Expedición de catalanes y aragoneses al Oriente

Expedición de catalanes y aragoneses al Oriente

by Francisco de Moncada
Expedición de catalanes y aragoneses al Oriente

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by Francisco de Moncada

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Overview

Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos se imprimió en 1623, si bien la dedicatoria lleva fecha de 1620. Como fuente utiliza la Crónica medieval en catalán de Ramón Muntaner, pero tiene en cuenta otras diversas fuentes nacionales y griegas para aquilatar los puntos dudosos. Es, pues, un historiador riguroso que contrasta fuentes, pero también un hábil escritor de elegante estilo y un político atento que sabe utilizar el pasado para extraer consecuencias al presente. Su frase, por otra parte, parece evocar la de Salustio y Tito Livio.

Product Details

ISBN-13: 9788498977578
Publisher: Linkgua
Publication date: 09/01/2012
Series: Historia-Viajes , #257
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 182
File size: 1 MB
Language: Spanish

About the Author

Francisco de Moncada, conde de Osona, fue hijo y heredero del segundo marqués de Aitona. Nacido tal vez en diciembre de 1586, desempeñó diversas misiones al servicio de los reyes Felipe II y Felipe III, siendo en diversas épocas Consejero de Estado y Guerra del primero, gobernador y virrey de Flandes, y representante de la Corona española ante la corte de Alemania. Su exposición histórica, clara, realista y detallada, cae a veces en ingenuidades y exageraciones, lo que hace que su narración se acerque en gran medida a la tradición que los libros de caballerías venían manteniendo. No obstante, el carácter épico y aún novelesco del relato no adultera en esencia la historicidad de la Expedición, haciéndole ganar en cambio en interés, de modo que hoy puede leerse no sólo como historia sino también como apasionante aventura literaria. Mostró pronto interés en las humanidades, y en Flandes y Viena ejerció delicadas labores diplomáticas para el rey Felipe IV y el conde duque de Olivares. Se casó con Margarita deCastro y Cervellón, Baronesa de la Laguna, y fue embajador en Alemania. Tuvo una delicada misión secreta en Cataluña como conciliador y asistió a la Dieta de Hungría, en que se coronó rey de aquel país el archiduque Fernando. Después fue a los Países Bajos como embajador extraordinario junto a la infanta Isabel Clara, en un momento difícil para la Corona de España. A la muerte de la infanta quedó él mismo como gobernador de los Países Bajos, obteniendo algunas victorias militares. Murió en Goch, en 1635. Felipe IV dijo de él que era "ministro de muchas prendas y tal que no veo hoy otro que le iguale".

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Expedición de Catalanes y Aragoneses al Oriente


By Francisco De Moncada

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red-ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-757-8



