Historia de Tlaxcala

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Overview

La presente obra fue escrita entre 1576 y 1591. Aquí se describen la religión, costumbres, cultura, y forma de vida de los tlaxcaltecas antes de la Conquista; y se narran los acontecimientos de la Conquista de México, desde los presagios de la llegada de los españoles, hasta los acontecimientos durante el mandato de Álvaro Manrique de Zúñiga, séptimo virrey de Nueva España.

Product Details

ISBN-13: 9788499531687
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia , #271
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 174
File size: 934 KB
Language: Spanish

About the Author

Diego Muñoz Camargo (1529-1599). México. Sus padres eran un español y una indígena perteneciente a la nobleza de Tlaxcala. Diego Muñoz vivió en la ciudad de México y fue intérprete oficial. Hacia 1550 se mudó a la ciudad de Tlaxcala.

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Historia de Tlaxcala


By Diego Muñoz y Camargo

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9953-168-7



CHAPTER 1

De cómo los tarascos se separaron de los mexicanos

... Linaje de los tlaxcaltecas e que pasó con ellos por aquel estrecho de que tienen noticia que vinieron o que viniendo por el camino nació el Camaxtle, dios de los tlaxcaltecas, sino que éste atravesó de la mar del Norte a la del Sur y que después vino a salir por las partes de Pánuco, como tenemos referido y adelante diremos. Mas en efecto, después que Tezcatlipoca Huemac vino en demanda de Quetzalcohuatl, se hizo de temer de las gentes, [porque] cómo no le obiese hallado, hizo matanzas a toda la tierra, de suerte que se hizo temer y adorar por dios. Tanto, y de tal manera, que pretendió escurecer la fama de Quetzalcohuatl. Vino a señorear la provincia de Cholula, y Quauhquecholla, Izúcar y Atlixco, y todas las provincias de Tepeyacac, Tecamachalco, Quecholac, Teohuacan. De tal manera que no había provincia de éstas que no le adorasen por dios; y ansí, no fue menos en la provincia de Tlaxcala, que entre todos los dioses lo ponían por el primero y más valiente. Ansí, [tanto] en ánimo como en fuerzas, industrias y mañas otro no se le igualaba. Y ansí, en la mayor parte de esta Nueva España fue muy conocido y por dios adorado. Y porque hemos tratado largamente deste Tezcatlipuca y de Quetzalcohuatl, no será razón pasar debajo de silencio ni de paso la causa y razón que hubo de la división y apartamiento de los tarascos michuacanenses, según dejamos atrás declarado.

