Mártires de la Alpujarra

Mártires de la Alpujarra

by Francisco Antolín Hitos
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Overview

Este libro es una crónica muy documentada de las rebeliones de la Alpujarra durante el siglo XVI. Escrito tiempo después, su autor estaba en posesión de numerosos datos y de una perspectiva más historicista. El libro compendia, desde una perspectiva cristiana, muchos de los testimonios clásicos sobre las rebeliones acontecidas tras la conquista de Granada. Mártires de la Alpujarra es junto a Capitulaciones de la Guerra de Granada y la Historia de la guerra de Granada, un texto de referencia para comprender las guerras y los conflictos entre el mundo islámico y el cristiano durante los siglos XV y XVI. Aquí se describe una época turbulenta y poco conocida de la historia de España. Mientras la nación incrementaba sus dominios en América atravesaba por un complejo proceso de integración, exterminio y confrontación entre las diversas comunidades que la integraban. Sorprende entonces, vista desde la perspectiva de la historia oficial, que cien años después de la entrada en Granada de los reyes católicos se impusiesen restricciones como las siguientes: Mandáronles quitar la lengua, y el hábito morisco, y los baños: que tuviesen la puerta de su casa abierta los días de fiesta, y los días de viernes y sábado: que no usasen las leylas y zambras a la morisca: que no se pusiesen alheñas en los pies, ni en las manos, ni en la cabeza las mujeres: que en los desposorios y casamientos no usasen de ceremonias de moros, como lo hacían, sino se hiciese todo conforme a los que nuestra santa Iglesia lo tiene ordenado: que el día de la boda tuviesen las casas abiertas, y fuesen a oír misa: que no tuviesen niños expósitos: que no usasen de sobrenombres de moros, y que no tuviesen entre ellos Gacis de los Berberiscos, libres ni cautivos.

Product Details

ISBN-13: 9788498977530
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia , #23
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 180
File size: 1 MB
Language: Spanish

About the Author

Francisco Antolín Hitos

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Mártires de la Alpujarra


By Francisco Hitos

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-753-0



CHAPTER 1

RAZÓN DE ESTE LIBRO


Párrafo único. Los deseos de Dios, de los prelados, de los historiadores y de los mismos mártires. Trabajos de los arzobispos don Pedro de Castro y don Diego de Escolano. Fin de estas páginas. Forma adoptada en su redacción. Algunas deficiencias en el Memorial de Escolano. Voluntad de la Iglesia en esta materia

Ofrecemos al público la historia de los mártires de la Alpujarra, en tiempo de la Rebelión de los moriscos. Y sale a luz con tales circunstancias, que no me cabe duda lo quiere Dios así. Porque en esto satisfago a un vehemente deseo de muchos historiadores y prelados y de los mismos mártires. Y aún podíamos también añadir al de todos los contemporáneos de los mártires y sus descendientes, que en tanta veneración los tuvieron y tanto empeño desplegaron en transmitir a las generaciones posteriores, con sus declaraciones, la memoria de sus nombres y los pormenores de sus muertes. Trabajaron con el fin de verlos en el catálogo de los mártires por lo menos el arzobispo don Pedro de Castro, cuando movido por la celestial aparición de aquellos sacerdotes que se quejaron del olvido en que se les tenía, abrió la primera información sobre sus martirios. Y de lamentar es que por su traslado a Sevilla quedase sin llevar a feliz término esta gloriosa empresa. Con más cuidado aún si cabe, emprendió de nuevo esta tarea el arzobispo don Diego de Escolano, enviando a su Provisor por toda la Alpujarra, a recoger declaraciones juradas en todos los pueblos en los que se conservaba memoria de ellos. Y fruto de estas investigaciones fue el Memorial que envió a Roma y a la reina doña Mariana, con la historia de los martirios.

Sin que sepamos por qué causa, esto cayó de nuevo en el olvido. Y recientemente el señor Meseguer y Costa, según mis noticias, mandó copiar el libro manuscrito, que se conserva en Ujíjar con las actas de los mártires, y lo envió a Roma también, sin que sepamos de ulteriores diligencias sobre esto.