CHAPTER 1

LIBRO PRIMERO PROEMIO


Mi intento es escribir la memorable Expedición y Jornada, que los catalanes y aragoneses hicieron a las provincias de Levante, cuando su fortuna y valor andaban compitiendo en el aumento de su poder y estimación, llamados por Andrónico Paleólogo emperador de griegos, en socorro y defensa de su imperio y casa. Favorecidos y estimados en tanto que las armas de los turcos le tuvieron casi oprimido, y temió su perdición y ruina; pero después que por el esfuerzo de los nuestros quedó libre de ellas, mal tratados y perseguidos con gran crueldad y fiereza bárbara; de que nació la obligación natural de mirar por su defensa y conservación, y la causa de volver sus fuerzas invencibles contra los mismos griegos, y su príncipe Andrónico; las cuales fueron tan formidables, que causaron temor y asombro a los mayores príncipes de Asia y Europa, perdición y total ruina a muchas naciones y provincias, y admiración a todo el mundo. Obra será esta, aunque pequeña por el descuido de los antiguos, largos en hazañas, cortos en escribirlas, llena de varios y extraños casos, de guerras continuas en regiones remotas y apartadas con varios pueblos y gentes belicosas, de sangrientas batallas y victorias no esperadas, de peligrosas conquistas acabadas con dichoso fin por tan pocos y divididos catalanes y aragoneses, que al principio fueron burla de aquellas naciones, y después instrumento de los grandes castigos que Dios hizo en ellas. Vencidos los turcos en el primer aumento de su grandeza otomana, desposeídos de grandes y ricas provincias de la Asia menor, y a viva fuerza y rigor de nuestras espadas encerrados en lo más áspero y desierto de los montes de Armenia. Después vueltas las armas contra los griegos, en cuyo favor pasaron, por librarse de una afrentosa muerte, y vengar agravios que no se pudieran disimular sin gran mengua de su estimación y afrenta de su nombre. Ganados por fuerza muchos pueblos y ciudades, desbaratados y rotos poderosos ejércitos, vencidos y muertos en campo reyes y príncipes, grandes provincias destruidas y desiertas, muertos, cautivos, o desterrados sus moradores; venganzas merecidas más que lícitas. Tracia, Macedonia, Tesalia, y Beocia penetradas y pisada a pesar de todos los príncipes y fuerzas del Oriente, y últimamente muerto a sus manos el duque de Atenas con toda la nobleza de sus vasallos, y de los socorros de franceses y griegos ocupado su estado, y en él fundado un nuevo señorío. En todos estos sucesos no faltaron traiciones, crueldades, robos, violencias, y sediciones, pestilencia común, no solo de un ejército colecticio y débil por el corto poder de la suprema cabeza, pero de grandes y poderosas monarquías. Si como vencieron los catalanes a sus enemigos, vencieran su ambición y codicia, no excediendo los límites de lo justo, y se conservaran unidos, dilataran sus armas hasta los últimos fines del Oriente, y viera Palestina y Jerusalén, segunda vez las banderas cruzadas. Porque su valor y disciplina militar, su constancia en las adversidades, sufrimiento en los trabajos, seguridad en los peligros, presteza en las ejecuciones, y otras virtudes militares las tuvieron en sumo grado, en tanto que la ira no las pervirtió. Pero el mismo poder que Dios les entregó para castigar y oprimir tantas naciones, quiso que fuese el instrumento de su propio castigo. Con la soberbia de los buenos sucesos, desvanecidos con su prosperidad, llegaron a dividirse en la competencia del gobierno; divididos a matarse, con que se encendió una guerra civil, tan terrible y cruel, que causó sin comparación mayores daños y muertes, que las que tuvieron con los extraños.


Capítulo I. Estado de los reinos y reyes de la casa de Aragón por este tiempo

Antes de dar principio a nuestra historia, importa para su entera noticia decir el estado en que se hallaban las provincias y reyes de Aragón, sus ejércitos y armadas, sus amigos y enemigos; principios necesarios para conocer donde se funda la principal causa de esta expedición. El rey don Pedro de Aragón, a quien la grandeza de sus hechos dio renombre de Grande, hijo de don Jaime el Conquistador fue casado con Gostanza hija de Manfredo rey de Sicilia, a quien Carlos de Anjou con ayuda del pontífice romano, enemigo de la sangre de Federico emperador, quitó el reino y la vida. Quedó Carlos con su muerte príncipe y rey de las dos Sicilias, y más después que el infeliz Coradino, último príncipe de la casa de Suevia, roto y deshecho, vino preso a sus manos, y por su orden y sentencia, se le cortó la cabeza en público cadalso, para eterna memoria de una vil venganza, y ejemplo grande de la variedad humana. Don Pedro rey de Aragón no se hallaba entonces con fuerzas para poder tomar satisfacción de la muerte de Manfredo y Coradino, ni después de ser rey le dieron lugar las guerras civiles, porque los moros de Valencia andaban levantados, y los Barones y ricos hombres de Cataluña estaban desavenidos y mal contentos; y también porque mostrándose enemigo declarado de Carlos, provocaba contra sí las armas de Francia, y las de la Iglesia, formidables por lo que tienen de divinas; los reinos de Sicilia y Nápoles lejos de los suyos, sus armas ocupadas en defenderse de los enemigos más vecinos. Todas estas dificultades detenían el ofendido ánimo del rey, pero no de manera, que borrasen la memoria del agravio. En unas vistas que tuvo con el rey de Francia Felipe su cuñado, entrevino Carlos hijo del rey de Nápoles, y deseando el rey de Francia que fuesen amigos y se hablasen, siempre don Pedro se excusó, y mostró en el semblante el pesar y el disgusto que tenía en el corazón, de que todos quedaron mal satisfechos y desabridos, y sin duda entonces Carlos se previniera y armara, si creyera que las fuerzas del rey de Aragón fueran iguales a su ánimo y pensamiento. Pero el cielo se las dio bastantes para tomar entera y justa satisfacción de la sangre inocente de Coradino por medios tan ocultos, que no se supieron hasta que la misma ejecución los publicó.

