La historia de la monja alférez
Aquí se cuenta la vida de Catalina de Erauso, quien tras abandonar el convento de San Sebastián, se vistió como hombre y se fue a América, donde alcanzó el grado de alférez. Mató en duelos y reyertas a muchos hombres, entre ellos a un hermano, y tuvo varios escarceos amorosos con otras mujeres. Fue detenida en Perú y condenada a muerte tras otra de sus habituales trifulcas. Entonces se supo que era virgen y el obispo de la región la perdonó. De regreso a España fue recibida por el rey, que respetó su grado militar y le autorizó a usar nombre masculino. También el Papa le permitió vestir de hombre. Tras estas aventuras regresó a América, esta vez a México, abrió un negocio y vivió como hombre hasta su muerte. Existen numerosas versiones de esta autobiografía entre ellas las de Pérez de Montalbán y la de Mateos, ambas publicadas en Linkgua. La historia de la monja alférez es un texto de referencia en los estudios feministas y sobre la condición histórica de la mujer.
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La historia de la monja alférez
Aquí se cuenta la vida de Catalina de Erauso, quien tras abandonar el convento de San Sebastián, se vistió como hombre y se fue a América, donde alcanzó el grado de alférez. Mató en duelos y reyertas a muchos hombres, entre ellos a un hermano, y tuvo varios escarceos amorosos con otras mujeres. Fue detenida en Perú y condenada a muerte tras otra de sus habituales trifulcas. Entonces se supo que era virgen y el obispo de la región la perdonó. De regreso a España fue recibida por el rey, que respetó su grado militar y le autorizó a usar nombre masculino. También el Papa le permitió vestir de hombre. Tras estas aventuras regresó a América, esta vez a México, abrió un negocio y vivió como hombre hasta su muerte. Existen numerosas versiones de esta autobiografía entre ellas las de Pérez de Montalbán y la de Mateos, ambas publicadas en Linkgua. La historia de la monja alférez es un texto de referencia en los estudios feministas y sobre la condición histórica de la mujer.
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Aquí se cuenta la vida de Catalina de Erauso, quien tras abandonar el convento de San Sebastián, se vistió como hombre y se fue a América, donde alcanzó el grado de alférez. Mató en duelos y reyertas a muchos hombres, entre ellos a un hermano, y tuvo varios escarceos amorosos con otras mujeres. Fue detenida en Perú y condenada a muerte tras otra de sus habituales trifulcas. Entonces se supo que era virgen y el obispo de la región la perdonó. De regreso a España fue recibida por el rey, que respetó su grado militar y le autorizó a usar nombre masculino. También el Papa le permitió vestir de hombre. Tras estas aventuras regresó a América, esta vez a México, abrió un negocio y vivió como hombre hasta su muerte. Existen numerosas versiones de esta autobiografía entre ellas las de Pérez de Montalbán y la de Mateos, ambas publicadas en Linkgua. La historia de la monja alférez es un texto de referencia en los estudios feministas y sobre la condición histórica de la mujer.

Product Details

ISBN-13: 9788498976403
Publisher: Linkgua
Publication date: 05/01/2013
Series: Historia , #136
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 68
Sales rank: 924,178
File size: 796 KB
Language: Spanish

About the Author

Catalina de Erauso, tras abandonar el convento de San Sebastián, se vistió como hombre y se fue a América, donde alcanzó el grado de alférez. Catalina mató a muchos en duelos y reyertas, entre ellos un hermano, y tuvo varios escarceos amorosos con otras mujeres. Fue detenida en Perú y condenada a muerte tras otra de sus habituales trifulcas. Entonces se supo que era virgen y el obispo de la región la perdonó. De regreso a España fue recibida por el rey, que respetó su grado militar y le autorizó a usar un nombre y atuendos masculino y el mismísimo Papa le perdonó su cambio de identidad sexual. Tras estas aventuras regresó a América, esta vez a México, abrió un negocio y vivió con identidad masculina hasta su muerte.