Los historiadores, que son como el eco de su época abogan igualmente por esto mismo con tan ahincado empeño en algunos, que llegan a condenar con acerbas censuras a los prelados, porque no se dieron traza, ni se ocuparon en incoar y seguir adelante el proceso de beatificación.

Hora es ya de declarar más lo arriba indicado, a saber: el fin que tuve al escribir estas páginas, que no fue otro sino preparar el terreno, y ayudar a que se solicite de Roma la beatificación de los mártires. Causa tanta extrañeza a todos los que tienen alguna noticia de los martirios, que hasta el presente no se haya hecho nada en orden a su beatificación, que parece muy natural se den facilidades para el proceso. A mi juicio, la historia de los mártires dará a conocer a todos el tesoro que posee la diócesis granadina. Su conocimiento despertará en mucha gente la devoción a los mártires. Se fomentará la fe y confianza en su patrocinio, se animarán muchos a pensar se trabaje por su beatificación. Y la misma historia dará a conocer las fuentes de donde están tomados los datos, cosa que facilitará sobremanera el incoar el proceso. A mi modo de ver, el enviar a Roma, como hizo el señor Meseguer, todo un volumen indigesto con las actas jurídicas fue una equivocación. Otra cosa es una historia ordenada como la presente, en la que además van tratadas algunas cuestiones que darán mucha luz.

Por otra parte, ha de ayudar no poco la nueva forma que adopto en mi historia, muy distinta del método que sigue Escolano en su Memorial. Con ser el Memorial el trabajo más concienzudo que sobre los mártires se ha hecho, y fue revisado además por una junta de teólogos, todavía deja algo que desear en la forma y queda algo incompleto en algunos datos. En la forma por él adoptada de referir en conjunto lo ocurrido en cada pueblo con hombres, mujeres y niños, solo se impresiona el lector con lo más saliente de los hechos, y quedan como oscurecidos los demás. Nunca pude hacerme cargo, v. gr., leyendo a Escolano, que pudiese resultar una historia tan hermosa de los niños mártires, reuniéndolos todos en un solo capítulo. Esto por sí solo justificaría la nueva forma adoptada en esta historia, de poner por separado a los sacerdotes, a los varones y a las mujeres, niños y moriscas. A vuelta quizá de alguna repetición, pequeño defecto que desaparece en el conjunto, puede el lector disfrutar del edificante ejemplo que dan todos, haciendo destacar a los de una misma clase en un mismo cuadro, resultando de un efecto maravilloso, sobremanera elocuente, la heroicidad de los descritos en cada capítulo.

Además, aunque no pueda decirse en absoluto que Escolano no tuviera en cuenta los datos que trae Antolínez en su historia, no los aprovecha todos, como tampoco todos los de las mismas Actas que él ordenó hacer en la Alpujarra a su Provisor. Y finalmente, no parece que vio la relación que de muchos martirios escribió Almenara, hijo del insigne mártir Francisco Almenara, que murió con cuatro hijos suyos, quedando libre por su poca edad el autor de la relación que lleva su nombre, y él escribió yendo de pueblo en pueblo. Tiene el mérito de ser la relación escrita más inmediata a la catástrofe, pues se escribió solo ocho años después. De sentir es también que ni una palabra se dijera de los prodigios de aquellas procesiones de luces nocturnas.

Por otra parte, cuál sea la mente y la voluntad de la Iglesia y su deseo de que se trabaje en este sentido, bien claro está en las palabras del arzobispo Escolano, aducidas en la nota que precede; ella nos excusa de ser más largo.

Sea, pues, Dios bendito, que ha permitido vea la luz pública esta obra; sea toda la gloria para los santos mártires de la Alpujarra, como los llegaron a llamar sus contemporáneos.

Un ruego me resta para concluir: que todos aquellos que me leyeren vean, según su condición, lo que pueden hacer para que se logre la deseada beatificación de los mártires.