Los míseros Sicilianos incitados de la insolencia Francesa, desenfrenada en su afrenta y deshonor, tomaron las armas, y con aquel famoso hecho que comúnmente llaman Vísperas Sicilianas, sacudieron de la cerviz pública el insufrible yugo de los franceses, y de Carlos, que injustamente los oprimía, dejándoles al arbitrio y sujeción de ministros injustos; causa que las más veces produce mudanzas en los estados, y casos miserables en sus príncipes. Acudió luego Carlos con poderoso ejército a castigar el atrevimiento y rebeldía de los súbditos. Ellos viendo cerrada la puerta a toda piedad y clemencia, pusieron la esperanza de su remedio y amparo en don Pedro rey de Aragón, que en esta sazón se hallaba en África, como verdadero príncipe cristiano, con ejército victorioso y triunfante de muchos Jeques y reyes de Berbería, asistidos de la mayor parte de la nobleza y soldados de sus reinos. Llegaron ante su presencia los embajadores de Sicilia, llenos de lagrimas, luto y sentimiento; bastantes con esta triste demostración a mover no solo el ánimo de un rey ofendido por particular agravio, pero el de cualquier otro que como hombre sintiera. Acordáronle la muerte desdichada de Manfredo, y la afrentosa de Coradino, facilitáronle la venganza con ayuda de los pueblos de Sicilia, tan aficionados a su nombre y enemigos del de Francia. Últimamente le propusieron el estado peligroso de su libertad, vidas y haciendas, si no les amparaba su valor; porque ya Carlos estaba sobre Mecina, y amenazaba el rigor de su castigo un lastimoso fin a todo el reino. Movido de estas razones y de las que su venganza le ofrecía, acudió antes que su fama a Trapana con todo su poder, y fue con tanta presteza sobre su enemigo, que apenas supo Carlos que venía, cuando vio sus armas, y se halló forzado a levantar el sitio y retirarse afrentosamente a Calabria.

Con este hecho el Pontífice como amigo, y el rey de Francia como deudo, descubiertamente se mostraron favorecedores de Carlos, y enemigos de don Pedro, y tomaron contra él las armas. El rey de Castilla que por él deudo y amistad debiera ayudarle, se salió a fuera, y se inclinó a seguir el mayor poder. Don Jaime rey de Mallorca, su hermano, también le desamparó, dando ayuda y pasó por sus estados a sus contrarios, aunque se excusó con las débiles fuerzas de su reino, desiguales a la defensa y oposición de tan poderoso enemigo; disculpa con que muchas veces los príncipes pequeños, encubren lo mal hecho, atribuyendo a la necesidad lo que es ambición. Don Pedro con esto se halló sin amigos, solo acompañado de su valor, fortuna, y razón de satisfacer el ultraje y afrenta de su casa. Al tiempo que le juzgaron todos por perdido, venció a sus enemigos varias veces, reforzados de nuevas ligas y socorros, todo los deshizo y humilló en mar, en tierra. Mantuvo el nombre de Aragón en gran reputación y fama, y fue el primer rey de España, que puso sus banderas vencedoras en los reinos de Italia, sobre cuyo fundamento hoy se mira levantada su monarquía. Echado Carlos de Sicilia, intentó con mayor poder reducirla a su obediencia, y en esta hubo grandes y notables acontecimientos; pero siempre la casa de Aragón, se aseguró en el reino con victorias, no solo contra el poder de Carlos, pero de todos los mayores príncipes de Europa que le ayudaban.