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La Historia de la Monja Alférez


By Catalina de Erauso

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-640-3



CHAPTER 1

LA HISTORIA DE LA MONJA ALFÉREZ


Capítulo I. Su patria, padres, nacimiento, educación, fuga y correrías por varias partes de España

Nací yo, doña Catalina de Erauso, en la villa de San Sebastián, de Guipúzcoa, en el año de 1585 hija del capitán don Miguel de Erauso y de doña María Pérez de Galarraga y Arce, naturales y vecinos de aquella villa. Criáronme mis padres en su casa, con otros mis hermanos, hasta tener cuatro años. En 1589 me entraron en el convento de San Sebastián el Antiguo, de dicha villa, que es de monjas dominicas, con mi tía doña Úrsula de Unzá y Sarasti, prima hermana de mi madre y priora de aquel convento, en donde me crié hasta tener quince años, en que se trató de mi profesión.

Estando en el año de noviciado, ya cerca del fin, me ocurrió una reyerta con una monja profesa llamada doña Catalina de Aliri, que, siendo viuda, entró y profesó. Era ella robusta y yo muchacha; me maltrató de mano y yo lo sentí. A la noche del 18 de marzo de 1600, víspera de San José, levantose el convento a media noche a maitines. Entré en el coro y hallé allí arrodillada a mi tía, la cual me llamó, y dándome la llave de su celda, me mandó traerle el breviario. Yo fui por él. Abrí y lo tomé, y viendo en un clavo colgadas las llaves del convento, dejeme la celda abierta y volvile a mi tía su llave y el breviario. Estando ya las monjas en el coro y comenzados los maitines con solemnidad, a la primera lección llegué a mi tía y le pedí licencia, porque estaba mala. Mi tía, tocándome con la mano en la cabeza, me dijo: «Anda, acuéstate». Salí del coro, tomé una luz y fuime a la celda de mi tía; tomé allí unas tijeras, hilo y una aguja; tomé unos reales de a ocho que allí estaban, y tomé las llaves del convento y me salí. Fui abriendo puertas y emparejándolas, y en la última dejé mi escapulario y me salí a la calle, que nunca había visto, sin saber por dónde echar ni adónde ir. Tiré no sé por dónde, y fui a dar en un castañar que está fuera y cerca de la espalda del convento. Allí acogime y estuve tres días trazando, acomodando y cortando de vestir. Híceme, de una basquiña de paño azul con que me hallaba, unos calzones, y de un faldellín verde de perpetuán que traía debajo, una ropilla y polainas; el hábito me lo dejé por allí, por no saber qué hacer con él. Corteme el pelo, que tiré y a la tercera noche, deseando alejarme, partí no sé por dónde, calando caminos y pasando lugares, hasta venir a dar en Vitoria, que dista de San Sebastián cerca de veinte leguas, a pie, cansada y sin haber comido más que hierbas que topaba por el camino.

Entré en Vitoria sin saber adónde acogerme. A los pocos días encontré al doctor don Francisco de Cerralta, catedrático de allí, el cual me recibió fácilmente, sin conocerme, y me vistió. Era casado con una prima hermana de mi madre, según luego entendí; pero no me di a conocer. Estuve con él cosa de tres meses, en los cuales, viéndome él leer bien el latín, se me inclinó más y me quiso dar estudio; pero como yo rehusara, me porfió y me instaba hasta ponerme las manos. Yo, con esto, determiné dejarle, e hícelo así. Cogile unos cuartos, y concertándome en 12 reales con un arriero que partía para Valladolid, que dista cuarenta y cinco leguas, partí con él.

Entrado en Valladolid, donde estaba entonces la Corte, me acomodé en breve por el paje de don Juan de Idiáquez, secretario del rey, el cual me vistió luego bien. Allí me llamé Francisco Loyola y estuve bienhallado siete meses. Al cabo de ellos, estando una noche a la puerta con otro paje compañero, llegó mi padre, preguntándonos si estaba en casa el señor don Juan.

