Penny, caída del cielo: Retrato de una familia italoamericana

Penny, caída del cielo: Retrato de una familia italoamericana

by Jennifer L. Holm
Penny, caída del cielo: Retrato de una familia italoamericana

Penny, caída del cielo: Retrato de una familia italoamericana

by Jennifer L. Holm

eBookSpanish-language Edition (Spanish-language Edition)

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Overview

Touching and multilayered, this novel tells the story of Penny, an 11-year-old Italian American living in 1950s New Jersey who is looking forward to a summer of butter pecan ice cream, swimming, and baseball. Penny’s idyll is shattered by several events, though. First, her mother starts dating the milkman. Then, Penny’s arm goes through the wringer on the washing machine. Finally, details about her father’s death, which her family has refused to discuss until this point, begin to surface. This clearly drawn tale eloquently describes the intricacies of family life.

 

Conmovedora y multidimensional, esta novela relata la historia de Penny, una italoamericana de 11 años viviendo en Nueva Jersey en los años 50 que mira con anticipación un verano lleno de helado de pecanas con mantequilla, natación y béisbol. Sin embargo, el idilio de Penny es interrumpido por varios eventos. Primero, su madre empieza a salir con el lechero. Entonces, el brazo de Penny se tranca en el escurridor de la lavadora. Finalmente, algunos detalles sobre la muerte de su padre, sobre el cual su familia ha rehusado hablar hasta este punto, empiezan a salir. Este cuento bien trazado describe elocuentemente las complejidades de la vida familiar.


Product Details

ISBN-13: 9788483431863
Publisher: Bambu
Publication date: 05/01/2010
Sold by: Barnes & Noble
Format: eBook
Pages: 256
File size: 941 KB
Age Range: 8 - 12 Years
Language: Spanish

About the Author

About The Author
Jennifer L. Holm is the author of the Newbery Honor Book Our Only May Amelia and the Boston Jane trilogy and the coauthor of the Babymouse series. She lives in Fallston, Maryland.

Read an Excerpt

Penny, Caída del Cielo

Retrato de Una Família Italoamericana


By Jennifer L. Holm, Lola Diez

Editorial Bambú

Copyright © 2009 Editorial Casals, S.A.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-8343-186-3


CHAPTER 1

El mejor asiento


Me-me dice que el cielo está lleno de nubes blancas mulliditas y de ángeles.

Eso suena estupendo, pero ¿cómo puede alguien sentarse en una nube? ¿No la traspasaría y se estamparía contra el suelo? Como dice Frankie siempre, los ángeles tienen alas, así que ¿de qué se van a preocupar?

Mi idea del cielo no tiene nada que ver con nubes ni con ángeles. En mi cielo hay helado de nueces de pecán, piscinas y partidos de béisbol. Los Dodgers de Brooklyn siempre ganan y yo tengo el mejor asiento, justo detrás del banquillo de los Dodgers. Ésa es la única ventaja que le veo a estar muerto: el muerto tiene el mejor asiento.

Pienso mucho en el cielo. Aunque no por los motivos habituales. No tengo más que once años y no me pienso morir hasta que tenga por lo menos cien. Es sólo que a mí el nombre me viene de aquella canción de Bing Crosby, Pennies from heaven, y cuando a una el nombre le viene de algo, no puede evitar pensar en ello.

A mi padre le privaba Bing Crosby, y por eso todo el mundo me llama Penny en vez de Bárbara Ann Falucci, que es lo que pone en mi partida de nacimiento. Nunca nadie me llama Bárbara, excepto los profesores, y a veces hasta a mí se me olvida que ése es mi verdadero nombre.

Supongo que podría ser peor. Podría llamarme Clementine, que es el nombre de otra canción de Bing Crosby que a mi padre le encantaba.

No creo que yo valiese para Clementine. Aunque, claro, ¿quién valdría?

CHAPTER 2

La judía de la suerte


Tío Dominic está sentado en su coche.