Murieron ambos reyes competidores en la mayor furia y rigor de la guerra, y por derecho de sucesión heredó a Carlos rey de Nápoles, su hijo primogénito del mismo nombre, que en este tiempo se hallaba preso en Cataluña. A don Pedro rey de Aragón sucedieron sus dos hijos, Alfonso mayor en los reinos de España, Jaime en el de Sicilia. Prosiguiose la guerra hasta la muerte de Alfonso, que por morir sin hijos fue don Jaime llamado a la sucesión, y hubo de venir a estos reinos, dejando en Sicilia a don Fadrique su hermano, para que la gobernase y defendiese en su nombre. Después de su vuelta a España don Jaime, recuperadas algunas fuerzas de sus reinos, renunció el de Sicilia a la Iglesia, temiendo que las armas Castellanas, Francesas y Eclesiásticas a un mismo tiempo no le acometiesen, y persuadido de su madre Gostanza, que como mujer de singular santidad, quiso más que su hijo perdiese el reino, que alargar más tiempo el reconciliarse con la Iglesia. Enviáronse a Sicilia para poner en efecto la renunciación embajadores de parte de don Jaime y de Gostanza, y entregar el reino a los Legados del pontífice romano. Pero la gente de guerra y los naturales indignados de la facilidad, con que su rey renunciaba lo que con tanto trabajo y sangre se había adquirido y sustentado, y les entregaba tan sin piedad a sus enemigos, de quien forzosamente habían de temer servidumbre y muerte; pareciéndoles a los Sicilianos cierto el peligro, y a los catalanes y aragoneses mengua de reputación, que lo que no pudieron las armas de sus contrarios alcanzar en tantos años, se alcanzase por una resolución de un rey mal aconsejado, volvieron a tomar las armas, y oponiéndose a los Legados, persuadieron a don Fadrique como verdadero sucesor del padre y del hermano, que se llamase rey, y tomase a su cargo la defensa común.

Fue fácil de persuadir un príncipe de ánimo levantado, en lo más florido de su juventud, y que por otro medio no podía dejar ser vasallo y sujeto a las leyes del hermano: ocasión bastante, cuando no fuera ayudada de tanta razón, a precipitar los pocos años de don Fadrique. Llamose rey, y como a tal le admitieron y coronaron. Previnose para la guerra cruel que le amenazaba, asistido de buenos soldados, y del pueblo fiel y pronto a su conservación, teniéndole por segundo libertador de la Patria. Opusose luego a Carlos su mayor y más vecino enemigo, al papa que amparaba y defendía su causa, y al rey don Jaime, que de hermano se le declaró enemigo, cuyas fuerzas juntas le acometieron y vencieron en batalla naval, con que la guerra se tuvo por acabada, y don Fadrique por perdido. Pero la oculta disposición de la providencia divina, que algunas veces fuera de las comunes esperanzas muda los sucesos para que conozcamos que sola ella gobierna y rige, don Fadrique se mantuvo en su reino, con universal contento de los buenos, asombro y terror de sus enemigos, y gloria de su nombre.

Deshizose poco después la liga, por apartarse de ella don Jaime rey de Aragón, con gran sentimiento y quejas de sus aliados, porque sin las fuerzas de Aragón parecía cosa fatal y casi imposible vencer un rey de su misma casa, y la experiencia lo mostró, pues apartado don Jaime de la liga, siempre los enemigos de don Fadrique fueron perdiendo, y el acreditándose con victorias, hasta forzarles a tratar de paces quedándose con el reino; cosa que de solo pensarla se ofendían. Concluyeronse después de algunas contradicciones, y se establecieron con mayor firmeza con el casamiento, que luego se hizo de Leonor hija de Carlos con don Fadrique, con que el reino quedó libre y sin recelo de volver a la servidumbre antigua, y el rey pacífico señor del estado que defendió con tanto valor. El rey don Jaime su hermano sustentaba sus reinos de Aragón, Cataluña, y Valencia con suma paz y reputación, amado de los súbditos, temido de los infieles, poderoso en la mar, servido de famosos capitanes, aguardando ocasión de engrandecer su corona a imitación de sus pasados. El rey de Mallorca príncipe el menor de la casa de Aragón gozaba pacíficamente el señorío de Mompelier, Condados de Rosellón, Cerdaña, y Conflent, difíciles de conservar, por esta divididos, y tener vecinos más poderosos, entre quien siempre fueron fluctuando sus pequeños reyes; pero por este tiempo vivía con reputación, y con igual fortuna que los otros reyes de su casa.