Respondió mi compañero que sí. Dijo mi padre que le avisase que estaba él allí, y subió el paje, quedándome yo con mi padre, sin hablarnos palabra ni él conocerme. Volvió el paje, diciendo que subiese, y subió, yendo yo tras de él. Salió con Juan a la escalera, y, abrazándole, dijo: «¡Señor capitán, qué buena venida es ésta!». Mi padre habló de modo que él conoció que traía disgusto, y despidiendo una visita con que estaba, volvió y sentáronse, preguntándole qué había de nuevo. Mi padre dijo cómo se le había ido del convento aquella muchacha, y esto le traía por los contornos en su busca. Don Juan mostró sentirlo mucho, por el disgusto de mi padre y por lo que a mí me quería, y de otra parte, por aquel convento, de donde él era patrono por fundación de sus pasados, y por lo que tocaba a aquel lugar, de donde era él natural.

Yo, que oí la conversación y sentimiento de mi padre, salime atrás y fuime a mi aposento. Cogí mi ropa y salí, llevándome cosa de 8 doblones con que me hallaba, y fuime a un mesón, donde dormí aquella noche y donde entendí a un arriero que partía por la mañana a Bilbao. Ajusteme con él, y partimos a otro día, sin saberme yo qué hacer ni adónde ir, sino dejarme llevar del viento como una pluma.

Pasado un largo camino, me parece como de cuarenta leguas, entré en Bilbao, donde no encontré albergue, ni comodidad, ni sabía qué hacerme. Entretanto dieron allí unos muchachos en reparar en mí y cercarme, hasta que viéndome fastidiado, hube de hallar unas piedras y hube de lastimar a uno, no sé dónde, porque no lo vi. Prendiéronme y me tuvieron en la cárcel un largo mes, hasta que él hubo de sanar y me soltaron, quedándose por allá unos cuartos sin mi gasto preciso.

De allí, luego que salí, me pasé a Estella, de Navarra, que distará veinte leguas a lo que me parece. Entré en Estella, donde me acomodé por paje de don Carlos de Arellano, del hábito de Santiago, en cuya casa y servicio estuve dos años, bien tratado y bien vestido. Pasado este tiempo, sin más causa que mi gusto, dejé aquella comodidad y me pasé a San Sebastián, mi patria, diez leguas distante de allí, y donde me estuve, sin ser de nadie conocido, bien vestido y galán. Y un día oí misa en mi convento, la cual misa oyó también mi madre, y vide que me miraba y no me conoció, y acabada la misa, unas monjas me llamaron al coro, y yo, no dándome por entendido, les hice muchas cortesías y me fui. Era esto entrado ya el año de 1603.

Paseme de allí al puerto de Pasajes, que dista una legua, donde hallé al capitán Miguel de Berroiz, de partida con un navío suyo para Sevilla. Pedile que me llevase, y ajustándome con él en 40 reales, embarqué y partimos, llegando bien en breve a Sanlúcar. Desembarcado en Sanlúcar, partí para ver Sevilla, y aunque me convidaba a detenerme, estuve allí solo dos días, volviendo luego a Sanlúcar. Hallé allí al capitán Miguel de Echarreta, natural de mi tierra, que lo era de un patache de galeones, de que era general don Luis Fernández de Córdoba, y de la armada, don Luis Fajardo, año de 1603, que partía para la Punta de Araya. Senté plaza de grumete en un galeón del capitán Esteban Eguiño, tío mío, primo hermano de mi madre, que vive hoy en San Sebastián, y embarqué y partimos de Sanlúcar, Lunes Santo, año de 1603.


Capítulo II. Parte de Sanlúcar para Punta Araya, Cartagena, Nombre de Dios y Panamá

Pasé algunos trabajos en el camino por ser nuevo en el oficio. Inclinóseme mi tío sin conocerme, y haciéndome agasajos, oído de dónde era y el nombre supuesto de mis padres, que yo di, tuve en él gran arrimo. Llegamos a Punta de Araya y hallamos allí una armadilla enemiga fortificada en tierra, y nuestra armada la echó. Arribamos finalmente a Cartagena de las Indias, y estuvimos allí ocho días.

Híceme borrar de la plaza de grumete y pasé a servir al dicho capitán Eguiño, mi tío. De allí pasamos a Nombre de Dios, donde estuvimos nueve días, muriéndosenos en ellos mucha gente, lo cual hizo dar mucha prisa a salir.