Es un Plymouth Reydelasfalto de 1940. Es negro con acabados cromados y los tapacubos están tan brillantes que se podrían usar de espejos. Tío Dominic le paga a mi primo Frankie para que les saque brillo. Es un coche precioso; lo dice todo el mundo. Pero también es que resulta difícil no verlo. Ha estado aparcado en el patio de la casa de mi abuela Falucci desde que yo recuerdo.

Tío Dominic vive precisamente en su coche. A nadie de la familia le parece raro que Tío Dominic viva en su coche o, si se lo parece, nadie dice nunca nada. Estamos en 1953 y, en Nueva Jersey, no es lo más normal que la gente viva en coches. La mayoría de la gente aquí vive en casas. Pero Tío Dominic es como un ermitaño. También le gusta ir en zapatillas de andar por casa en lugar de ponerse zapatos. Una vez le pregunté por qué.

–Son cómodas –dijo.

Aparte de vivir en el coche y andar en zapatillas, Tío Dominic es mi tío preferido, y eso que yo tengo un montón de tíos. A veces pierdo la cuenta.

–Eh, princesa –me llama Tío Dominic.

Me asomo por la ventanilla y oigo al locutor en la radio portátil. A Tío Dominic le gusta escuchar los partidos en el coche. Tiene una almohada y una manta cochambrosa en el asiento de atrás. Tío Dominic dice que el coche es el único sitio donde puede descansar. Le cuesta mucho dormirse.

–Hola, Tío Dominic –le digo.

–Ya está el partido –dice.

Empiezo a abrir la puerta de atrás pero Tío Dominic dice:

–Te puedes sentar delante.

Tío Dominic es muy suyo a la hora de dejar que la gente se siente en su coche. Casi todo el mundo se tiene que sentar atrás, aunque Tío Nunzio siempre se sienta delante. No creo que nadie nunca le diga a Tío Nunzio lo que tiene que hacer.

–¿Quién gana? –pregunto.

–Los Bums.

Me encantan los Dodgers de Brooklyn y a Tío Dominic también. Los llamamos Dem Bums [los Vagos Redomados]. Casi todo el mundo por aquí va con los Yanquis de Nueva York o con los Gigantes, pero nosotros no.

Tío Dominic mira hacia delante como si de verdad estuviera en el estadio y viendo el partido desde las gradas. Es guapo, de pelo oscuro y ojos marrones. Todo el mundo dice que es igual que mi padre. No me acuerdo de mi padre porque murió cuando yo era un bebé, pero he visto fotografías y Tío Dominic se le parece, sólo que más triste.

–Tengo algo para ti –dice Tío Dominic.

Todos mis tíos me hacen regalos. Tío Nunzio me da manguitos de piel, Tío Ralphie me da golosinas, Tío Paulie me trae perfumes exóticos y Tío Sally me regala herraduras. Parece Navidad todo el tiempo.

Tío Dominic me pasa algo que parece una gran judía marrón oscura.

–¿Qué es?

–Es una judía de la suerte –dice. Tío Dominic es supersticioso–. Me la encontré esta mañana. Estaba guardada entre cosas viejas. Se la iba a regalar a tu padre antes de que muriera pero no tuve ocasión de dársela. Quiero que la tengas tú.

–¿Dónde la conseguiste? –pregunto.

–En Florida –dice.

A Tío Dominic le encanta Florida y va a Playa Vero todos los inviernos, probablemente porque entonces hace demasiado frío para vivir en el coche. A pesar de que vive en ese coche, tiene otro que usa para conducir, un Cadillac Cupé De Ville de 1950. Frankie dice que apuesta a que Tío Dominic tiene una chica en Florida, pero yo como que no lo creo. Las mujeres quieren una nevera nueva, no un asiento trasero.

–Guárdatela en el bolsillo –me dice–. Te mantendrá a salvo.

