qué es un acto poético, preguntó el rey, No se sabe, mi señor, sólo nos damos cuenta de que existe cuando ha sucedido, Pero yo, por ahora, sólo he anunciado la intención de visitar a salomón, Siendo palabra de rey, supongo que habrá sido suficiente, Creo haber oído decir que, en retórica, a eso lo llaman ironía, Pido perdón a vuestra alteza, Está perdonado, señor secretario, si todos sus pecados son de esa gravedad, tiene el cielo garantizado, No sé, mi señor, si éste será el mejor tiempo para ir al cielo, Qué quiere decir con eso, Viene por ahí la inquisición, mi señor, se han acabado los salvoconductos de confesión y absolución, La inquisición mantendrá la unidad entre los cristianos, ése es su objetivo, Santo objetivo, sin duda, mi señor, resta saber con qué medios lo alcanzará, Si el objetivo es santo, santos serán también los medios de que se sirva, respondió el rey con cierta aspereza, Pido perdón a vuestra alteza, además, Además, qué, Os ruego que me dispenséis de la visita a Salomón, siento que hoy no sería una compañía agradable para vuestra alteza, No os dispenso, necesito absolutamente de vuestra presencia en el cercado, Para qué, mi señor, si no estoy siendo demasiado osado al preguntar, No tengo luces para comprender si va a suceder lo que llamó acto poético, respondió el rey con una media sonrisa en que la barba y el bigote dibujaban una expresión maliciosa, casi mefistofélica, Espero vuestras órdenes, mi señor, Siendo las cinco, quiero cuatro caballos a la puerta de palacio, recomendad que el que he de montar sea grande, gordo y manso, nunca he sido de cabalgadas, y ahora todavía menos, con esta edad y los achaques que trae, Sí, mi señor, Y elija bien los pajes, que no sean de esos que se ríen por todo y por nada, me dan ganas de retorcerles el cuello, Sí, mi señor.

Sólo partieron pasadas las cinco y media de la tarde porque la reina, al saber de la excursión que se estaba preparando, declaró que también quería ir. Fue difícil convencerla de que no tenía ningún sentido sacar un coche sólo para ir a belén, que era donde se había levantado el cercado para salomón. Y ciertamente, señora, no querréis ir a caballo, dijo el rey, perentorio, decidido a no admitir ninguna réplica. La reina acató la mal disimulada prohibición y se retiró murmurando que salomón no tenía, en todo portugal, incluso en todo el universo mundo, quien le quisiera más. Así se ve como las contradicciones del ser iban en aumento.

Después de haber llamado al pobre animal bestia sin oficio ni beneficio, el peor de los insultos para un irracional a quien en la India hicieron trabajar duramente, sin soldada, años y años, Catalina de Austria exhibía ahora asomos de paladino arrepentimiento que casi la hacen desafiar, por lo menos en las formas, la autoridad de su señor, marido y rey. En el fondo se trataba de una tempestad en un vaso de agua, una pequeña crisis conyugal que inevitablemente se desvanecerá con el regreso del caballerizo mayor, sea cual sea la respuesta que traiga. Si el archiduque acepta el elefante, el problema se resolverá por sí mismo, o mejor, lo resolverá el viaje a Viena, y, si no lo acepta, entonces tendremos que decir, una vez más, con la milenaria experiencia de los pueblos, que, a pesar de las decepciones, frustraciones y desengaños que son el pan de cada día de los hombres y de los elefantes, la vida sigue. Salomón no tiene ninguna idea de lo que le espera, el caballerizo mayor, emisario de su destino, cabalga hacia Valladolid, ya repuesto del mal resultado de la tentativa de dormir sobre la montura, y el rey de Portugal, con su reducida comitiva de secretario y pajes, está llegando a la playa de Belén, enfrente del monasterio de los jerónimos y del cercado de salomón. Dando tiempo al tiempo, todas las cosas del universo acabarán encajando unas en las otras.

Ahí está el elefante. Más pequeño que sus parientes africanos, se adivina, sin embargo, bajo la capa de suciedad que lo cubre, la buena figura con que fue contemplado por la naturaleza. Por qué este animal está tan sucio, preguntó el rey, dónde está el tratador, supongo que tendrá un tratador. Se aproximaba ya un hombre de rasgos hindúes, cubierto con ropas que casi se habían convertido en andrajos, una mezcla de piezas de vestuario de origen y fabricación nacional, mal cubierta o cubriendo mal restos de paños exóticos llegados, con el elefante, en aquel mismo cuerpo, hacía dos años. Era el cornaca. El secretario se dio cuenta enseguida de que el cuidador no había reconocido al rey, y, como la situación no estaba para presentaciones formales, Alteza, permitidme que os presente al cuidador de Salomón, señor hindú, le presento al rey de Portugal, Don Juan, el tercero, que pasará a la historia con el sobrenombre de piadoso, dio orden a los pajes de que entrasen en el vallado e informasen al inquieto cornaca de los títulos y cualidades del personaje de barbas que le estaba dirigiendo una mirada severa, anunciadora de los peores efectos, Es el rey. El hombre se detuvo, como si hubiese sido fulminado por un rayo, e hizo un movimiento como para escapar, pero los pajes lo sujetaron por los harapos y lo empujaron hasta la valla. Desde lo alto de una rústica escalera de mano, colocada en la parte de fuera, el rey observaba el espectáculo con irritación y repugnancia, arrepentido de haber cedido al impulso matutino de hacerle una visita sentimental a un bruto paquidermo, a este ridículo proboscidio de casi cuatro varas de altura que, así lo quiera dios, en breve descargará sus apestosas excrecencias en la pretenciosa viena de austria.

