Libro primero de las epístolas familiares

Libro primero de las epístolas familiares

by Antonio de Guevara
Libro primero de las epístolas familiares

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Overview

Las Epístolas familiares son un conjunto de textos publicados en dos libros que contienen ochenta y cinco cartas, veintidós razonamientos, discursos y sermones. El primero libro apareció en 1539, y el segundo en 1542.
Las Epístolas tratan sobre temas variados: consejos a viudas, y hasta una censura a una sobrina desesperada por la muerte de su perra. Contiene sátiras, chistes, anécdotas, transcripciones y comentarios diversos. Hay epístolas de interés político y también histórico, otras hablan de la influencia de los humores en las enfermedades, de los enojos que hacen padecer a los enamorados, del tocado de las damas, y en otras se comentan textos sagrados.
Cada epístola esta dirigida a personas de su tiempo, entre otros: a Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla; don Jerónimo Vique, embajador; don Gonzalo Fernández de Córdoba, Gran Capitán; y a mosé Puché. Ellas muestran un panorama de la vida social, política, jurídica y religiosa, del reinado de Carlos V.

Product Details

ISBN-13: 9788498975437
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia , #170
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 678
File size: 994 KB
Language: Spanish

About the Author

Antonio de Guevara (Treceño, entre 1475 y 1481-Mondoñedo, 1545) España. A los doce años entró en la Corte de los Reyes Católicos y en 1504, ingresó en el Convento franciscano de Valladolid. Fue Inquisidor en Toledo y en Valencia y Obispo de Guadi. Acompañó a Carlos V en sus viajes por Italia y su campaña a Túnez. Fue Predicador y Cronista Oficial y murió siendo obispo de Mondoñedo.

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Libro Primero de las Epístolas Familiares


By Antonio de Guevara

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-543-7


CHAPTER 1

RAZONAMIENTO HECHO A SU MAJESTAD EN EL SERMÓN DE LAS ALEGRÍAS, CUANDO FUE PRESO EL REY DE FRANCIA, EN EL CUAL SE LE PERSUADE A QUE USE DE SU CLEMENCIA EN RECOMPENSA DE TAN GRAN VICTORIA


S. C. C. R. M.

Solón Solonino mandó en sus leyes a los atenienses, que el día que hubiesen vencido alguna batalla, ofreciesen a los dioses grandes sacrificios, y hiciesen a los hombres grandes mercedes, porque para otra guerra tuviesen a los dioses muy propicios, y a los hombres muy contentos. Plutarco dice que cuando los griegos quedaron vencedores en la muy nombrada batalla Maratona, enviaron al templo de Diana, que estaba en Éfeso, a ofrecer le tanto número de plata, que se dudaba quedar otro tanto en toda la Grecia. Cuando Camilo venció a los etruscos y volscos, que eran mortales enemigos de los Romanos, acordaron todas las mujeres romanas de enviar al oráculo de Apolo, que estaba en Asia, cuanto oro y plata tenía cada una, sin guardar para sí mismas ni una sola joya. Cuando el cónsul Silla fue vencedor del muy valeroso rey Mitrídates, tomole tan gran placer en su corazón, que no contento de ofrecer al dios Mars todo cuanto había habido de aquella guerra, le ofreció también una ampolla de su sangre propia. El muy famoso y muy glorioso duque de los hebreos Jethé, hizo voto solemne, que si Dios le tornaba victorioso de la guerra a do iba, ofrecería en el templo la sangre y vida de una sola hija que tenía: el cual voto así como lo prometió lo cumplió. Destos ejemplos se puede colegir cuántas gracias deben dar a Dios los reyes y Príncipes, por los triunfos y mercedes que les hacen: porque si es en mano de los príncipes comenzar las guerras, es en mano de solo Dios dar las victorias. No hay cosa que en Dios ponga más descuido, que es la ingratitud de alguna merced que él haya hecho, porque las mercedes que los hombres hacen, quieren que se las sirvan: mas Dios no quiere sino que se las agradezcan. Mucho se deben guardar los Príncipes de que no sean a Dios ingratos de los beneficios a ellos hechos, porque la ingratitud del beneficio recibido hace al hombre ser incapaz de recibir otro. Al príncipe ingrato y desconocido, ni Dios ha gana de ayudarle, ni los hombres de servirle.

Todo esto he dicho, Cesárea majestad, por ocasión de la gran victoria que agora hubiste cabe Pavía, a do vuestro ejército prendió al rey Francisco de Francia, al cual en sus propias galeras os le trajeron preso en España. Caso tan grave, nueva tan nueva, victoria tan inaudita y fortuna tan cumplida a todo el mundo espanta, y a Vuestra majestad obliga, y la obligación es agradecer a Dios la victoria, y pagar a los que vencieron la batalla.