Como los tarascos se adelantaron, luego que pasaron el estrecho de mar, en los troncos de árboles y balsas y otros instrumentos de pasaje, se metieron a vivir y a habitar en las siete cuevas, espeluncas cavernas de la tierra, hasta que hicieron habitaciones y moradas. Desde allí fueron creciendo y tomando el tiento de la tierra y disposiciones della para poblarla. Ya tenemos noticia [de] cómo la mayor parte destas naciones es gente desnuda y desarrapada, y de cómo la mayor parte no alcanzaban ropa con que cobijarse, aunque algunas naciones vestían cueros y pieles de animales, [y ello era] por no tener industria para eso, o por haberles faltado instrumentos para poder beneficiar algodón o lana, o porque carecían totalmente de todo lo necesario para se vestir. Por cuya causa vinieron en demanda de las tierras más templadas que pudieron hallar, para mejor poder conservar su desnudez y modo de vivir, convertida ya en uso de naturaleza. La causa que dicen que fue de su despojo y desnudez, es, a saber, que los tarascos no acostumbraban traer bragueros, calzones, ni zaragüelles, ni otras maneras de coberturas para las partes deshonestas, sino [que], como brutos animales inestados de la venérea honestidad de hombres de razón, solamente tenían unas ropetas cortas a manera de saltambarcas, que no les llegaban a las rodillas y sin mangas, como unos coseletes sueltos y sin cuellos y abiertos para meter la cabeza, y lo demás todo cerrado. El cual hábito y traje en esta tierra es de mujeres y el día de hoy usan en toda esta Nueva España, y lo llaman huipilli y los españoles llaman camisas. Y sobre esta ropeta se ponían encima una mantilla delgada de algodón, a manera de sobrerropa, que los mismos tarascos llaman tzanatzi y los mexicanos ayatl. Este fue su traje antiguo. La cual sobrerropa, manta o sábana era labrada de labores tejidas muy curiosamente de colores muy vivos y diferentes imitativas a labores de seda, que se hacían de pelos de liebres y conejos, y el día de hoy se usan y estiman en mucho entre los naturales. Estas mantas, o sábanas, anudaban sobre un hombro, que les llegaban al tobillo, más o menos cortas o largas. Las más cortas traían los mozos pulidos y las largas, los hombres viejos y ancianos. Y este fue el uso antiguo de la gente tarasca y el modo de su traje. Aunque usaban de otros géneros de ropa de plumas, que llaman pellones, de diferentes colores y géneros de aves. Los mexicanos, culhuas, tepanecas, ulmecas y xicalancas y demás naciones no usaron las camisas de los tarascos ni de estas saltambarcas, usaron de unos bragueros y coberturas para las partes genitales y posteriores por gran honestidad, aunque todo lo demás de su cuerpo quedaba desnudo y descubierto. Usaban de muy ricas mantas de la mannera y modo que atrás dejamos tratado, añudadas sobre un hombro.

La variedad que dicen haber habido entre los mexicanos, tarascos y demás naciones en el modo de vestir fue que siendo todos de una prosapia, descendencia y generación, y todos venidos por una vía y derrota y camino y parte, al pasar de un estrecho de mar de una parte a otra o de algún río caudaloso (algunos quieren decir que es el río de Toluca y que por donde van [es] la tierra [a]dentro, [porque] cuando se va acercando a la mar es muy grande e caudalosísimo; finalmente, que en esto no hay más claridad de esta de que si fue estrecho de mar o si fue río, el de Toluca [u] otro cualquiera), estos tarascos quisieron adelantar y pasar primero, aunque les iban a la mano no consintiéndoselo, las otras cuadrillas, estorbándoselo [y] diciéndoles que non pasasen así, ni se pusiesen en tan grande peligro, porque en aquellos tiempos se tenía por gran hazaña y atrevimiento pasar la mar, mayormente aquellas gentes, que perfectamente supieron de navegación, en especial faltándoles barcos e instrumentos para semejante ocasión y pasaje. Mas con todas estas persuaciones y porfías, entretanto, [se] salieron con su comenzado propósito, [por]que se obieron de adelantar, como se adelantaron. Y ansí, fueron éstos los primeros de que se tiene noticia que pasaron aquel estrecho, que ha de estar hacia la parte del Poniente en cuanto a nuestro centro. Finalmente, al tiempo de pasar buscaron modos y maneras inauditas, que fueron por unos troncos de árboles y balsas y otras cosas que la necesidad les enseñaba. Y ansí, para hacer maromas y sogas, compelidos de la necesidad, se quitaron los bragueros y maxtles (que ansí se llamaban en la lengua mexicana), los cuales son largos de más de cuatro brazas, a manera de almaizales, labrados a los cabos de muy primas labores, de varias y diversas colores, de más de un palmo de labrado y tejido, y de ancho tendrán, el que más, palmo y medio, de más y de menos. De manera que con esta necesidad se despojaron de sus bragueros para atar sus balsas y maderos, con que pasaron su naufragio hasta que se pusieron de la otra parte con sus hijos y mujeres, que debieron de ser gran muchedumbre de gentes.