Capítulo II. Elección de general

Tenían los reinos de Aragón, Mallorca y Sicilia el estado que habemos referido, cuando los soldados viejos, y capitanes de opinión, que sirvieron al gran rey don Pedro, a don Jaime su hijo, y últimamente a don Fadrique en esta guerra de Sicilia, juzgándola ya por acabada, hechas las paces más seguras por el nuevo casamiento de Leonor con Fadrique, vínculo de mayor amistad entre los poderosos, en tanto que el interés y la ambición no le disuelven y deshacen, deshecho causa de más viva enemistad y odios implacables, pareciéndoles que no se podía esperar por entonces ocasión de rompimiento y guerra, trataron de emprender otra nueva contra infieles y enemigos del nombre cristiano en provincias remotas y apartadas. Porque era tanto el esfuerzo y valor de aquella milicia, y tanto el deseo de alcanzar nuevas glorias y triunfos, que tenían a Sicilia por un estrecho campo para dilatar engrandecer su fama; y axial, determinaron de buscar ocasiones arduas, trances peligrosos, para que esta fuese mayor y más ilustre.

Ayudaban a poner en ejecución tan grandes pensamientos dos motivos, fundados en razón de su conservación. El primero fue la poca seguridad que había de volver a España su patria, y vivir con reputación ella, por haber seguido las partes de don Fadrique con tanta obstinación contra don Jaime su rey y señor natural; que auque don Jaime no era príncipe de ánimo vengativo, y se tenía por cierto, que pues en la furia de la guerra contra su hermano no consintió que se diesen por traidores los que le siguieron, menos quisiera castigar a sangre fría lo que pudo, y no quiso en el tiempo que actualmente le estaban ofendiendo, siguiendo las banderas de su hermano contra las suyas. Pero la Majestad ofendida del príncipe natural, aunque remita el castigo, queda siempre viva en el ánimo la memoria de la ofensa; y aunque no fuera bastante para hacerles agravios, por lo menos impidiera el no servirse de ellos en los cargos supremos: cosa indigna de lo que merecían sus servicios, nobleza y cargos administrados en paz y guerra. El segundo motivo, y el que más le obligó a salir de Sicilia, fue ver al rey imposibilitado de poderles sustentar con la largueza que antes, por estar la hacienda real y reino destruidos por una guerra de veinte años, y ellos acostumbrados a gastar con exceso la hacienda ajena como la propia cuando les faltaban despojos de pueblos y ciudades vencidas. Como entre ambas cosas cesaron hechas las paces, y fenecida la guerra, juzgaron por cosa imposible reducirse a vivir con moderación.

El rey don Fadrique, y su padre y hermano, con su asistencia en la guerra, y como testigos de las hazañas, industria y valor de los súbditos, pocas veces se engañaron en repartir las mercedes; porque dieron más crédito a sus ojos, que a sus oídos, y siempre el premio a los servicios, y no al favor. Con esto faltaban en sus reinos quejosos y mal contentos, pero no pudieron dar a todos los que le sirvieron estados y haciendas, con que algunos quedaron con menos comodidad que sus servicios merecían. Pero como vieron que los reyes dieron con suma liberalidad y grandeza lo que lícitamente pudieron a los más señalados capitanes, atribuyeron solo a su desdicha, y a la virtud, y valor incomparable de los que fueron preferidos, el hallarse inferiores.

Estas fueron las causas que movían los ánimos en común para tratar de engrandecer en nuevas empresas y conquistas. Los más principales capitanes que animaban y alentaban a los demás, fueron cuatro, debajo de cuyas banderas, sirvieron Roger de Flor vicealmirante de Sicilia, Berenguer de Entenza, Fernán Jiménez de Arenos, ambos ricos hombres, y Berenguer de Rocafort; todos conocidos y estimados por soldados de grande opinión. Comunicaron sus pensamientos entre sus valedores y amigos, y hallándoles con buena disposición y ánimo de seguirles en cualquier jornada, se resolvieron de emprender la que pareciese más útil y honrosa. Para la conclusión de este trato se juntaron en secreto, y antes de discutir sobre su expedición, quisieron darle cabeza; porque sin ella fuera inútil cualquier consejo y determinación, faltando quien puede y debe mandar. Con acuerdo común de los que para esto se juntaron, fue nombrado por general Roger de Flor vicealmirante, poderoso en la mar, valiente y estimado soldado, práctico y bien afortunado marinero, persona que en riquezas y dinero excedía a todos los demás capitanes; causa principal de ser preferido.