En esto veréis, Señor, cómo no hay cosa en que menos corresponda la fortuna, como es en las cosas de la guerra: pues teniendo el rey de Francia allí a su persona, y de su parte a todos los potentados de Italia, perdió la batalla, fue presa su persona, y murió allí toda la nobleza de Francia. Mucho erraría Vuestra majestad si pensase que hubo esta victoria por su prudencia, o por su potencia, o por su fortuna, porque hecho tan ilustre y caso tan heroico como éste no cabe debajo de alguna fortuna, sino de sola la providencia divina. «Quid retribuam domino pro omnibus que retribuit mihi.» Si David siendo rey, siendo profeta, siendo santo y de Dios tan privado, no sabía qué ofrecer a Dios por las mercedes que le hacía, ¿qué haremos nosotros, míseros, que no sabemos qué le decir, ni tenemos qué le dar? Somos nosotros tan poco, y podemos tan poco, y valemos tan poco, y tenemos tan poco, que si Dios no nos da qué le demos, nosotros no tenemos que le dar, y lo que nos ha de dar es gracia para servirle, y no licencia para ofenderle.

En remuneración de tan gran victoria, no os aconsejaré yo que ofrezcáis a Dios joyas ricas como los romanos, ni plata, no oro como los griegos, ni vuestra sangre propia como Mitrídates, ni aun a vuestros hijos como Jethé, sino que le ofrezcáis el desacato y inobediencia que os tuvieron los Comuneros de Castilla, porque no hay a Dios sacrificio tan acepto como es perdonar el hombre a sus enemigos. Las obras que tenemos de ofrecer a Dios salen de los cofres: el oro sale de las arcas, la sangre sale de las venas; mas el perdón de la injuria sale de las entrañas, en las cuales está ella moliendo y escarbando, y persuadiendo a la razón que disimule, y al corazón que se vengue. Más seguro les es a los príncipes ser amados por la clemencia, que no ser temidos por el castigo; porque, según decía Platón, el hombre que es temido de muchos, a muchos ha él también de temer. Los que a Vuestra majestad ofendieron en las alteraciones pasadas, dellos son muertos, dellos son desterrados y dellos están escondidos y dellos están huidos, razón es, serenísimo príncipe, que, en albricias de tan gran victoria, se alaben de vuestra clemencia, y no se quejen de vuestro rigor. Las mujeres destos infelices hombres están pobres, las hijas están para perderse, los hijos están huérfanos, y los parientes están afrentados: por manera que la clemencia que se hiciere con pocos redundará en remedio de muchos.

No hay estado en el mundo, en el cual, en caso de injuria, no sea más seguro perdonarla, que vengarla, porque muchas veces acontece, que buscando un hombre ocasión para se vengar, se acaba del todo de perder. Al gran julio César, más envidia le tuvieron sus enemigos por haber perdonado a los Pompeyanos, que de no haber muerto a Pompeyo: porque por excelencia se escribe, que nunca olvidó servicio ni se acordó de injuria. Dos emperadores hubo en Roma de semejantes en nombres, y mucho más en costumbres: al uno llamaron Nero el Cruel, y al otro Antonino Pío, los cuales sobrenombres les pusieron los romanos; al uno de Pío, porque nunca supo sino perdonar, y al otro de Cruel, porque jamás cesaba de matar. A un príncipe que sea largo en el jugar, corto en el dar, incierto en el hablar, descuidado en el gobernar, absoluto en el mandar, disoluto en el vivir, desordenado en el comer y no sobrio en el beber, no le llamaremos sino que es vicioso; mas si es cruel y vindicativo, llamar le han todos tirano; que, como dice Plutarco, no llaman a uno tirano por la ropa que toma, sino por las crueldades que hace. Cuatro emperadores ha habido deste nombre; el primero se llamó Carolo Magno; el segundo, Carolo el Bohemio; el tercero Carolo Calvo; el cuarto, Carolo Groso; el quinto, que es Vuestra majestad, querríamos que se llamase Carolo el Pío, a imitación del emperador Antonino Pío, que fue el príncipe más quisto de todo el imperio romano. Y porque dice Calístenes, que a los príncipes les han de persuadir pocas cosas, y aquéllas que sean buenas, y con buenas palabras dichas, concluyo y digo, que los príncipes con la piedad y clemencia son de Dios perdonados, y de sus súbditos amados.

CHAPTER 2

RAZONAMIENTO HECHO A SU MAJESTAD DEL EMPERADOR Y REY, NUESTRO SEÑOR, EN UN SERMÓN DEL DÍA DE LOS REYES, EN EL CUAL SE DECLARA CÓMO SE INVENTÓ ESTE NOMBRE DE REY, Y CÓMO SE HALLÓ ESTE TÍTULO DE EMPERADOR. ES MATERIA MUY APLACIBLE


S. C. C. R. M.

Hoy, día de los reyes, y en casa de reyes, y en presencia de reyes, justa cosa es que hablemos de reyes, aunque los príncipes más quieren ser obedecidos que no aconsejados. Y porque predicamos hoy delante aquel que es emperador de los romanos, y rey de los hispanos, será cosa justa y aun necesaria relatar aquí qué quiere decir rey, y de dónde vino este nombre de emperador, para que sepamos todos cómo ellos nos han de gobernar y nosotros a ellos obedecer.