Como quedasen tan desnudos, como en efecto quedaron y desabrigados, fueles necesario quitar las camisas y huipiles de sus mujeres y vestirse ellos, dejándolas tan solamente las enaguas cubiertas y abrigadas de la cinta abajo, aunque adelante usaron echarse otra manta encima de los hombros con que se cubrían todo el cuerpo, a manera de almalafas moriscas. Y ansí quedaron con esta costumbre en memoria de aquel pasaje. Jamás perpetuamente los dichos tarascos se pusieron bragueros, ni dejaron de traer los huipiles de sus mujeres, ni menos sus mujeres los traían ni ponían, en recordación y memoria de su peregrinación y pasaje, ni menos las mujeres jamás se pusieron para ceñirse las enaguas, faja ni cinta, mas de las enaguas puestas y con una vuelta a manera de ñudo. Y ansí, como éstos fuesen los primeros que pasaron, vinieron a poblar las provincias de Mechoacan donde, después de muy cansados, pararon, hallando aquellas tierras muy a su propósito y conforme a su calidad y costumbres. Y ansí, los que se quedaron atrás, que fueron los mexicanos y tepanecas, con todas las demás legiones y cuadrillas, no perdieron ninguna pieza de sus trajes y siempre ellos y sus mujeres fueron gentes vestidas y adornadas de ropas de algodón y de palmas y de maguey, que llaman ixtli los mexicanos, y de pieles de animales y pelo de conejos y liebres, como atrás dejamos declarado. Llamaron los mexicanos tarascos a estos de la provincia y reino de Michoacan, porque traían los miembros genitales de pierna a pierna y sonando, especialmente cuando corrían. Llamáronse los michoacanenses, michhuaques, porque las tierras que poblaron eran abundantes de pescado; y ansí, se llama «la provincia del pescado», Michhuacan.

CHAPTER 2

De su arte y ejercicio militar

Y para que mejor nos demos a entender, será razón se haga mención de su arte y ejercicio militar, que, aunque bárbaros y no guiados enteramente por razón, los tuvieron en su ser y modo de gobierno, en sus reencuentros y peleas, acometiendo y retirándose a sus tiempos, conforme a las ocasiones que se ofrecían. Diremos ante todas cosas de la manera de sus armas ofensivas y defensivas que generalmente usaban, con las cuales peleaban y combatían a sus enemigos.

La primera arma que usaron fueron arcos y flechas, con que mataban las cazas con que se sustentaban. Usaron, asimismo, hondas en las guerras y vardaseos, todos de más de una braza y media, arrojados con amientos de palo, que son a manera de gorguses y azagayas o dardos, los cuales tiraban con tan gran fuerza que hacían notable daño, porque tenían todos por hierros puntas de varantos, que son tan fuertes como si fueran de acero, o puntas de espinas de pescado, o puntas de cobre o pedernal, y de lo mismo eran las saetas y flechas que los arcos despendían. Usaban porras de palo muy fuertes y pesadas, que llamaban macanas, y espadas de pedernal agudas y cortadoras. Usaban de rodelas recias con que se escudaban y de fosas y cabas con que se aprovechaban y de albarradas; para su defensa buscaban lugares fuertes, aguajes. Usaban de emboscadas muy sotiles y engañosas para sus enemigos y otras celadas, y si podían por los pasajes forzosos cavaban la tierra y ponían estacas puntiagudas hacia arriba dentro, y las tornaban a cubrir con tierra, a manera de trampas; con el cual engaño mataban innumerables gentes cuando salían con ello. Emponzoñaban las aguas de los ríos y fuentes para que los contrarios bebieran de ellas y muriesen. Hacían sus asaltos de noche, a deshora, en los reales de sus enemigos. Peleaban desnudos y embijados la mayor parte de ellos con tiznes y otras colores. Algunas gentes destas de más posibilidad, ansí mexicanos [como] acolhuaques y tlaxcaltecas, usaban de unos sacos estofados de algodón y pasados, de nudillo, a manera de cueros. Usaban divisas de animalías fieras: de tigre y leones, de osos y lobos y de águilas cabdales, guarnecidas de oro y plumería verde de mucha estima y valor. Todo labrado y compuesto con mucha sutileza y primor.