CHAPTER 2

LA ALPUJARRA


Párrafo I. Por vía de introducción. Cambio de aspecto. Descripción topográfica de esta región. Sus productos. Su historia. Sublevaciones en tiempo de los árabes. Último período de la reconquista. Guerras de la Alpujarra. Conducta del rey Fernando, de Carlos V y de Felipe II. Última rebelión de los moriscos alpujarreños

Al escuchar la pronunciación de la palabra Alpujarra me parece oír una vibración del acero. Lo más original del caso es que algo parecido sucede con su historia, con su topografía y con el carácter de sus habitantes. Su topografía: de ásperas laderas, desfiladeros y barrancos; su carácter: fuerte y sufrido hoy, levantisco e indómito ayer; su historia: historia de independencia, de rebeldías, gloriosas unas, poco honrosas otras.

El término de la última rebelión de los moriscos, de la que en la actualidad nos ocupamos, y que acaba con su expulsión definitiva de la Alpujarra, hace cambiar de aspecto la nueva historia de esta comarca, que desde entonces inicia una era de paz: los pocos cristianos viejos supervivientes de la catástrofe, y los españoles de cepa que de diversas regiones vinieron a poblar, en parte por lo menos, los lugares que dejaron vacíos los moriscos al abandonar esta región, cambian por completo, como no podía menos, el carácter de sus habitantes. Ya no son aquellos moriscos belicosos, taimados, crueles y traidores. Los que les siguieron en la posesión de la tierra no participan de lo agreste del terreno tampoco: hospitalarios, sencillos y laboriosos, hacen más suave la misma aspereza de sus rocas y de sus breñas. Diríase que aquella sangre, que vertieron por Cristo tantos millares de cristianos, fue un riego fecundo de paz y de ventura. El manto de púrpura con que esta sangre vistió la tierra santificada, le ha dado un tinte de nobleza española y de hidalguía tan difícil de borrar que, a pesar de las vicisitudes de los tiempos, aún hoy lo conserva.

Pero ya es tiempo digamos algo acerca de ello.

Comarca montuosa que corresponde a las provincias de Granada y Almería y que se extiende de Motril a Almería. De la Sierra Nevada parten varios contrafuertes en distintas direcciones; hacia el Sur arrancan las sierras de Contraviesa y de Gádor, llamadas por los árabes Montes del Sol y del Aire, que son el armazón de las Alpujarras. Distínguense las Alpujarras altas u occidentales, entre la cadena principal y las dos secundarias, y las Alpujarras orientales que abarcan la estribación Sur de la parte Este que desciende a las anchas cuencas del río Ujíjar o río Grande, y el Canjáyar o río Almería.

Los valles de esta comarca se distinguen por ser su parte alta la más ancha, y se estrechan y se hacen inaccesibles a medida que se alejan de la cadena principal. Todos terminan por la parte superior en prados alpinos en parte planos, en parte rodeados de pétreas murallas. Las circunstancias locales hacen cambiar la vegetación por todas las formas alpinas de las más variadas graduaciones, hasta llegar a los productos tropicales, incluso los dátiles y la caña de azúcar. Gran parte del territorio de esta comarca es estéril y áspero, pero en todas las zonas hay fértiles valles, bosques de frondosos árboles y riquísimos pastos, y en ellos se mantiene mucho ganado lanar y de cerda; un cultivo esmerado enriquece esta comarca, en ella se ven árboles frutales de un gran desarrollo; las faldas y laderas de las montañas están plantadas en algunas partes de viñedos, de los cuales se sacan las excelentes uvas que, puestas a secar al Sol o pasadas por una lejía de sarmiento, dan el exquisito fruto de que tanto consumo se ha hecho hasta ahora, bajo el nombre de pasa de Málaga. No menos célebres son las uvas de Ohanes. Esta comarca tiene sus montañas ricas en minerales, principalmente en plomo, del que se han extraído anualmente unos 247 millones de kilogramos.