Acerca deste nombre de rey es de saber que, según la variedad de las naciones, así nombraban por varios nombres a sus príncipes. Es a saber: los egipcios los llamaban faraones; los betinios, tolomeos; los partos, arsicidas, los latinos, murranos; los albanos, silvios; los sículos, tiranos, y los argivos, reyes. El primero rey del mundo dicen los argivos que fue Foroneo, y los griegos dicen que fue Codorlaomor. Cuál de estas opiniones sea verdad, sabe lo Aquél solo que es suma verdad. Aunque no sabemos quién fue el rey primero, ni quién será el último rey del mundo, sabemos a lo menos una cosa, y es que todos los reyes pasados son muertos y todos los que agora viven se morirán, porque la muerte también llama al rey que está en el trono, como al labrador que está arando. Es también de saber que en los tiempos antiguos ser alguno rey no era de dignidad, sino solamente oficio, así como lo es agora el corregidor y el regidor de la república, por manera que cada año proveían del oficio de rey que rigiese, como agora proveen a un virrey que gobierne. Plutarco dice en los libros de República que en el principio del mundo llamaban a todos los que gobernaban tiranos, y después que vieron las gentes lo que iba de los unos a los otros, ordenaron entre sí de llamar a los malos gobernadores tiranos, y a los buenos llamarlos reyes. Puédese desto, Serenísimo Príncipe, colegir que este nombre de rey está consagrado a personas beneméritas, y que sean provechosas a las repúblicas, porque de otra manera no merece llamarse rey el que no sabe bien gobernar.

Cuando Dios puso casa, y constituyó para sí república en tierra de los egipcios, no quiso darles reyes que los gobernasen, sino duques que los defendiesen, es a saber: a Moisés, a Josué, a Gedeón a Jethé y a Sansón. Y esto hizo Dios, por excusarlos de pagar tributos, y aun porque fuesen tratados como hermanos, y no como vasallos. Duró esta manera de gobernación entre los hebreos hasta el tiempo del gran Helí, sacerdote, so cuya gobernación pidieron los israelitas rey que gobernase sus repúblicas, y pelease en sus guerras, y entonces les dio Dios a Saúl rey, y esto mucho contra su voluntad; de manera, que el postrero duque de Israel fue Helí, y el primero rey fue Saúl.

En el principio que Roma se fundó y los romanos comenzaron a enseñorear el mundo, luego criaron reyes que los rigiesen, y capitanes que los defendiesen, y halláronse tan mal con aquella manera de gobernación, que no sufrieron más de siete reyes, y aun parecioles que habían sido setecientos. Y porque les dijeron los adivinos que este nombre de rey estaba consagrado a los dioses, mandaron los romanos que se llamase uno rey, aunque no fuese rey, y éste fuese el sumo sacerdote del templo del dios Júpiter, por manera que tenía el nombre solamente de rey, y el oficio de sacerdote.

Dicho deste nombre de rey, digamos agora del nombre de emperadores; es, a saber: dónde se inventó, cómo se inventó y para qué se inventó, pues es el nombre de todo el mundo más acatado y aún más deseado. Aunque entre los sirios y asirios, persas, medos, griegos, troyanos, partos, palestinos y egipcios, hubo príncipes muy ilustres y valerosos en las armas, y muy estimados en sus repúblicas, nunca este nombre de emperador alcanzaron, ni dél se intitularon. En aquellos antiguos tiempos, y en aquellos siglos dorados, los hombres buenos, y los varones ilustres, no ponían su honra en títulos vanos, sino en hechos heroicos. Este nombre de emperador, los romanos le trajeron al mundo: los cuales no le inventaron para sus príncipes, sino para sus capitanes generales, de manera que en Roma no se llamaba emperador el que era señor de la república, sino el que era capitán general de la guerra. Los romanos, cada año en el mes de enero, elegían todos los oficios del Senado, y en la tal elección elegían primero al Sumo Sacerdote, que llamaban rey; luego al dictador, luego al cónsul, luego al tribuno del pueblo, luego al emperador, luego al censor y luego al edil. Puédese desta elección colegir que lo que agora es dignidad imperial era entonces solamente oficio, la cual en el mes de enero se daba y en el de diciembre se acababa. Quinto Cincinato, Fabio Camilo, Marco Marcelo, Quinto Fabio, Annio Fabricio, Dorcas Merello, Graco, Ampronio, Escipión Africano y el gran Julio César, cuando gobernaban las huestes romanas llamábanlos emperadores: mas después que en el Senado les quitaban el oficio cada uno se llamaba de su nombre propio. Después de la gran batalla de la Farsalia, en la cual Pompeyo fue vencido, y quedó por César el campo, fue el caso que como vino a manos de César la República, rogáronle los romanos que no tornase el título de rey, pues les era muy odioso, sino que tomase otro cual quisiese, debajo del cual ellos le obedecerían y servirían. Como Julio César en aquel tiempo era capitán general de los romanos, a cuya causa se llamaba entonces emperador, eligió este nombre y no el nombre de rey, por hacer placer a los romanos; de manera que este gran príncipe fue el primero emperador del mundo y que dejó este nombre anexo al imperio. Muerto Julio César, sucedió en el imperio su sobrino Octavio: y luego Tiberio, y luego Calígula, y luego Claudio, y luego Nero, y luego Victello, y así de todos los príncipes hasta hoy, los cuales, por memoria del primero emperador, se llaman augustos y césares y emperadores.