Solían llevar a las guerras muchas riquezas de joyas de oro y plumería muy preciada y muy ricos atavíos, según su modo. Peleaban por sus escuadrones apesgados, y no por la orden nuestra. Salía una cuadrilla de un puesto contra otro, que salía del contrario. En medio del campo se encontraban uno contra otro con el mayor furor e ímpetu que podían, llevando de encuentro el batallón que menos fuerte era. Ansí como unos y los otros bandos conocían la flaqueza de los suyos, salía otro escuadrón de refresco al socorro contra los que más podían hasta que los hacían retraer. De este modo sobresalían otros escuadrones de nuevo hasta que se trababa gran batalla, aunque siempre había gente de socorro de todas partes, según la orden de los generales y más astutos capitanes en la guerra, hasta que conocidamente iba la guerra de tropel vencida o desbaratada y conocidamente se veía el vencimiento, porque a este tiempo se conocía la ventaja de alguna de las partes. Cuando había esta ruptura unas veces iban tras los unos y otras tras los otros, hasta que se iba ganando tierra. Y aquellos que más ganaban apellidaban ¡victoria! a grandes voces, invocando a sus dioses con más ánimo y fuerza los vencedores y seguían los alcances y prendían y cautivaban los que podían. Este era su principal despojo y victoria: prender a muchos para sacrificar a sus ídolos, que era su principal intento, y por comerse unos a otros, como se comían, y tenían por mayor hazaña prender que matar. Y esto era en las continuas guerras, aunque sucedían escaramuzas de mucha ventura muchas veces, fingiendo alguna huída de industria y ardid de guerra, se salían de través algunas celadas que hacían mortal daño a sus enemigos.

Mas cuando iban a ganar o [a] conquistar algunas provincias, o les venían a entrar por algunas partes de la tierra que poseían y señoreaban, peleaban de otra manera y con otra resistencia hasta que escalaban a viva fuerza y saqueaban las tales provincias y pueblos, quemando y matando y asolando las casas si no se les querían buenamente dar. Y [con] esta orden que tenían de guerra, como antes hemos referido, siempre iban ganando tierra sin volver atrás, si no era cuando hallaban gran pujanza de fuerza y resistencia, que por esta ocasión volvían las espaldas al enemigo. Aunque atrás puse por figura que no llevaban orden en sus guerras, hase de entender según nuestro modo; que entre ellos orden era, pues tenían sus caudillos que los gobernaban en las cosas de guerra, cómo y de qué manera habían de salir y entrar en ellas y con qué orden y concierto, y llevando esta orden por escuadrones de ciento en ciento y de más o de menos, haciendo grande alarido los unos escuadrones en seguimiento de los otros, teniendo bocinas y trompetas hechas de madera, bailando y cantando cantares de guerra, y animando a sus comilitones con grande gritería y más y mayores voces y gritos en el tiempo en que se daba el combate, tocando sus atambores y caracoles y trompetas, que hacían extraño ruido y estruendo, y no poco espanto en sus corazones frágiles e inusitados de esta milicia con los golpes de las rodelas y macanas, acompañados de la inmensa gritería.

Este era el modo de sus peleas y combates con tiros de piedras y saetas y dardos hasta que venían a las manos y a los porrazos y macanazos, y con las espadas de pedernal daban mortales heridas y cuchilladas, aunque el día de hoy no han quedado más armas que arcos y flechas, las cuales usan los chichimecas y toda la tierra nueva de Cíbola. Gran Quivira, Señora y las demás provincias que llamaron de las Siete Ciudades, que fue la entrada que hizo Francisco Vázquez Coronado, y toda la tierra que llaman de la Florida. Los cuales arcos y flechas es la más terrible arma que las gentes bárbaras pueden usar. Esta debió de ser la primera y más antigua arma que hubo en el mundo y la que los primeros hombres homicidas inventaron, que tan cruel y mortal daño hace y ha hecho. Y ansí, lo usan los turcos desde su origen hasta estos nuestros tiempos, y también sé que lo usaron los griegos y troyanos. Por donde se debe colegir que no debió de ser en solas estas naciones habitadoras de este nuevo mundo donde la usaron.