Estando ya embarcada la plata y aprestado todo para partir de vuelta a España, yo le hice un tiro cuantioso a mi tío, cogiéndole 500 pesos. A las diez de la noche, cuando él estaba durmiendo, salí y dije a los guardas que me enviaba a tierra el capitán a un negocio. Como me conocían, dejáronme llanamente pasar, y salté a tierra; pero nunca más me vieron. De allí a una hora dispararon pieza de leva y zarparon hechos a la vela.

Levada ya la flota, me acomodé allí con el capitán Juan de Ibarra, factor de las cajas de Panamá, que hoy vive. De allí a cuatro o seis días nos partimos para Panamá, donde él residía y donde estuve con él cosa de tres meses. Hacíame poca comodidad, que era escaso, y hube allí de gastar cuanto de mi tío había traído, hasta no quedarme ni un cuarto, con lo cual me despedí para buscar por otra parte mi remedio.

Haciéndome mi diligencia descubrí allí a Juan de Urquiza, mercader de Trujillo, y acomodeme con él, y con él me fue muy bien, y estuvimos en Panamá tres meses.


Capítulo III. De Panamá pasa con su amo Urquiza, mercader de Trujillo, al puerto de Paita y a la villa de Saña

De Panamá partí con mi amo Juan de Urquiza, en una fragata, para el puerto de Paita, donde él tenía un gran cargamento. Llegando al puerto de Manta, nos cargó un tiempo tan fuerte que dimos al través, y los que supimos nadar, como yo, mi amo y otros, salimos a tierra; los demás perecieron. En el dicho puerto de Manta nos volvimos a embarcar en un galeón del rey que allí hallamos y costó dinero, y en él partimos y llegamos al puerto de Paita, donde halló mi amo toda su hacienda, como esperaba, cargada en una nao del capitán Alonso Cerrato, y dándome a mí orden de que toda, por sus números, la fuese remitiendo allá, partió.

Yo puse luego por obra lo que me mandó y fui descargando la hacienda por sus números, y por ellos fuila remitiendo. Mi amo, en Saña, que dista de Paita unas sesenta leguas, fue recibiéndola, y a lo último, con las últimas cargas, yo partí de Paita y llegué a Saña.

Llegado a Saña, me recibió mi amo con gran cariño, mostrándose contento de lo bien que lo había hecho, y con todo buen trato, hízome luego al punto dos vestidos muy buenos, uno negro y otro de color. Púsome en una tienda suya, entregándome por géneros y por cuenta mucha hacienda, que importó más de 130.000 pesos, poniéndome por escrito en un libro los precios a como había de vender cada cosa. Dejome dos esclavos que me sirviesen y una negra que me guisase, señalándome 3 pesos para el gasto de cada día, y hecho esto, cargó él con la demás hacienda y se fue con ella a Trujillo, distante de allí treinta y dos leguas.

También me dejó escrito y advertido en el dicho libro las personas a quienes podía fiar la hacienda que pidiesen y quisiesen llevar, por ser de su satisfacción y seguras, pero con cuenta y razón y asentando cada partida en el libro. Y especialmente me advirtió esto, para en cuanto a mi señora doña Beatriz de Cárdenas, persona de toda su satisfacción y obligación. Fuese él a Trujillo y yo me quedé en Saña con mi tienda, vendiendo conforme a la pauta que él me dejó y cobrando y asentando en mi libro, con día, mes y año, género, varas, nombre de compradores y precios; de la misma suerte con lo fiado.

Comenzó mi señora doña Beatriz de Cárdenas a sacar ropas, prosiguió y fue sacando tan largamente, que yo llegué a dudar, y sin dárselo a ella a entender, se lo escribí todo por extenso al amo a Trujillo. Respondiome que estaba muy bien todo, y que en este particular de la señora, si toda la tienda entera me la pedía, se la podía entregar; con lo cual, y guardando yo esta carta, proseguí.