Capítulo III. Quién fue Roger de Flor

Nació Roger de Flor, a quien los nuestros eligieron pro general y suprema cabeza, en Brindiz de padres nobles, su padre fue Alemán, llamado Ricardo de Flor, cazador del emperador Federico su madre Italiana, y natural del mismo lugar. Murió Ricardo en la batalla que Carlos de Anjou tuvo con Coradino, cuyas partes seguía, por ser nieto de Federico su príncipe y señor. Carlos insolente con la victoria, después de haber cortado la cabeza a Coradino, confiscó las haciendas de todos los que tomaron las armas en su ayuda. Con esta pérdida quedó Roger y su madre con suma pobreza, y con la misma se crió hasta la edad de quince años, que un caballero francés, religioso del Temple, llamado Yassaill, se le aficionó con ocasión de asistir en Brindiz, con el Halcón nave del Temple, cuyo capitán era. Navegó juntamente con él Roger algunos años, y ganó tan buena opinión en el ejercicio que profesaba, que la religión le recibió por suyo, dándole el hábito de fray sargento, en aquel tiempo casi igual al de caballero. con él Roger comenzó a ser conocido y temido en todo el mar de Levante, al tiempo que Prolemayde, dicha por otro nombre Acre, se rendid a las armas de Melech Taseraf Sultán de Egipto, Roger, como refiere Pachimerio, era uno de los asistían en un Convento del Temple; y viendo que la ciudad no se podía defender, recogió muchos cristianos en un navío, con la hacienda que pudieron escapar de la crueldad y furia de los bárbaros.

No le faltaron a Roger enemigos de su misma religión, que envidiosos de sus buenos sucesos, le descompusieron con su maestre, haciéndole cargo que se había aprovechado por caminos no debidos a su profesión, y defraudado los derechos comunes, y alzádose con todos los despojos del saco de Acre; que como ya esta célebre y famosa religión se hallaba en su última vejez, y cerca de su fin, sus partes se habían enflaquecido con los vicios de la mucha edad y tiempo. La envidia, la avaricia, y ambición habían ocupado sus ánimos en lugar del antiguo valor, y de la mucha conformidad, y piedad cristiana, que los hizo tan estimados y venerados en todas las provincias.

Quiso el maestre con esta primera acusación prenderle, pero Roger tuvo alguna noticia de estos intentos, y conociendo la codicia de su cabeza, y ruindad de sus hermanos, no le pareció aguardar en Marsella, donde a la sazón se hallaba, sino retirarse a lugar más seguro, y dar tiempo a que la falsa y siniestra acusación se desvaneciese. Retirose a Génova, donde ayudado de sus amigos, y particularmente de Ticin de Oria, armó una galera, y con ella fue a Nápoles, y ofreciese al servicio de Roberto duque de Calabria, a tiempo que se prevenía y armaba para la guerra contra don Fadrique. Hizo Roberto poco caso de su ofrecimiento, y del ánimo con que se le ofrecía, juzgándole por tan corto como el socorro. Obligó a Roger este desprecio a que se fuese a servir a don Fadrique su enemigo, de quien fue admitido con muchas muestras de amor y agradecimiento: efectos no solo de su ánimo generoso, y condición apacible para con los soldados, pero de la fuerza de la necesidad dde la guerra; porque no fuere cordura desechar al que voluntariamente ofrece su servicio en tiempos tan apretados, como en los que corren riesgo la vida y libertad, y cuando se apartan los mayores amigos, y obligados. El que llega a ser amigo en los peligros y cuando el príncipe es acometido de armas más poderosas, sin obligación de naturaleza y fidelidad de súbdito, debe ser admitido y honrado, aunque le traiga su propio interés, o algún desprecio, o agravio del contrario, que cuanto más ofendido, más útil y seguro será su servicio.


(Continues...)

Excerpted from Expedición de Catalanes y Aragoneses al Oriente by Francisco De Moncada. Copyright © 2015 Red-ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 9,
A DON JUAN DE MONCADA, 11,
AL LECTOR, 11,
LIBRO PRIMERO, 15,
PROEMIO, 17,
LIBROS A LA CARTA, 181,

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