¿Por qué se rebeló Luzbel contra Dios? ¿Acaso por simple ambición?; ¿Qué pretendía conseguir al levantarse en armas? ¿Acaso herir a Dios mismo?; ¿Cómo es el carácter de Luzbel, quien fue el primero en los coros celestiales, quien posee un gran entendimiento y quien es soberbio en extremo? ¿Acaso es la criatura abyecta y vulgar retratada por la tradición religiosa y artística?, ¿acaso comete acciones vergonzosas que redunden en su deshonra?; ¿Por qué Eva se dejó persuadir por una serpiente en vez de obedecer a Dios? ¿Acaso por estupidez? El autor de Los hijos de Dios retoma estos y otros temas, varios de ellos presentes en el Génesis, que muchas veces resultan incomprensibles, y los reelabora de un modo no religioso sino literario, valiéndose de su ingenio para integrarlos de un modo coherente y verosímil y para abundar allí donde la tradición religiosa es menos minuciosa, pero sin perder la sobriedad.
Nuestro autor inicia narrando la creación del universo y, después de referir la creación de los ángeles, continua narrando la creación de la Tierra y de las criaturas que la habitan, lo cual puede parecer superfluo dado que, como su nombre lo indica, esta obra se enfoca en las acciones y relaciones personales de los hijos de Dios, pero al hacerlo nuestro autor hace patente el orden de lo creado impuesto por Dios, su creador, que lo contrapone a éste por ser increado, orden con respecto al cual se ponen en juego las acciones y relaciones personales de los hijos de Dios, entre ellos y con éste. Así pues, esta obra empieza, literalmente, por el principio, y prosigue de manera lineal, relatando la rebelión de Luzbel y otros ángeles, su enfrentamiento con los ángeles fieles a Dios y sus propósitos, la razón por la que Azrael se convirtió en el ángel de la muerte, la creación del Adán y Lilit, la rebelión de ésta, la creación de Eva, la ocasión en que Luzbel persuadió a Eva de comer el fruto prohibido, las razones por las que Eva y Adán desobedecieron a Dios, su expulsión del Edén, Caín y Abel, el diluvio universal, la razón por la que Jesucristo encarnó y se hizo hombre, etc.
Así pues, formalmente esta obra no es complicada en lo absoluto. La complejidad de Los hijos de Dios radica en el contenido ya que al reelaborar estos temas propios de la tradición judeocristiana nuestro autor aborda las graves cuestiones de la relación entre la voluntad de las criaturas y la voluntad de Dios, su creador, y de la relación entre la libertad y la determinación y porque para realizar su afán de coherencia y verosimilitud nuestro autor emplea los términos “bien” y “mal” en un sentido heterodoxo, que incluso puede ser considerado herético, pero sin que por ello resulte ininteligible, por el contrario, este sentido encuentra un referente inmediato en nuestras experiencias interpersonales cotidianas. De este, nuestro autor nos ofrece una explicación literaria sobre el bien y el mal en el mundo y sobre la libertad que tiene que decidir entre ellos.
Definitivamente la magnificencia de esta reelaboración sólo es comparable con la de La divina comedia, de Dante Alighieri, y la de El paraíso perdido, de John Milton.
