Gente común perdidos y hallados: Encuentros con el Dios viviente

Gente común perdidos y hallados: Encuentros con el Dios viviente

by Max Lucado
Gente común perdidos y hallados: Encuentros con el Dios viviente

Gente común perdidos y hallados: Encuentros con el Dios viviente

by Max Lucado

eBook

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Overview

Gente Común. Quizá escuchaste sus nombres en la Escuela Dominical durante la infancia. No siempre son los campeones o están en las ilustraciones del sermón. Tal vez no estuvieron al pie de la cruz ni fueron suspendidos en su propia cruz junto a Jesús, pero salpican las páginas de la Biblia, recordándonos que no estamos solos.

Como tú y como yo, eran personas comunes y corrientes que cometían errores y afrontaban dificultades. Enfrentaron su propio pecado y se encontraron cara a cara con Dios, quien no solo limpia los pecados, sino que convierte aquello común y corriente en extraordinario. Descubrieron que todo cambia al encontrarse con el Dios viviente.

Profundiza en la vida de más de veinte personajes bíblicos sumamente fascinantes, a través de una inspiradora selección de las obras del exitoso autor Max Lucado. Este tomo es el complemento ideal para el libro Gente Común. Incluye nuevos personajes y sus motivadoras historias.

 


Product Details

ISBN-13: 9781602558229
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 03/04/2013
Sold by: HarperCollins Publishing
Format: eBook
Pages: 256
File size: 612 KB
Language: Spanish

About the Author

About The Author

Desde que entró en el ministerio en 1978, MAX LUCADO ha servido en iglesias de Miami, Florida; Río de Janeiro, Brasil; y San Antonio, Texas. Actualmente sirve como ministro de enseñanza de la Iglesia Oak Hills en San Antonio. Ha recibido el Premio Pinnacle 2021 de la ECPA por su destacada contribución a la industria editorial y la sociedad en general. Es el autor inspirador más vendido de Estados Unidos, con más de ciento cuarenta y cinco millones de productos impresos.

Siga su sitio web en librosdelucado.com

Read an Excerpt

Gente común PERDIDOS Y HALLADOS

Encuentros con el Dios viviente
By Max Lucado

Grupo Nelson

Copyright © 2013 Grupo Nelson
All right reserved.

ISBN: 978-1-60255-822-9


Chapter One

JAIRO

* * *

Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una gran multitud; y él estaba junto al mar. Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá. Fue, pues, con él ...

Mientras él aún hablaba, vinieron de casa del principal de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?

Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente.

Y no permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de Jacobo. Y vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y lamentaban mucho. Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente. Pero él les mandó mucho que nadie lo supiese, y dijo que se le diese de comer.

—Marcos 5.21–24, 35–43

Ver lo invisible

A noche intenté enseñar a mis hijas a ver con sus ojos cerrados. Le pedí a Jenna, la de ocho años, que fuera a un lado de la sala. A Andrea, la de seis, le dije que se parara del otro lado. Sara, la de tres años y yo nos sentamos en el sofá en el medio y observamos. A Jenna le tocaba cerrar los ojos y caminar. A Andrea le tocaba servir de ojos a Jenna y guiarla de manera segura hasta el otro lado de la habitación.

Usando frases como: «Da dos pasos de bebé hacia la izquierda» y «Cuatro pasos gigantes hacia adelante», Andrea guió exitosamente a su hermana a través de un traicionero laberinto de sillas, una aspiradora y una cesta de ropa.

Luego le tocó a Jenna. Ella guió a Andrea hasta pasar la lámpara favorita de su mamá y le gritó justo a tiempo para evitar que chocara con la pared cuando pensó que su pie derecho era el izquierdo.

Luego de varias expediciones por la oscuridad, se detuvieron y procesamos los datos.

«No me gustó», se quejó Jenna. «Causa temor ir hacia un lugar que no se puede ver».

«Tenía miedo de caer», asintió Andrea. «Me la pasé dando pasitos para estar segura».

Me siento identificado ¿y tú? A nosotros los adultos tampoco nos gusta la oscuridad. Pero andamos en ella. Al igual que Jenna, a menudo nos quejamos del temor que nos produce caminar hacia un lugar que no podemos ver. Y al igual que Andrea, frecuentemente damos pasos tímidos para no caer.