¡Quién me dijera que esta serenidad me durase poco tiempo y que presto de ella había de pasar a grandes trabajos! Estando un día de fiesta en la comedia, en un asiento que había tomado, y sin más atenciones, un fulano Reyes, vino y me puso otro tan delante y tan arrimado que me impedía la vista. Pedile que lo apartara un poco, respondió desabridamente, y yo a él, y díjome que me fuera de allí o me cortaría la cara. Yo me hallé sin armas, solo una daga, y me salí de allí con sentimiento, atendido por unos amigos, que me siguieron y sosegaron. A la mañana siguiente, lunes, estando yo en mi tienda vendiendo, pasó por la puerta el Reyes y volvió a pasar. Yo, que reparé en ello, cerré la tienda, tomé un cuchillo y fuime a buscar a un barbero e hícelo amolar y picar el filo como una sierra, y poniéndome luego mi espada, que fue la primera que ceñí, vide a Reyes delante de la iglesia paseando con otro, y me fui a él, diciéndole por detrás: «¡Ah, señor Reyes!». Volviose él, y dijo: «¿Qué quiere?». Dije yo: «Ésta es la cara que se corta», y dile con el cuchillo un refilón que le valió diez puntos. Él acudió con las manos a la herida; su amigo sacó la espada y vino a mí y yo a él con la mía. Tiramos los dos, y yo le entré una punta por el lado izquierdo, que lo pasó y cayó.

Al punto me entré en la iglesia, que estaba allí; pero al punto entró el corregidor, don Mendo de Quiñones, del hábito de Alcántara, y me sacó arrastrando y me llevó a la cárcel, la primera que tuve, y me echó grillos y me metió en un cepo. Yo avisé a mi amo, Juan de Urquiza, que estaba en Trujillo, treinta y dos leguas de Saña. Vino al punto, habló al corregidor e hizo otras buenas diligencias, con que alcanzó el alivio de las prisiones. Fue siguiendo la causa y fui restituido a la iglesia, de donde fui sacado después de tres meses de pleito y procedimiento del señor obispo. Estando esto en tal estado, dijo mi amo que para salir del conflicto y no perder la tierra y acabar con el sobresalto de que me mataran, había pensado una cosa conveniente, y era que me casase yo con doña Beatriz de Cárdenas, con cuya sobrina estaba casado aquel fulano Reyes a quien corté la cara; con esto se sosegaría todo.

Es de saber que esta doña Beatriz de Cárdenas era dama de mi amo, y él miraba a tenernos seguros: a mí para servicio y a ella para gusto. Y parece que esto, tratado entre los dos, lo acordaron, porque después que fui restituido a la iglesia, salía de noche e iba a la casa de aquella dama, y ella me acariciaba mucho, y con son de temor a la justicia, me pedía que no volviera a la iglesia de noche y me quedase allá. Y una noche me encerró y declaró que a pesar del diablo había de dormir con ella; apretándome en esto tanto, que tuve que alargar la mano y salirme. Luego dije a mi amo que de tal casamiento no había qué tratar, porque por todo el mundo yo no haría; a lo cual él porfió y me prometió montes de oro, representándome la hermosura y prendas de la dama, y la salida de aquel pesado negocio y otras conveniencias, sin embargo de lo cual persistí en lo dicho. En vista de ello, trató mi amo de pasarme a Trujillo con la misma tienda y comodidad, y vine en ello.


Capítulo IV. De Saña pasa a Trujillo. Mata a un hombre

Pasé a la ciudad de Trujillo, obispado sufragáneo de Lima, adonde me tenía tienda mi amo. Entré en ella y fui despachando en la misma conformidad que en Saña, y con otro libro como el pasado, con razón del modo, precios y fiados. Sería pasados dos meses cuando una mañana, como a las ocho, pagando yo en mi tienda una libranza de mi amo de unos 24.000 pesos, entró un negro y me dijo que estaban a la puerta unos hombres que parecían traer broqueles. Diome cuidado. Desperté al cobrador, tomando carta de pago, y envié a llamar a Francisco Zerain, que vino luego, y reconoció al entrar a tres hombres que allí estaban, y que eran Reyes, aquel su amigo a quien en Saña derribé de una estocada, y otro. Salimos a la calle, encargando al negro cerrar la puerta, y luego al punto se nos arrojaron. Recibímoslos y fuimos bregando y, a poco rato quiso mi mala suerte que al amigo de Reyes le entrara yo una punta no sé por dónde, y cayó. Con sangre de ambas partes seguimos batallando dos a dos.