La judía de la suerte es grande y abulta un poco. Se nota que pesa, no es del tipo de cosas que una llevaría en el bolsillo, pero Tío Dominic pone esa mirada de que se va a morir si no me la guardo y, porque es mi tío preferido, hago lo que siempre hago.

Sonrío y digo:

–Gracias, Tío Dominic.

Por un momento la tensión abandona sus ojos.

–Por ti lo que sea, princesa –dice–. Lo que sea.


Es un día de junio caliente y pegajoso. Ya se acabó el colegio y por primera vez en meses no me tengo que preocupar de si Verónica Goodman es mala conmigo. Me gustaba el colegio, hasta este año. Probablemente, no habría sobrevivido si la señora Ellenburg, la bibliotecaria, no me hubiera escondido en la biblioteca. Por suerte para mí, a Verónica Goodman no le gusta leer.

La judía de la suerte me aprieta el bolsillo mientras bajo por la calle hacia mi casa. Vivo con mi madre y con mis otros abuelos, Me-me y Pop-pop, y mi caniche, Escarlata O'Hara. A pesar de que se llama igual que una señorita famosa de una película aburrida, Escarlata O'Hara no es nada señoritinga. A Escarlata le apesta el aliento, le gusta cazar ardillas y últimamente le ha dado por hacer pipí en la alfombra buena del salón, por no mencionar otras cosas que no debería hacer tampoco.

Pop-pop está sentado en el salón cuando llego a casa. Está escuchando la radio y la tiene a suficiente volumen para que la pueda escuchar todo el vecindario. Su programa preferido es Fibber McGee y Molly, aunque estos días se dormiría con cualquier programa. No tenemos televisión porque Me-me dice que son demasiado caras, lo que significa que seguramente la comprarán en cuanto yo termine los estudios y me vaya de casa.

–He vuelto –anuncio.

–¿Qué es? –pregunta.

–He dicho: «He vuelto», Pop-pop –digo bien alto.

–¿Qué? –pregunta–. ¿Qué?

Pop-pop está un poquito sordo. Me-me dice que está sordo desde que en 1918 volvió de Europa con metralla en una pierna. Ella dice que dejó la mejor parte de sí mismo en alguna parte de Francia, junto con su capacidad de escuchar a los demás.

Huele mal en la habitación.

–Pop-pop, ¿a qué huele? –pregunto.

–Sí, para mí un té helado –dice.

Localizo el pequeño bulto marrón detrás del sofacito. Es algo parecido a la judía de la suerte que me dio Tío Dominic. Escarlata O'Hara no está a la vista.

–Mira lo que ha hecho Escarlata –digo.

–Maldito bicho –refunfuña. Pop-pop oye bien cuando quiere–. Esa perra tuya es más ladina que los japos.

A pesar de que ahora mismo estamos en guerra contra Corea, a Pop-pop aún le encanta hablar de la Segunda Guerra Mundial, especialmente de Pearl Harbor y de cómo los japoneses nos atacaron cuando estábamos durmiendo. Dice que es lo peor que ha pasado nunca en territorio estadounidense. Nadie se lo vio venir.

–Una auténtica cobardía, eso es lo que fue –dice siempre.

Yo no me acuerdo de la guerra porque era muy pequeña pero, por supuesto, me alegro de que ganáramos. Desayunar en casa ya es bastante duro sin tener que preocuparse de ser bombardeados por los japoneses.

–¡Penny! –me llama Me-me desde la cocina.

Nuestra casa es de dos pisos. Me-me y Pop-pop viven en la parte de arriba y Madre y yo en la de abajo. Mis abuelos tienen su propio dormitorio, cuarto de baño y salón pero comen siempre abajo con nosotras porque ahí está la única cocina de la casa. De hecho, casi siempre cocina Me-me, ya que mi madre tiene que trabajar. Es secretaria en una fábrica de camiones.