Tenemos motivos para ser precavidos: estamos ciegos. No podemos ver el futuro. No vemos absolutamente nada más allá del presente. No puedo decirte con certeza que viviré el tiempo que sea necesario para poder acabar este párrafo. (¡Puf, lo logré!) Tampoco puedes decirme si tú vivirás el tiempo que sea necesario para leer el siguiente. (¡Espero que lo logres!)

No me refiero a ser corto de vista ni a tener la vista obstruida; me refiero a la ceguera opaca. No me refiero a una condición que se pasa con la niñez; estoy describiendo una condición que solo se va con la muerte. Somos ciegos. Ciegos al futuro.

Es una limitación común a todos. Los ricos son tan ciegos como los pobres. A los cultos les falta tanto la vista como a los incultos. Y los famosos saben tan poco sobre el futuro como los desconocidos.

Ninguno de nosotros sabe cómo resultarán nuestros hijos. Nadie sabe qué día morirá. Ninguno sabe con quién se casará o aun si el matrimonio le aguarda o no. Somos universal, absoluta e inalterablemente ciegos.

Todos somos Jenna con sus ojos cerrados, tanteando por una habitación oscura, tratando de escuchar una voz conocida, pero hay una diferencia. Su entorno es conocido y amistoso. El nuestro puede ser hostil y fatal. Su mayor temor es tropezar y lastimarse el dedo. Nuestro mayor temor es más amenazante: Cáncer, divorcio, soledad, muerte.

Y por más que intentemos andar en línea recta, lo más probable es que tropecemos y nos lastimemos.

Pregúntale a Jairo. Él es un hombre que ha hecho todo lo posible por andar en rectitud. Pero cuyo camino había presentado un repentino viraje hacia una cueva. Una cueva oscura. Y él no desea entrar a solas.

Jairo es el líder de la sinagoga. Eso tal vez no signifique mucho para ti y para mí, pero en los días de Cristo el líder de la sinagoga era el hombre más importante de la comunidad. La sinagoga era el centro de la religión, la educación, la dirección y la actividad social. El líder de la sinagoga era el líder religioso mayor, el profesor de mayor rango, el alcalde y el ciudadano de mayor renombre, todo eso en uno.

Jairo lo tiene todo. Seguridad de empleo. Una acogida asegurada en la cafetería. Un plan de jubilación. Golf todos los jueves y un viaje anual pago a la convención nacional.

¿Quién pudiera pedir más? Y sin embargo Jairo quiere más. Necesita pedir más. De hecho cambiaría todo el paquete de beneficios y privilegios por una sola seguridad: Que su hija viva.

El Jairo que vemos en esta historia no es el líder cívico de visión clara, túnica negra y bien arreglado. En lugar de eso es un hombre ciego rogando por un regalo. Cayó a los pies de Jesús «y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá» (Mr 5.23).

Él no regatea con Jesús. («Hazme un favor y veré que cuiden de ti de por vida».) Él no negocia con Jesús. («Los tipos de Jerusalén están un poco irritados por causa de tus extravagancias. Te propongo algo, arréglame este problema y haré algunas llamadas ...».) No presenta excusas. («Por lo general, no estoy tan desesperado, Jesús, pero tengo un pequeño problema».)

Simplemente ruega.

Existen momentos en la vida en los cuales todo lo que tú tengas para ofrecer no es nada en comparación con lo que necesitas recibir. Jairo se encontraba en una situación semejante. ¿Qué pudiera ofrecer un hombre a cambio de la vida de su hija? De manera que no hay juegos. No hay regateo. No hay mascaradas. La situación es absolutamente simple: Jairo está ciego ante el futuro y Jesús conoce el futuro. Por eso pide su ayuda.

Jesús, que ama un corazón sincero, accede a brindársela.

Y Dios, que sabe lo que significa perder a un hijo, da poder a su hijo.

Pero antes de que Jesús y Jairo logren avanzar mucho, son interrumpidos por emisarios que vienen de su casa.

«Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?» (v. 35).

Prepárate. Agárrate fuerte. Este es el lugar donde la historia se vuelve conmovedora. Jesús cambia de ser guiado por Jairo a guiarlo a Él, de ser convencido por Jairo a convencer a Jairo. De ser admirado a recibir burlas, de ayudar a la gente a echar a la gente.

Este es el momento en el que Jesús toma el control.

«Sin hacer caso de lo que decían ...» (v. 36 NVI).