A este tiempo llegó el corregidor, don Ordoño de Aguirre, con dos ministros, y echome mano. Francisco Zerain se valió de los pies y entró en sagrado. Llevándome el propio corregidor a la cárcel, que los ministros se ocupaban de los otros, íbame preguntando quién era y de dónde, y oído que vizcaíno, me dijo en vascuence que al pasar por la iglesia mayor le soltase la pretina, por donde me llevaba asido, y me acogiese. Yo tuve buen cuidado e hícelo así; entreme en la iglesia mayor y él quedó braveando. Acogido allí, avisé a mi amo, que estaba en Saña. Vino en breve y fue tratando mi despacho; pero no se halló camino, porque al homicidio agregaron no sé qué cosas, con lo que hubo de resolverse en que pasara a Lima. Di mis cuentas, y mi amo hízome dos vestidos, diome 2.600 pesos y carta de recomendación, y partí.


Capítulo V. Parte de Trujillo a Lima

Partido de Trujillo a Lima, y andadas más de ochenta leguas entré en la ciudad de Lima, cabeza del opulento reino del Perú, que comprende ciento dos ciudades de españoles, sin contar muchas villas, veintiocho obispados y arzobispados, ciento treinta y seis corregidores y las Audiencias reales de Valladolid, Granada, Charcas, Quito, Chile y La Paz. Tiene Lima arzobispo, iglesia catedral parecida a la de Sevilla, aunque no tan grande, con cinco dignidades, diez canónigos, seis raciones enteras y seis medias, cuatro curas, siete parroquias, doce conventos de frailes y de monjas, ocho hospitales, una ermita (inquisición y otra en Cartagena, Universidad ... Tiene virrey y Audiencia real, que gobierna el resto del Perú, y otras grandiosidades.

Di mi carta a Diego de Solarte, mercader muy rico, que es ahora cónsul mayor de Lima, y a quien me remitió Juan de Urquiza, el cual me recibió luego en su casa con mucho agrado y afabilidad, y a pocos días me entregó su tienda, señalándome 600 pesos al año, y allí lo fui haciendo muy a su agrado y contento.

Al cabo de nueve meses me dijo que buscase mi vida en otra parte, y fue la causa que tenía en casa dos doncellas, hermanas de su mujer, con las cuales, y sobre todo con una que más se me inclinó, solía yo jugar y triscar. Y un día, estando en el estrado peinándome acostado en sus faldas y andándole en las piernas, llegó acaso a una reja, por donde nos vio y oyó a ella que me decía que fuese al Potosí y buscase dineros y nos casaríamos. Retirose, y de allí a poco me llamó, me pidió y tomó cuentas, y despidiome y me fui.

Hallábame desacomodado y muy remoto de favor. Estábanse allí entonces levantando seis compañías para Chile; yo me llegué a una y senté plaza de soldado, y recibí luego 280 pesos, que me dieron de sueldo. Mi amo, Diego de Lasarte, que lo supo, lo sintió mucho, que parece que no lo decía por tanto. Ofreciome hacer diligencias con los oficiales para que me borrasen de la plaza y volver el dinero que recibí; pero no vine en ello, diciendo que era mi inclinación andar y ver mundo. En fin, asentada la plaza en la compañía del capitán Gonzalo Rodríguez, partí de Lima en tropa de mil seiscientos hombres, de que iba por maestro de campo Diego Bravo de Sarabia, para la ciudad de la Concepción, que dista de Lima quinientas cuarenta leguas.


Capítulo VI. Llega a la Concepción de Chile y halla allí a su hermano. Pasa a Paicabí, y hallándose en la batalla de Valdivia, gana una bandera. Vuelve a la Concepción, mata a dos y a su propio hermano


(Continues...)

Excerpted from La Historia de la Monja Alférez by Catalina de Erauso. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
LA HISTORIA DE LA MONJA ALFÉREZ, 9,
NOTAS, 47,
APÉNDICE, 53,
LIBROS A LA CARTA, 65,

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