CHAPTER 3

Que trata de la venida de los olmecas y xicalancas, y de cómo vinieron los chichimecas, postreros pobladores de Tlaxcala

Habiendo poblado México y toda su comarca y redondez de la laguna, al cabo de tanto tiempo vinieron los ulmecas, chalmecas y xicalancas, unos en seguimiento de otros. Como hallasen toda la tierra ocupada y poblada, determinaron de pasar adelante a sus aventuras y [se] encaminaron hacia la parte del volcán y faldas de la Sierra Nevada, donde se quedaron los chalmecas, que fueron los de la provincia de Chalco, porque quedaron en aquel lugar poblados. Los ulmecas y xicalancas pasaron adelante, atravesando los puertos y otros rodeándolos, hasta que vinieron a salir por Tochimilco, Atlixco, Calpan y Huexotzinco, hasta llegar a la provincia de Tlaxcala. Aunque antes de llegar a ella vinieron tomando el tiento, reconociendo la disposición de la tierra hasta que hicieron su asiento y fundaron donde está agora el pueblo de Santa María de la Natividad, y en Huapalcalco, junto a una ermita que llaman de Santa Cruz, que los naturales llaman Texoloc, y Mixco y Xiloxochitla, donde está la ermita de San Vicente y el cerro de Xochitecatl, y Tenayacac, donde están dos ermitas, a poco trecho una de otra, que se llaman de San Miguel y de San Francisco, que por medio de estas ermitas pasa el río que viene de la Sierra Nevada de Huexotzinco. Aquí, en este sitio, hicieron los ulmecas su principal asiento y poblaron, como el día de hoy nos lo manifiestan las ruinas de sus edificios, que, según las muestras, fueron grandes y fuertes. Y ansí, las fuerzas y barbacanas, albarradas, fosas y baluartes muestran indicios de haber sido la cosa más fuerte del mundo y ser obrada por mano de innumerables. Gran copia de gentes [fue] la que vino a poblar, porque donde tuvieron su principal asiento y fortaleza es un cerro o peñol, que tiene casi dos leguas de circuito. En torno de este peñol, por las entradas y subidas, antes de llegar a lo alto de él, tiene cinco albarradas y otras tantas cavas y fosas de más de veinte pasos de ancho, y la tierra sacada de esta fosa servía de bastión o muralla de un terrapleno muy fuerte, y la hondura de las dichas cavas debía de ser de gran profundidad, porque con estar, como están, arruinadas de tanto tiempo atrás, tienen más de una pica en alto; porque yo he entrado dentro de algunas de ellas a caballo y de industria las he medido, que un hombre a caballo y con una lanza aún no alcanza a lo alto en muchas partes, con haberse tornado a henchir de tierra con el tiempo y con las avenidas de aguas de más de trescientos y sesenta años a esta parte. Las cuales fosas y albarradas ciñen toda la redondez del cerro, que no debió de ser poca fuerza ni menos reparo en aquellos tiempos. En este dicho peñol hay muchos indios poblados hoy en día en partes, y va cavado por peña viva, y se aprovechaban de muchas cuevas en que vivían en este cerro. En este fuerte tan antiguo, tan inexpugnable, en las cumbres de él y en la sierra de Tlaxcala, que llaman Matlalcueye, y en lo alto y cumbre de Tepeticpac se retiraron y guarecieron las mujeres y niños cuando el capitán Hernando Cortés y sus compañeros vinieron a la conquista de esta tierra y entraron por esta provincia de Tlaxcala, hasta que se le dio su paz y seguridad.


(Continues...)