¡Me agrada esa frase! Describe el principio crítico necesario para poder ver lo invisible: No hagas caso a lo que diga la gente. Ignóralos. Apágalos. Cierra tus oídos. Y, de ser necesario, aléjate.

Ignora a los que te digan que es demasiado tarde para volver a empezar.

No les concedas importancia a los que digan que tú nunca llegarás a nada.

Haz oídos sordos a los que digan que te falta inteligencia, velocidad, altura o tamaño ... Simplemente, ignóralos.

La fe en ocasiones comienza cuando nos metemos algodón en los oídos.

Jesús mira inmediatamente a Jairo y le ruega: «No temas, cree solamente» (v. 36).

Jesús insta a Jairo para que vea lo invisible. Cuando Jesús dice: «Cree solamente ...», está implorando: «No limites tus posibilidades a lo visible. No trates de escuchar solo lo audible. No seas controlado por lo lógico. ¡Cree que en la vida hay más que lo que se ve!».

«Confía en mí», implora Jesús. «No temas, cree solamente».

Un padre en las Bahamas expresó el mismo ruego a su pequeño hijo que estaba atrapado en una casa que se incendiaba. La estructura de dos pisos estaba envuelta en llamas y la familia (el padre, la madre y varios hijos) estaba saliendo cuando el niño menor aterrorizado volvió a correr hacia arriba. Su padre que estaba afuera, le gritó: «¡Salta, hijo, salta! Yo te atraparé». El niño gritó: «Pero papá, no puedo verte». «Lo sé», gritó su padre, «pero yo sí te veo».

El padre podía verlo, aun cuando el hijo no pudiera.

Un ejemplo similar de fe fue encontrado en la pared de un campo de concentración. Sobre ella un prisionero había grabado las siguientes palabras:

Creo en el sol, aunque no brille.
Creo en el amor, aunque no sea expresado.
Creo en Dios, aunque no hable.

Intento imaginar a la persona que trazó esas palabras. Imagino una mano esquelética agarrando el vidrio roto o la piedra que haya utilizado para marcar la pared. Trato de imaginar sus ojos esforzándose por ver en la oscuridad mientras tallaba cada letra. ¿Qué tipo de mano puede haber grabado tal convicción? ¿Qué ojos pueden haber visto bondad en medio de tanto horror?

Solo hay una respuesta posible: Ojos que escogieron ver lo invisible.

Como escribió Pablo: «No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Co 4.18).

Jesús le está pidiendo a Jairo que vea lo invisible. Que elija. Vivir según los hechos o ver por fe. Cuando nos golpea la tragedia, también debemos optar por lo que veremos. Podemos ver la herida o podemos ver al Sanador.

La decisión es nuestra.

Jairo escogió. Optó por la fe en Jesús. Y la fe en Él lo condujo a su hija.

Al llegar a la casa Jesús y Jairo se encuentran con un grupo de gente que hacían duelo. Jesús se preocupa por sus llantos. Le molesta que expresen tanta ansiedad por causa de la muerte. «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme» (v. 39).

Esa no es una pregunta retórica. Es sincera. Desde su perspectiva, la niña no está muerta. Solo duerme. Desde el punto de vista de Dios, la muerte no es permanente. Es solo un paso necesario para pasar de esta vida a la próxima. No es un fin; es un principio.

De jovencito tenía dos grandes amores: jugar y comer. Los veranos fueron creados para pasar las tardes en el diamante de béisbol y en las cenas de la mesa de mamá. Ella, sin embargo, tenía un reglamento. Los niños sucios y sudados nunca podían sentarse a la mesa. Sus primeras palabras al dirigirse a nosotros, cuando llegábamos a casa, eran siempre: «Ve a lavarte y quítate esa ropa si quieres comer».

Ahora bien a ningún niño le agrada bañarse y vestirse pero ni una sola vez me quejé ni desafié a mi mamá diciéndole: «¡Prefiero permanecer maloliente a comer!». En mi economía un baño y una camisa limpia eran un pequeño precio que tenía que pagar por una buena comida.

Desde la perspectiva de Dios la muerte es un pequeño precio a pagar por el privilegio de sentarse a su mesa. «La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios [...] Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad» (1 Co 15.50, 53, énfasis agregado).

Dios es aun más exigente de lo que era mi mamá. Para poder sentarnos a su mesa es necesario que ocurra un cambio de ropa. Y debemos morir para que nuestro cuerpo sea cambiado por uno nuevo. Así es que, desde el punto de vista de Dios, la muerte no debe ser temida; se le debe dar la bienvenida.