La culpa, por lo menos en parte, le correspondía al secretario, a esa su conversación sobre actos poéticos que todavía le estaba rondando por la cabeza. Miró con aire de desafío al por otras razones estimado funcionario, y éste, como si le hubiese adivinado la intención, dijo, Acto poético, mi señor, es que su alteza haya venido aquí, el elefante es sólo un pretexto, nada más. El rey farfulló cualquier cosa que no pudo ser oída, después dijo en voz firme y clara, Quiero a ese animal limpio ahora mismo. Se sentía rey, era un rey, y la sensación es comprensible si pensamos que nunca dijo una frase igual en toda su vida de monarca. Los pajes le transmitieron al cornaca la voluntad del soberano y el hombre corrió hacia un cobertizo donde se guardaban cosas que parecían herramientas y cosas que tal vez lo fuesen, además de otras que nadie sabría decir para qué servían. Junto al cobertizo se levantaba una construcción de tablas y de teja vana, que debía de ser el alojamiento del tratador. El hombre regresó con un cepillo de raíces de pírgano largo, llenó de agua un balde grande en la artesa que servía de bebedero y se puso manos a la obra. Fue notorio el placer del elefante. El agua y los refriegues del cepillo debían de haberle despertado algún agradable recuerdo, un río en la india, un tronco de árbol rugoso, y la prueba está en que durante todo el tiempo que duró el lavado, una media hora bien contada, no se movió de donde estaba, firme en sus potentes patas, como si hubiera sido hipnotizado. Conocidas como son las excelsas virtudes de la higiene corporal, no sorprendió que en el lugar donde estuvo un elefante apareciera otro. La suciedad que lo cubría antes y que apenas dejaba verle la piel se había esfumado bajo el ímpetu combinado del agua y del cepillo, y salomón se exhibía ahora ante las miradas en todo su esplendor. Bastante relativo, si lo miramos bien. La piel del elefante asiático, y éste es uno de ellos, es gruesa, de color medio ceniza medio café, salpicada de manchas y pelos, una permanente decepción para él mismo, a pesar de los consejos de la resignación, que siempre le indicaba que debía contentarse con lo que era, y diese gracias a vishnú. Se dejaba lavar como si esperase un milagro, como un bautismo, y el resultado estaba ahí, pelos y lunares. Hacía más de un año que el rey no veía al elefante, se le habían olvidado los pormenores, y ahora no le estaba gustando nada el espectáculo que se le ofrecía. Se salvaban los largos incisivos del paquidermo, de una blancura resplandeciente, ligeramente curvos, como dos espadas apuntando hacia delante. Pero lo peor estaba por llegar. De súbito, el rey de portugal, y también de los algarbes, antes en el auge de la felicidad por poder obsequiar nada más y nada menos que a un yerno del emperador carlos quinto, sintió como si estuviera a punto de caerse de la escalera y precipitarse en las fauces insaciables de la ignominia.

He aquí lo que el rey se preguntaba a sí mismo, Y si al archiduque no le gusta, si lo encuentra feo, imaginemos que comienza aceptando el regalo, puesto que no conoce al elefante, y después lo devuelve, cómo soportaré la vergüenza de verme despreciado ante las miradas compasivas o irónicas de la comunidad europea. Qué os parece, qué imagen os da el animal, se decidió el rey a preguntarle al secretario, buscando una tabla de salvación que únicamente de ahí le podría llegar, Bonito o feo, mi señor, son meras expresiones relativas, para la coruja hasta sus corujillos son bonitos, lo que veo desde aquí, extrayendo este caso particular de una ley general, es un magnífico ejemplar de elefante asiático, con todos los pelos y lunares a que está obligado por su naturaleza y que deleitará al archiduque y deslumbrará no sólo a la corte y a la población de viena como, por dondequiera que pase, al común de las gentes. El rey suspiró de alivio, Supongo que tendrá razón, Espero tenerla, mi señor, si de la otra naturaleza, la humana, conozco algo, y si vuestra alteza me lo per- mite, me atrevería a decir que este elefante con pelo y pintas acabará convirtiéndose en un instrumento político de primer orden para el archiduque de austria, si es tan astuto como deduzco por las pruebas que hasta ahora ha dado, Ayudadme a bajar, esta conversación me marea. Con la ayuda del secretario y de los dos pajes, el rey logró descender sin mayores dificultades los pocos peldaños que había subido. Respiró hondo cuando sintió tierra firme debajo de los pies y, sin motivo aparente, salvo, digamos tal vez, ya que todavía es demasiado pronto para saberlo a ciencia cierta, la súbita oxigenación de la sangre y la consecuente renovación de la circulación en el interior de la cabeza, le hizo pensar algo que en circunstancias nor- males seguramente nunca se le habría ocurrido. Y fue, Este hombre no puede ir a viena con semejante aspecto, cubierto de andrajos, ordeno que le hagan dos trajes, uno para el trabajo, para cuando tenga que andar encima del elefante, y otro de representación social para no hacer mal papel en la corte austriaca, sin lujos, pero digno del país que lo manda, Así se hará, mi señor, Y, a propósito, cómo se llama. Se despachó a un paje para que se enterara, y la respuesta, transmitida por el secretario, dio más o menos lo siguiente, subhro. Subro, repitió el rey, qué demonios de nombre es ése, Con hache, mi señor, por lo menos es lo que él dice, aclaró el secretario, Deberíamos haberlo llamado Joaquín cuando llegó a Portugal, refunfuñó el rey.

(Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal).

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