Refiere condiciones que ha de tener el buen rey, y expone el autor una autoridad de la escritura sacra.

Declarado este nombre de rey y dicho cómo se inventó este título de emperador, justa cosa será, Cesárea majestad, digamos aquí agora cómo el buen rey ha de gobernar el reino y cómo el buen emperador ha de regir el imperio, porque siendo como son los dos oficios mayores del mundo, necesario es que los tengan los mejores dos hombres del mundo. Gran infamia sería para una persona y gran daño para la república, viésemos a un hombre arar que merecía reinar, y viésemos reinar al que merecía arar, porque habéis de saber, soberano príncipe, que la honra es muy poco tenerla y muy mucho merecerla. Si el que es solamente rey es obligado a ser bueno, el que fuere rey y emperador ¿no será obligado a ser bueno y rebueno? Los malos príncipes de mayores y menores beneficios son ingratos; mas los buenos príncipes y cristianos emperadores los servicios han de recibir arrasados, y las mercedes que hicieren han de ser cogolmadas. El príncipe que es a Dios ingrato, y de los servicios que le hacen desagradecido, en la persona se lo ven, y en su reino se lo conocen, porque en ninguna cosa pone la mano de que no salga confuso y corrido. Y porque no parezca que habíamos de gracia y lo ponemos todo de nuestra cabeza, exponemos aquí una autoridad de la Sagrada escritura, en la cual se dice que tal ha de ser el rey en su persona y cómo se ha de haber en la gobernación de la república, porque el príncipe no abasta que sea buen hombre si no es buen repúblico, ni abasta que sea buen repúblico si no es buen hombre. En el Deuteronomio, capítulo dieciocho, dijo Dios a Moisés: «Si los del pueblo te pidieren rey, dar se le has; mas mira que el rey que les dieres sea natural del reino, no tenga muchos caballos, no torne el pueblo a Egipto, no tenga muchas mujeres, no allegue muchos tesoros, no sea muy soberbio, y lea en el Deuteronomio». Sobre cada una de estas palabras, decir todo lo que se puede decir sería nunca acabar. Solamente diremos de cada palabra una sola palabra.

Ante todas cosas mandaba Dios que el rey fuese natural del reino; es, a saber: que fuese hebreo circunciso y no gentil, porque Dios no quería que fuesen gobernados los que adoraban a un Dios por los que creían a muchos dioses. El príncipe que ha de gobernar a los cristianos conviene que sea buen cristiano, y la señal del buen cristiano es cuando las injurias de Dios castiga y las suyas olvida. Entonces es el príncipe natural del reino, cuando guarda y defiende el evangelio de Cristo, porque hablando la verdad y aun con libertad no merece ser rey el que no cela su ley.

Manda también Dios que el príncipe no tenga muchos caballos; es, a saber, que no gaste los dineros de la república en tener superflua costa, en traer gran casa y en sustentar gran caballería; porque al príncipe cristiano más sano consejo le es dar de comer a pocos hombres que tener muchos caballos. No es menos sino que en las casas de los reyes y altos señores han de entrar muchos, servir muchos, vivir muchos y comer muchos; lo que en esto se reprehende es que a las veces es mucho más lo que se desperdicia que no lo que se gasta. Si en las cortes de los príncipes no hubiese tantos caballos en las caballerizas, tantos halcones en las alcándaras, tantos truhanes en las salas, tantos vagamundos por las plagas ni tanto desorden en las despensas, soy cierto que ni ellos andarían tan alcanzados ni los vasallos tan agraviados. Mandar Dios que no tenga el príncipe muchos caballos, es prohibirle que no haga gastos excesivos, porque al fin al fin ha de dar cuenta a Dios de los bienes de la república, no como señor, sino como tutor.


(Continues...)

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