Cuando Él ve que la gente está llorando y gimiendo ante la muerte quiere saber: «¿Por qué alborotáis y lloráis?» (v. 39).

Cuando vemos la muerte, vemos un desastre. Sin embargo cuando Jesús la ve solo ve la liberación.

Para la gente eso resulta difícil de aceptar. «Se burlaban de Él» (v. 40). (La próxima vez que se burlen de ti, quizás pudieras recordar que también se burlaron de Él.)

Ahora observa con atención, porque no vas a creer lo que Jesús hace a continuación. ¡Echa fuera de la casa a los que estaban llorando y gimiendo! Eso es lo que dice el versículo siguiente: «Mas Él, echando fuera a todos» (v. 40). No les pide simplemente que se vayan. Los echa fuera. Los toma por el cuello y el cinturón y los saca volando. La reacción de Jesús fue decisiva y fuerte. En el texto original, la palabra que se usa es la misma que se utiliza para describir lo que Jesús hizo con los cambistas en el templo. Este es el mismo verbo que se emplea treinta y ocho veces para especificar lo que hizo Jesús con los demonios.

¿Por qué? ¿Por qué usa tal fuerza? ¿Por qué tanta intolerancia?

Quizás la respuesta pueda encontrarse regresando a la experiencia que realizamos la noche anterior en la sala de mi casa. Luego de que Jenna y Andrea se hubiesen turnado para guiarse la una a la otra de lado a lado de la habitación, decidí agregarle picardía al juego. En el último viaje, me puse atrás de Jenna, que caminaba con sus ojos cerrados y comencé a susurrar: «No la escuches a ella. Escúchame a mí. Yo te cuidaré».

Jenna se detuvo. Analizó la situación y eligió entre las dos voces. «Cállate papá», se rió y luego siguió avanzando en dirección de Andrea.

Sin pensarlo, tomé la tapa de una cacerola, la sostuve próxima a su oreja y la golpeé con una cuchara. Ella pegó un salto y se detuvo sorprendida por el ruido. Andrea, al ver que su peregrina estaba asustada, hizo algo bueno. Corrió al otro lado de la habitación y dijo: «No te preocupes, estoy aquí».

No iba a permitir que el ruido distrajese a Jenna de su travesía.

Dios no permitirá tampoco que el ruido te distraiga de la tuya. Él aun se ocupa de echar fuera a los que te critican y de silenciar las voces que pudieran desviarte.

Ya has visto parte de su obra. La mayor parte no la has visto.

Recién cuando llegues al hogar sabrás cuántas veces te ha protegido de voces seductoras. Solo la eternidad pondrá en evidencia la ocasión en que:

Impidió la transacción protegiéndote de quedar involucrado en negocios poco éticos.

Cubrió de niebla el aeropuerto distanciándote de una oportunidad dudosa.

Ponchó la goma de tu auto evitando que tú te registraras en el hotel y conocieses a un hombre seductor.

Y solo el cielo revelará las veces que te ha protegido al:

Darte un cónyuge que ama a Dios más que a ti.

Abrirte la puerta para un nuevo negocio a fin de que pudiesen asistir a la misma iglesia.

Hacer que estuvieses en la estación de radio apropiada, la voz adecuada, con el mensaje necesario, justo el día en que tú precisabas de ese aliento.

Toma nota: Dios sabe que tú y yo somos ciegos. Sabe que vivir por fe, en lugar de hacerlo por la vista, no nos sale de forma natural. Y creo que ese es uno de los motivos por el que levantó a la hija de Jairo de entre los muertos. No por el bien suyo: ella estaba mejor en el cielo. Sino para nuestro propio bien, para enseñarnos que el cielo ve cuando nosotros confiamos.

Un pensamiento final que surge del experimento de ver con los ojos cerrados. Le pregunté a Jenna cómo podía oír la voz de Andrea que la guiaba hasta el otro lado de la sala cuando yo intentaba distraerla al susurrar en su oído.

¿Su respuesta? «Solo me concentraba y escuchaba con la mayor atención posible».

Preguntas de reflexión

1. ¿Cómo te pareció el «experimento de fe» que hizo Max con sus hijas? ¿Qué trataba de enseñarles? ¿Qué aprendiste de su experimento?

