Gracia: Más que lo merecido, mucho más que lo imaginado

Gracia: Más que lo merecido, mucho más que lo imaginado

by Max Lucado
Gracia: Más que lo merecido, mucho más que lo imaginado

Gracia: Más que lo merecido, mucho más que lo imaginado

by Max Lucado

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Overview

Gracia

Hablamos como si entendiéramos el término. El banco nos da un periodo de gracia. El político sórdido cae en desgracia. Los músicos hablan de una nota ornamental. Decimos que una bailarina se mueve con gracia y que un payaso que tiene gracia es gracioso. Usamos esta palabra para hospitales y como nombre de pila para las niñas, con ella nos referimos a los reyes, y damos gracias antes de comer. Hablamos como si supiéramos lo que significa la gracia.

El exitoso autor, Max Lucado, dice que nos conformamos con una gracia cualquiera, una gracia que es como un pez dorado que se queda en su pecera sobre el estante y nunca causa problemas ni demanda atención.

Gracia significa mucho más de lo que pensamos, y en su nuevo libro Lucado comparte las verdades de este mensaje fundamental de su ministerio. El autor desafía a los lectores no solo a recibir la gracia, sino a ser cambiados por la gracia. Moldeados por la gracia. Fortalecidos por la gracia. Animados por la gracia. Ablandados por la gracia. Tomados a la fuerza por la nuca y sacudidos hasta los sentidos por la gracia.


Product Details

ISBN-13: 9781602558236
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 09/03/2012
Pages: 240
Product dimensions: 6.00(w) x 8.90(h) x 0.70(d)
Language: Spanish

About the Author

About The Author
Desde que entró en el ministerio en 1978, MAX LUCADO ha servido en iglesias de Miami, Florida; Río de Janeiro, Brasil; y San Antonio, Texas. Actualmente sirve como ministro de enseñanza de la Iglesia Oak Hills en San Antonio. Ha recibido el Premio Pinnacle 2021 de la ECPA por su destacada contribución a la industria editorial y la sociedad en general. Es el autor inspirador más vendido de Estados Unidos, con más de ciento cuarenta y cinco millones de productos impresos.

Siga su sitio web en librosdelucado.com

Read an Excerpt

GRACIA

MÁS QUE LO MERECIDO, MUCHO MÁS QUE LO IMAGINADO
By Max Lucado

Grupo Nelson

Copyright © 2012 Grupo Nelson
All right reserved.

ISBN: 978-1-60255-823-6


Chapter One

LA VIDA MOLDEADA POR LA GRACIA

Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios. —HEBREOS 12.15

Cristo vive en mí. —GÁLATAS 2.20 nvi

Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. —EZEQUIEL 36.26

El cristiano es alguien a quien le ha sucedido algo. —E. L. MASCALL

Si alguien toca a mi corazón y pregunta: «¿Quién vive aquí?», yo debería contestar: «Aquí no vive Martín Lutero, aquí vive el Señor Jesucristo». —MARTÍN LUTERO

»LA GRACIA DE DIOS TIENE CONSIGO ALGO QUE EMPAPA. ALGO DESENFRENADO. ES COMO UNA RESACA DE AGUAS RÁPIDAS Y REVUELTAS QUE NOS DESCONCIERTAN POR COMPLETO. LA GRACIA VIENE TRAS NOSOTROS.

Hace algunos años me sometí a una cirugía cardíaca. Mis latidos del corazón tenían la regularidad de un telegrafista enviando mensajes por clave Morse. En cierto momento se aceleraban. Luego se hacían lentos. Después de varios intentos fallidos por restablecer un ritmo saludable con medicación, mi médico decidió que me debían realizar una ablación por catéter. Así era el plan: un cardiólogo me insertaría dos cables en el corazón a través de una arteria. Uno era una cámara y el otro una herramienta de ablación. Realizar una ablación es cauterizar. Sí, cauterizar, quemar, chamuscar, sellar. Si todo salía bien, el médico, usando sus propias palabras, destruiría las partes de mi corazón que se «estaban portando mal».

Mientras me llevaban al quirófano me preguntó si tenía alguna duda. (No fue la mejor elección de palabras.) Intenté ser gracioso.