Excerpted from Historia de Tlaxcala by Diego Muñoz y Camargo. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
La vida, 7,
LIBRO PRIMERO, 9,
Capítulo I. De cómo los tarascos se separaron de los mexicanos, 9,
Capítulo II. De su arte y ejercicio militar, 12,
Capítulo III. Que trata de la venida de los olmecas y xicalancas, y de cómo vinieron los chichimecas, postreros pobladores de Tlaxcala, 15,
Capítulo IV. Que trata de las guerras que obieron entre los chichimecas y los aculhuaques de Tezcuco, 20,
Capítulo V. Que trata de los chichimecas y de los reyes de Tetzcuco; ansímismo trátase aquí de los caballeros hijosdalgos, que ellos llaman tecuhtles, 24,
Capítulo VI. Que trata de la llegada de los chichimecas a Tlaxcalla y de la guerra que ovieron con los tepanecas mexicanos, 28,
Capítulo VII. Que trata de la fundación de Tlaxcalla y de los señores que se sucedieron en su gobernación, 38,
Capítulo VIII. Que trata de los sucesores de Tlacomihua, cuarto señor de Ocotelolco, 41,
Capítulo IX. Que trata de las cabeceras de Tepeticpac y Tizatlan, y de sus señores y gobernadores, 43,
Capítulo X. Que trata de la fundación de la cabecera de Quiahuitztlan y de sus señores y gobernadores, 48,
Capítulo XI. Principio y origen del señorío y reinos de Tlaxcalla, y de los primeros fundadores, 49,
Capítulo XII. Que trata de la nobleza tlaxcalteca y de la enemistad que hubo con los culhuas mexicanos, 53,
Capítulo XIII. Que trata de las grandes guerras que hubo entre los tlaxcaltecas y los tenuchcas, 58,
Capítulo XIV. Que trata de la pujanza del imperio mexicano y de cómo los mexicanos tenuchcas conquistaron Quatimalla y Nicarahua, 64,
Capítulo XV. Que trata de las causas de la enemistad que hubo entre los tlaxcaltecas y los culhuas tenuchcas y de las hazañas de Tlahuicole, 65,
Capítulo XVI. Que trata de lo que pensaron los naturales de las cosas de la naturaleza, y de las recreaciones y diversiones que tuvieron, 68,
Capítulo XVII. Que trata de los nefandos sacrificios que hacían a sus ídolos y de los papas, 75,
Capítulo XVIII. Que trata del modo que tenían de enterrar a los muertos, y de otras ceremonias, 77,
Capítulo XIX. Que trata de las dos edades del mundo y de los dioses que tenían en tiempo de su infidelidad, 81,
Capítulo XX. Que trata de los diabólicos sacrificios que hacían y de quienes fueron los primeros predicadores de Nuestra Santa Fe Católica, 85,
LIBRO II, 89,
Capítulo I. Que trata de los prodigios que se vieron en México y Tlaxcalla antes de la venida de los españoles, 89,
Capítulo II. Que trata de quién era Marina y de su matrimonio con Jerónimo de Aguilar, 94,
Capítulo III. Que trata de cómo Hernando Cortés fue recibido de paz por las cabezas de Tlaxcalla, 97,
Capítulo IV. Que trata de las pláticas que hubo entre Cortés y los señores de las cuatro cabeceras y de cómo recibieron el Santo Bautismo, 100,
Capítulo V. Que trata de las grandes crueldades que hicieron los cholultecas, y de la destrucción de Cholula, 113,
Capítulo VI. Que trata de los sucesos que acaecieron a los nuestros desde que entraron en México hasta que, rotos y desbaratados, volvieron a Tlaxcalla, 118,
Capítulo VII. Que trata del recibimiento que tuvo Hernando Cortés en Tlaxcalla, y de cómo se decidió dar cruda guerra a los mexicanos, 127,
Capítulo VIII. Que trata de la introducción del Sagrado Evangelio y de las dificultades que para ello hubo, 134,
Capítulo IX. Que trata de los sucesos que hubo en la Nueva España hasta la partida de Don Antonio de Mendoza, primer virrey desta Nueva España, 140,
Capítulo X. Que trata de los virreyes que hubo en esta Nueva España desde don Antonio de Mendoza, 153,
GLOSARIO, 159,
LIBROS A LA CARTA, 173,

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