El primitivo nombre con que se menciona esta comarca es el de Ilipula. En la época árabe subleváronse varias veces los habitantes de las Alpujarras, llegando por dos veces a declararse independientes del emirato de Córdoba, nombrando rey propio. En el último período de la reconquista hicieron los árabes de este territorio su último baluarte, favorecidos por lo quebrado del suelo, promoviendo repetidas protestas, pacíficas o belicosas, contra la desconsideración con que, a su juicio, eran tratados después de la rendición de Granada. Estas protestas dieron ocasión a la guerra de las Alpujarras, serie de sublevaciones que duró de 1500 a 1570. En la primera insurrección apoderáronse de casi todas las plazas fuertes de la comarca, e hicieron incursiones contra los cristianos, por lo que Fernando V mandó contra los moros al gran capitán y al conde de Tendilla, poniéndose después el propio monarca al frente de las tropas hasta dominar a los rebeldes. Impúsoles la condición de entregar fortalezas y armas, y pagar un tributo de 50.000 ducados; pero la insurrección quedó latente, siguiendo el levantamiento de partidas. Para contener a los sediciosos, Carlos V promulgó una rigurosa pragmática en 1526, que dio resultado contraproducente, hasta aparecer en 1560 numerosas partidas armadas por aquella sierra. Felipe II, queriendo ser más enérgico, reprodujo la pragmática de Carlos V, adicionando otras cláusulas, que en su lugar veremos.

Los muslimes, creyendo llegada la ocasión de sacudir el yugo cristiano, alzáronse en armas dirigidos por Feraz-Abenfaraz. Proclamaron rey a don Fernando de Córdoba y Válor, descendiente de los Omeyas u Omniadas, quien al renegar del cristianismo tomó el nombre de Aben-Humeya. Feraz creíase con mejor derecho a ser rey por descender de los Abencerrajes, pero transigió por no provocar escisiones, siendo nombrado por Aben-Humeya alguacil mayor con numerosas tropas de alpujarreños y mercenarios turcos y africanos. Feraz, contra la opinión de Humeya, llevó la guerra a sangre y fuego. Felipe II mandó contra los insurrectos al marqués de Mondéjar con un ejército que partió de Granada en 1569, y otro más tarde, al ver que no terminaba la guerra, dirigido por el marqués de los Vélez. Surgieron rivalidades entre estos caudillos, dando lugar a que la guerra se propagara a otras comarcas. Felipe II envió entonces a don Juan de Austria, como generalísimo, y a don Luis de Requeséns con una escuadra para impedir a los moriscos los auxilios por mar. El éxito empezó a decidirse por los cristianos; el marqués de los Vélez conquistó las alturas de Ugir, derrotando a Aben-Humeya, que con el resto de sus fuerzas tuvo que retirarse a Sierra Nevada, donde trató de reorganizarse, pero una conjuración le hizo caer en poder de los cristianos y fue ahorcado. Los moros prosiguieron la guerra proclamando a Aben-Abó, que dio comienzo a una activa campaña tomando algunas plazas, y llegando hasta las calles de Granada. La insurrección amenazaba propagarse a Murcia y Valencia. Para impedirlo tomó don Juan de Austria personalmente la dirección de las operaciones, hasta obligar a los rebeldes a refugiarse en lo más intrincado de las Alpujarras. Entonces publicó un bando prometiendo perdón a los que se sometieran, sin que ninguno lo efectuara, aunque lo había prometido hasta el mismo Aben-Abó. Ante la resistencia pasiva reanudó don Juan la campaña con tal ímpetu, que a fines de 1570 solo restaban unos 400 con armas, escondidos en las fragosidades de la sierra. Cansados de tal vida vendiéronse a los cristianos dos de los más íntimos de Aben-Abó, y éste fue asesinado por los suyos en marzo de 1571, entregando su cadáver en Granada. De este modo terminó la guerra, viéndose después los moriscos obligados a abandonar las Alpujarras por imposición de los vencedores. Esta última rebelión es la época de los mártires que historiamos.

CHAPTER 3

CAUSAS DE LA REBELIÓN


Párrafo I. Concesiones de los reyes y deseos de los prelados. Fray Hernando de Talavera y Jiménez de Cisneros. Numerosos convertidos. Resistencias y castigos. Alzamiento en el Albaicín. Ascendiente maravilloso del arzobispo sobre los moriscos. Oportuna intervención del conde de Tendilla. Conducta de los reyes en estos acontecimientos. Alteraciones en algunos lugares de la provincia y serranía de Ronda. Determinación del rey con los que rehusan convertirse

Había llegado el momento feliz de terminar gloriosamente la reconquista con la toma a los moros del último baluarte de su poderío, la ciudad de Granada. Determinada la entrega, los moros pretendieron sacar todo el partido posible de su situación, y así arreglaron los capítulos de su rendición en conformidad con sus aspiraciones. Y aunque ellos, como dice Mármol, trataban estas cosas "con demasiada importunidad", "los vencedores, añade el mismo autor, que ninguna cosa querían más que acabar de vencer, se lo concedieron todo". Y entre otras cosas que dejarán vivir a todos en su ley, y nos les consentirán quitar sus mezquitas, ni sus torres, ni almuedones, ni les perturbarán en sus usos y costumbres.