—Me va a chamuscar el interior del corazón, ¿verdad?

—Así es.

—Se trata de matar las células que se portan mal, ¿correcto?

—Ese es mi plan.

—Mientras está allí, ¿podría dirigir su pequeño soplete hacia algo de mi codicia, mi complejo de superioridad y mi sentido de culpa?

—Lo siento, eso está fuera de mi alcance —contestó el cirujano, sonriendo.

En realidad así era. El doctor no podía acceder a esos lugares, pero aquello no está fuera del alcance de Dios. Su negocio es cambiar corazones.

Nos equivocaríamos al creer que este cambio ocurre de la noche a la mañana. Pero estaríamos igualmente equivocados si suponemos que nunca ocurrirá ningún cambio en absoluto. Este podría llegar a trancas y chorros: un ajá por aquí, un gran avance por allá. Pero llega. «La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres» (Tito 2.11). Las compuertas se han abierto, y el agua está fuera. Solo que nunca sabes cuándo se filtrará la gracia.

¿Podrías usar algo de ella?

Tú miras fijamente en la oscuridad. Tú cónyuge duerme a tu lado. El ventilador de techo gira en lo alto. En quince minutos sonará el despertador y las exigencias del día te sacarán disparado —igual a un payaso que sale de un cañón en un circo de tres pistas— hacia reuniones, jefes y prácticas de fútbol. Por enésima vez te enfrentarás a desayunos, horarios y nóminas ... pero con relación a tu existencia, no puedes darle sentido a esto llamado vida. A sus inicios y desenlaces; a cunas, a cánceres, a cementerios, a dudas. El porqué de todo ello te mantiene despierto. Mientras tu cónyuge duerme y el mundo espera, permaneces con la mirada fija en ninguna parte.

Pasas las páginas de tu Biblia y echas un vistazo a las palabras. También podrías estar mirando un cementerio. Sin vida y sepulcral. Nada te conmueve, pero no te atreves a cerrar el libro, no señor. Lidias con la lectura bíblica diaria del mismo modo que perseveras en la oración, la penitencia y las ofrendas. No te atreves a fallar en una acción por temor a que Dios borre tu nombre.

Pasas el dedo sobre la foto del rostro de ella que solo tenía cinco años cuando le tomaste la fotografía. Las mejillas llenas de pecas por el sol del verano, trenzas en el cabello, y aletas en los pies. Eso fue hace veinte años. Quedaron atrás tus tres matrimonios, además de un millón de millas voladas y de correos electrónicos. Esta noche tu hija camina por el pasillo del brazo de otro padre. Dejaste desamparada a tu familia por dedicarte a tu vertiginosa carrera. Y ahora que tienes lo que querías, ya no lo quieres. Oh, si tuvieras otra oportunidad ...

Escuchas al predicador. Un tipo rechoncho con papada, calva y un cuello grueso que se desparrama sobre su cuello clerical. Tu padre te obliga a ir a la iglesia, pero no consigue que escuches. Al menos, eso es lo que siempre ha ocurrido. Pero esta mañana escuchas porque el hombre está hablando de un Dios que ama a los hijos pródigos, y te sientes como los de peor clase. Sabes que no podrás mantener en secreto el embarazo por mucho tiempo más. Pronto tus padres se darán cuenta; igual que el predicador. Él dice que Dios ya lo sabe. Te preguntas qué pensará Dios.

El significado de la vida. Los años desperdiciados. Las malas decisiones. Dios responde a la confusión existencial con una sola palabra: gracia.

Hablamos como si entendiéramos este término. El banco nos da un período de gracia. El político de mala muerte cae en des-gracia. Los músicos hablan de una nota de gracia. Describimos a una actriz como llena de gracia, a una bailarina como agraciada. Usamos la palabra para hospitales, bebitas, reyes y oraciones antes de las comidas. Hablamos como si supiéramos qué significa la gracia.

Especialmente en la iglesia, la gracia adorna las canciones que entonamos y los versículos que leemos. La gracia comparte la casa parroquial de la iglesia con sus primos: el perdón, la fe y la comunión. Los predicadores la explican. Los himnos la proclaman. Los seminarios la enseñan.