2. ¿Alguna vez has deseado ver el futuro? ¿Cuáles serían los beneficios de hacerlo? ¿Cuáles serían las desventajas? Si pudieras adquirir la capacidad de ver todo tu futuro ¿lo verías? Explica.

3. Max afirma que un principio fundamental para ver lo invisible es no prestar atención a lo que la gente dice. ¿Qué significa esto? ¿A qué clase de gente desatiendes? ¿Qué tipo de consejo te niegas a oír? ¿Podría el consejo de Max ser peligroso en algunas circunstancias? ¿En cuáles?

4. ¿Por qué sacó Jesús a la gente que estaba en la casa de Jairo?

5. Lee 2 Corintios 4.16–18. ¿Qué tan permanente es el mundo que vemos? ¿Qué tan permanente es el mundo que no vemos? ¿Cómo «ponemos nuestros ojos» en Jesús?

Chapter Two

SIMÓN Y MARÍA

* * *

Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.

—Juan 12.3

Amor arriesgado

Artful Eddie lo tenía todo. Era el más mañoso de los abogados. Uno de los locos de los locos años veinte. Un compinche de Al Capone que organizaba las carreras de perros del capo. Dominaba la sencilla técnica de arreglar la carrera alimentando en exceso siete perros y apostándole al octavo.

Riqueza. Estatus. Estilo. Artful Eddie lo tenía todo.

¿Por qué entonces se entregó? ¿Por qué se ofreció para delatar a Capone? ¿Cuál fue su motivo? ¿Acaso no conocía Eddie las obvias consecuencias de traicionar a la mafia?

Él lo sabía, pero estaba decidido.

¿Qué ganaba con eso? ¿Qué podía ofrecerle la sociedad que él no tuviera? Tenía dinero, poder, prestigio. ¿Cuál era el problema?

Eddie reveló cuál era. Su hijo. Eddie había pasado su vida con los despreciables. Había olido hasta la saciedad el hedor de una vida clandestina. Para su hijo quería algo más. Quería darle a su hijo un nombre. Y para dárselo, tenía que limpiar el suyo propio. Eddie estuvo dispuesto a tomar el riesgo para que su hijo empezara de cero. Artful Eddie nunca vio su sueño hecho realidad. Después que Eddie delató, la mafia recordó. Dos disparos lo silenciaron para siempre.

(Continues...)



Excerpted from Gente común PERDIDOS Y HALLADOS by Max Lucado Copyright © 2013 by Grupo Nelson. Excerpted by permission of Grupo Nelson. All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
Excerpts are provided by Dial-A-Book Inc. solely for the personal use of visitors to this web site.

Table of Contents

Contents

Capítulo 1: Jairo Ver lo invisible....................1
Capítulo 2: Simón y María Amor arriesgado....................13
Capítulo 3: Jacob A luchar con el pasado....................25
Capítulo 4: Cornelio Bajarse del pedestal....................33
Capítulo 5: La mujer con el flujo de sangre Un loco presentimiento y una gran esperanza....................45
Capítulo 6: Felipe Derriba unos cuantos muros....................55
Capítulo 7: El paralítico Lo más difícil que Dios hizo jamás....................65
Capítulo 8: Noé Cuando te falta esperanza....................77
Capítulo 9: La mujer sorprendida en adulterio Vencer la vergüenza....................89
Capítulo 10: Pedro y Juan Cuando viene la persecución....................99
Capítulo 11: Nicodemo Lo que solo Dios puede hacer....................109
Capítulo 12: Ananías y Saulo No des a nadie por perdido....................119
Capítulo 13: David Caídas descomunales....................129
Capítulo 14: Los hermanos de Jesús Familias contenciosas encuentran paz....................139
Capítulo 15: El paralítico en la puerta la Hermosa Mira la necesidad, toca la herida....................151
Capítulo 16: Isaías Otro en santidad....................161
Capítulo 17: El endemoniado gadareno Sacar al infierno....................171
Capítulo 18: El leproso que Jesús sanó Un toque compasivo....................181
Capítulo 19: Mefi-boset Cuando la gracia llega hondo....................193
Capítulo 20: Josías Sobreponerte a tu herencia....................205
Capítulo 21: Job Él habla por la tormenta....................215
Capítulo 22: Pedro El gallo que canta y yo....................225
Capítulo 23: El ladrón en la cruz La historia del pillo crucificado....................235
Notas....................245
Fuentes....................249
Acerca del autor....................250
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