Aunque algunos prelados y otras personas religiosas pidieron a los reyes con mucha insistencia que como celosos de la honra de Dios, diesen orden para que se prosiguieran con mucho calor el desterrar de España el nombre y secta de Mahoma, mandando que los rendidos, que no se quisieran bautizar, se fueran a Berbería, no vinieron en ello los reyes, no obstante las razones que para esto se daban, diciendo que este proceder lejos de violar lo capitulado, era perfeccionarlo; pues de una parte era atender a la salvación de sus almas de los moros, que ciertamente se perderían, muriendo en la secta de Mahoma, y de otra a la unidad, quietud y pacificación del reino, muy comprometidos, pues todos tenían por cierto que jamás tendrían paz los naturales con los cristianos, ni perseverarían en la lealtad, mientras perseverasen en sus ritos y ceremonias.

Por otra parte los prelados, atentos siempre a la suerte espiritual de sus ovejas, excogitaron medios de atender a la salvación de sus almas. Distinguióse en esta labor muy principalmente fray Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada, muy estimado de los reyes por su mucha virtud, hombre de maravilloso ingenio, gran predicador y muy docto en sagradas letras. Fue tanto su ascendiente con los moros, que muy bien dice Mármol que ninguna cosa más estimada, más venerada y más amada llegaba a sus oídos que el nombre del arzobispo, a quien ellos llamaban el alfaquí mayor de los cristianos y el santo alfaquí. Y de tal manera recibían sus enseñanzas que se venían a oírle los mismos alfaquíes, y se convirtieron muchos de unos y de otros.

En vista de estas numerosas conversiones, los reyes mandaron venir al arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez de Cisneros, para que le ayudase en tan grande obra. Puestos de acuerdo, el medio que tuvieron para proceder mansamente, según el mandato de los reyes, que estuvieron en Granada por esta fecha (año 1499) fue mandar llamar a los alfaquíes y morabitos de más posición entre los moros, y con ellos solos, en buena conversación, disputaban y les daban a entender las cosas tocantes a su religión. Con esto creció de nuevo el número de los convertidos, hasta el punto que dentro de breves días vinieron muchos hombres y mujeres a pedir el bautismo, autorizados por sus propios alfaquíes, de tal forma que en un solo día se bautizaron más de tres mil personas, que por cierto fue necesario, por la muchedumbre, que el arzobispo de Toledo los bautizara con hisopo en general bautismo. Se consagró la mezquita del Albaicín y quedó iglesia colegial con la advocación del Salvador.


(Continues...)

Excerpted from Mártires de la Alpujarra by Francisco Hitos. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 11,
DECLARACIÓN DEL AUTOR, 13,
FUENTES HISTÓRICAS, 13,
CAPÍTULO I. RAZÓN DE ESTE LIBRO, 15,
CAPÍTULO II. LA ALPUJARRA, 18,
CAPÍTULO III. CAUSAS DE LA REBELIÓN, 21,
CAPÍTULO IV. MARTIRIO DE LOS SACERDOTES, 38,
CAPÍTULO V. LOS CRISTIANOS VIEJOS, 72,
CAPÍTULO VI. LAS CRISTIANAS VIEJAS, 107,
CAPÍTULO VII. GONZALICO, MELCHORICO Y OTROS NIÑOS MÁRTIRES, 122,
CAPÍTULO VIII. LAS MORISCAS MÁRTIRES, 137,
CAPÍTULO IX. LA VIRGEN DEL MARTIRIO, 142,
CAPÍTULO X. LOS PRODIGIOS, 149,
CAPÍTULO XI. ¿FUERON VERDADEROS MÁRTIRES?, 163,
CAPÍTULO XII. JUSTICIA DE DIOS, 171,
LIBROS A LA CARTA, 179,

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