Sin embargo, ¿comprendemos realmente la gracia?

He aquí mi corazonada: nos hemos conformado con una gracia temerosa, que ocupa cortésmente una frase en un himno o calza bien en el letrero de una iglesia. Jamás causa problemas ni exige una respuesta. Cuando alguien te pregunta si crees en la gracia ¿cómo decir que no?

Este libro hace preguntas más profundas: ¿Has sido cambiado por la gracia? ¿Conformado por la gracia? ¿Fortalecido por la gracia? ¿Alentado por la gracia? ¿Enternecido por la gracia? ¿Agarrado por el cogote e impactado por la gracia? La gracia de Dios tiene consigo algo que empapa. Algo desenfrenado. Es como una resaca de aguas rápidas y revueltas que nos desconciertan por completo. La gracia viene tras nosotros. Nos reconecta. Desde inseguridad al Dios seguro. Desde colmados de pesar a estar mejor debido a la gracia. Desde el temor a morir a estar listo para volar. La gracia es la voz que nos incita al cambio y que luego nos da el poder para llevarlo a cabo.

Cuando la gracia obra no recibimos de Dios una encantadora felicitación sino un corazón nuevo. Si le entregamos el corazón a Cristo, él nos devuelve el favor. «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros» (Ezequiel 36.26).

Podríamos llamarlo un trasplante espiritual de corazón.

Tara Storch comprende este milagro más que cualquiera otra persona. En la primavera de 2010 un accidente de esquí cobró la vida de su hija Taylor de trece años. Lo que siguió para Tara y su esposo Todd fue la peor pesadilla de todo padre: un funeral, un entierro, un aluvión de preguntas y lágrimas. Ellos decidieron donar los órganos de su hija a pacientes que los requerían. Pocas personas necesitaban más un corazón que Patricia Winters, a quien el suyo había empezado a fallarle cinco años antes, dejándola demasiado débil como para hacer mucho más que dormir. El corazón de Taylor le brindó a Patricia un nuevo comienzo de vida.

Tara anhelaba solo una cosa: escuchar el corazón de su hija. Ella y Todd volaron de Dallas a Phoenix y fueron a casa de Patricia para oír palpitar el corazón de Taylor.

Tara y la madre de Patricia se abrazaron por un buen rato. Luego Patricia ofreció un estetoscopio a Tara y a Todd.3 Cuando escucharon aquel ritmo vigoroso, ¿de quién era el corazón que oían? ¿No escuchaban el corazón aún palpitante de su hija? Este moraba en un cuerpo diferente, pero seguía siendo el corazón de su hija. De igual modo, cuando Dios oye nuestros corazones, ¿no escucha el corazón aún palpitante de su Hijo?

Pablo lo expresó así: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2.20). El apóstol sentía dentro de sí no solamente la filosofía, los ideales o la influencia de Cristo, sino a la persona de Jesús. Cristo se movía allí. Aún lo hace. Cuando la gracia obra, Cristo entra: «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (Colosenses 1.27).

Durante muchos años pasé por alto esta verdad. Creía todas las demás preposiciones: Cristo por mí, conmigo, delante de mí. Además creía que yo estaba obrando a la par de Cristo, bajo Cristo, con Cristo. Pero nunca imaginé que Cristo estuviera en mí.

No puedo culpar a la Biblia por mi deficiencia. Pablo se refiere 216 veces a esta unión. Juan la menciona veintiséis veces. Ellos describen a un Cristo quien no solo nos corteja sino que nos «une» a él mismo. «Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios» (1 Juan 4.15, énfasis del autor).

Ninguna religión o filosofía hace tal afirmación. Ningún otro movimiento deja entrever la presencia de su fundador en sus seguidores. Mahoma no mora en los musulmanes. Buda no habita en los budistas. Hugh Hefner no vive en los hedonistas que van tras el placer. ¿Influencia? ¿Instrucción? ¿Atracción? Puede haber. Pero, ¿habitación? Definitivamente no.

Sin embargo, los cristianos adoptamos esta inescrutable promesa: «Las riquezas y la gloria de Cristo también son para ustedes, los gentiles. Y el secreto es: Cristo vive en ustedes» (Colosenses 1.27 ntv). Cristiano es aquel en quien Cristo se está forjando.

Somos de Jesucristo; le pertenecemos. Pero aun más: cada vez somos más él. Jesús entra y se apodera de nuestras manos y pies, requiere nuestras mentes y lenguas. Sentimos la reorganización de Dios: los escombros se convierten en algo divino, la incredulidad se transforma en algo hermoso. Él reutiliza malas decisiones y horribles opciones. Poco a poco emerge una nueva imagen. «A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo» (Romanos 8.29).

Gracia es tener a Dios como cirujano cardiólogo, abriéndonos el pecho, retirándonos el corazón (envenenado como está con orgullo y dolor) y reemplazándolo con el suyo propio. En lugar de decirnos que cambiemos, él crea el cambio. ¿Nos limpiamos para que él nos acepte? No, él nos acepta y comienza a limpiarnos. El Señor no solo sueña con llevarnos al cielo sino también con traer el cielo dentro de nosotros. ¡Qué determinante es esto! ¿No podemos perdonar a alguien? ¿No podemos enfrentar el futuro? ¿No podemos perdonar nuestro pasado? Cristo sí puede, y está actuando, cambiándonos con agresividad de ser carentes de gracia a vivir conformados por la gracia. Quien recibe dones prodigando dones. Los perdonados perdonan. Hondos suspiros de alivio. Abundantes tropiezos, pero rara vez desesperación.

La gracia se trata completamente de Jesús. La gracia vive porque él vive, obra porque él obra, e importa porque él importa. Jesús puso plazo al pecado y celebró una danza de victoria en una tumba. Ser salvo por gracia es ser salvo por él; no por ideas, doctrinas, credos o membresía en una iglesia sino por el mismo Jesús, quien hará entrar al cielo a todo aquel que le dé la aprobación de hacerlo.

La gracia tampoco tiene lugar en respuesta a un chasquido de dedos, a un cántico religioso, o a un apretón secreto de manos. La gracia nunca será orquestada. No tengo consejos sobre cómo obtener gracia. La verdad es que no obtenemos gracia, pero seguramente esta sí nos puede alcanzar. La gracia abrazó el hedor de los pródigos, espantó el odio de Pablo, y promete hacer lo mismo en nosotros.

Si temes haber girado demasiados cheques en la cuenta de la bondad de Dios, si arrastras penas por todos lados como un parachoques destrozado, si experimentas más resoplidos que gozo y descanso, y principalmente si te preguntas si Dios puede hacer algo con el desorden de tu vida, entonces lo que necesitas es gracia.

Asegurémonos que esta obre en tu vida.

Chapter Two

EL DIOS QUE SE INCLINA

En esto sabremos que somos de la verdad, y nos sentiremos seguros delante de él: que aunque nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe todo. —1 JUAN 3.19–20 NVI

Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia. —HEBREOS 10.22

¡Qué gran Dios es aquel que Dios entrega! —AGUSTÍN

Gracia es Dios amando, Dios inclinándose, Dios llegando al rescate, Dios dándose generosamente en Jesucristo y a través de Jesucristo. —JOHN STOTT

»EN LA PRESENCIA DE DIOS, EN DESAFÍO A SATANÁS, JESUCRISTO SE LEVANTA EN NUESTRA DEFENSA.

Las voces la sacaron de la cama.

—¡Levántate, ramera!

—¿Qué clase de mujer crees que eres?

Los sacerdotes abrieron de golpe la puerta del dormitorio, descorrieron las cortinas y quitaron las cobijas. Antes de poder sentir la calidez del sol matutino, ella sintió la vehemencia del desdén de ellos.

—¡Qué vergüenza!

—Patética.

—¡Repugnante!

Apenas tuvo tiempo para cubrirse el cuerpo antes de que la hicieran marchar por las estrechas calles. Perros ladraban. Gallos salían corriendo. Mujeres se asomaban a las ventanas. Madres sacaban del camino a sus hijos. Mercaderes miraban por las puertas de sus tiendas. Jerusalén se convirtió en un jurado que entregaba su veredicto con miradas y brazos cruzados.

Y como si la incursión al dormitorio y el desfile de vergüenza no hubieran bastado, los hombres la metieron violentamente en medio de una clase bíblica matutina.

Y por la mañana [Jesús] volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron:

Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? (Juan 8.2–5).

Los asombrados estudiantes quedaron a un lado de la pecadora. Los acusadores religiosos en el otro. Todos tenían sus preguntas y convicciones; ella arrastraba la estropeada bata casera y tenía corrido el lápiz labial. Los acusadores alardeaban: «Esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio». Agarrada en el mismo acto. En el momento. En los brazos. En la pasión. Atrapada en el mismo acto por parte del Concilio de Jerusalén sobre Decencia y Conducta. «En la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?»

La mujer no tenía salida. ¿Negar la acusación? La habían atrapado. ¿Pedir clemencia? ¿De quién? ¿De Dios? Los interlocutores de Jesús estaban agarrando piedras y haciendo muecas. Nadie la defendería.

Pero alguien se inclinaría por ella.

«Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo» (v. 6). Habríamos esperado que se pusiera de pie, que diera un paso adelante, o incluso que subiera por una escalinata y hablara. Pero en vez de eso se inclinó. Descendió más abajo que todos los demás: los sacerdotes y el pueblo, y hasta la misma mujer. Los acusadores bajaron la mirada sobre ella. Para ver a Jesús debieron mirar aun más abajo.

Él tiene la tendencia a inclinarse. Se agachó para lavar pies, para abrazar a niños. Se inclinó para sacar a Pedro del agua, y para orar en el huerto. Se inclinó ante el madero romano contra el que lo flagelaron. Se agachó para cargar la cruz. La gracia tiene que ver con un Dios que se inclina. Aquí se inclinó para escribir en la tierra.

¿Recuerda la primera ocasión en que los dedos de Jesús tocaron suciedad? Tomó tierra del suelo y formó a Adán. Ahora, mientras tocaba la tierra cocida por el sol al lado de la mujer de la historia, Jesús podría haber revivido el momento de la creación, recordándose de dónde venimos. Los seres humanos terrenales somos propensos a hacer cosas terrenales. Tal vez Jesús escribió en el suelo para su propio beneficio.

¿O para el de ella? ¿Para qué los ojos abiertos se desviaran de la mujer ligera de ropas y recién atrapada que se hallaba en el centro del círculo?

El pelotón se impacientó con el silencioso e inclinado Jesús. «Como insistieran en preguntarle, se enderezó» (v. 7).

El Maestro se irguió por completo hasta que los hombros le quedaron derechos y la cabeza elevada. Se irguió, no para predicar, porque sus palabras serían pocas. No por mucho tiempo, porque pronto volvería a agacharse. No para instruir a sus seguidores, pues no se dirigía a ellos. Se inclinó a favor de la mujer. Se colocó entre ella y la turba enardecida: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra» (vv. 7–8).

(Continues...)



Excerpted from GRACIA by Max Lucado Copyright © 2012 by Grupo Nelson. Excerpted by permission of Grupo Nelson. All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
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Table of Contents

Contents

Reconocimientos....................xiii
CAPÍTULO 1 La vida moldeada por la gracia....................1
CAPÍTULO 2 El Dios que se inclina....................13
CAPÍTULO 3 Oh, dulce cambio....................27
CAPÍTULO 4 Tú puedes descansar ahora....................39
CAPÍTULO 5 Pies mojados....................51
CAPÍTULO 6 Gracia al borde del manto....................65
CAPÍTULO 7 Cómo ponerte a cuentas con Dios....................79
CAPÍTULO 8 Temor destronado....................93
CAPÍTULO 9 Corazones generosos....................105
CAPÍTULO 10 Hijos escogidos....................115
CAPÍTULO 11 El cielo: Garantizado....................129
CONCLUSIÓN Cuando la gracia ocurre....................145
Guía del lector....................145
Notas....................215
Acerca del autor....................219
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