Al entrar yo en la cocina, Me-me está de pie, de espaldas a mí, mirando el fogón. El pelo se le está poniendo gris y se lo recoge hacia arriba en un moño. Lleva un vestido de algodón con un estampado de cerezas rojas. A Me-me le encantan los estampados de colores vivos y tiene otro vestido con rosas de pitiminí, otro con fragmentos de frutas y otro con margaritas. El que a mí más me gusta es el de las palmeras hawaianas. Creo que sería divertido ir a algún sitio tipo Hawai. Debe de ser más emocionante que Nueva Jersey.

No hace falta que mire en la cazuela que está removiendo para saber que son guisantes con cebolla. El olor llena el aire. A Me-me le gusta hervir las verduras hasta que se hacen puré ellas solas y han perdido cualquier atisbo de sabor. Yo ni siquiera sabía que los guisantes podían ser dulces hasta que los probé frescos de la cepa en casa de la abuela Falucci.

–¿Qué hay para cenar? –pregunto.

–Hígado –dice, y tengo que contenerme para no refunfuñar.

El hígado de Me-me es peor que su asado, que a su vez es peor que su ternera Strogonoff, y su redondo de carne más vale ni mencionarlo.

–Pon la mesa, por favor –dice Me-me.

Saco los platos de vidrio verdes de la alacena y los llevo al comedor, donde sólo hay una mesa, las sillas y un aparador. En el aparador hay un viejo reloj y una fotografía enmarcada de mi madre y de mi padre el día de su boda. En esta casa no hablamos de mi padre porque mi madre se enfada. Supongo que no se ha repuesto de que muriera como murió y la dejara sola con un bebé. Ella era enfermera en el hospital donde lo llevaron cuando se puso malo, pero dijo después de su muerte que no podría volver allí, que había demasiados malos recuerdos.

En la fotografía de la boda, mi padre sale con un traje oscuro y el brazo alrededor de la cintura de mi madre como si tuviera miedo de que ella fuera a salir corriendo. Mi madre lleva un traje blanco de raso y sujeta un ramillete de guisantes de olor. Tiene el pelo largo, por debajo de los hombros, y rizado como una estrella de cine. Sonríe a la cámara como si fuera la chica más afortunada del mundo.

Se la ve tan feliz que casi no la reconozco.

Me-me se ha pasado la última media hora mirando el reloj, mientras Pop-pop y yo observamos cómo el hígado y los guisantes se van enfriando. Escarlata O'Hara está sentada al lado de la silla de Pop-pop esperando a ver si cae algo, lo cual es más que probable.

Pop-pop le da al té helado un largo trago y eructa sonoramente. Al ratito, vuelve a eructar.

–¡Pop-pop! –le digo.

–¿Qué? –dice con el ceño fruncido.

Sinceramente, no sé qué es más embarazoso, si Escarlata O'Hara haciendo sus cositas por la casa o Pop-pop eructando todo el tiempo. Y Madre todavía se pregunta por qué nunca invito a las amigas a dormir a casa.

Se abre la puerta principal y Me-me estira la espalda quedando un poco más alta.

–Siento llegar tarde, Madre –dice mi madre, mientras se quita el sombrero y se sienta en su sitio a la mesa.

Lleva un sencillo traje de chaqueta azul oscuro, y tiene el pelo ondulado, castaño claro, corto, por debajo de las orejas. Se pone colorete Tangee en las mejillas y un poquito de pintalabios rojo. El colorete Tangee es lo más extravagante que hay en ella.

–¿Sabes qué hora es, Eleanor? –pregunta Meme clavando la mirada en el reloj–. Son las siete y media, ésa es la hora que es. ¿Qué tipo de negocio lleva ese hombre?

–El señor Hendrickson ha tenido que dictarme una carta en el último minuto –dice mi madre.

Me-me mira mi plato y me dice:

–Cómete los guisantes, Penny.

Me como unos cuantos, obligándome a tragar. Están simplemente asquerosos. Saben como algo que una le daría a alguien a quien quisiera torturar.

Pop-pop le clava el tenedor al hígado.

–Creí que dijiste que íbamos a comer filetes –se queja–. Esto parece hígado.

–Hola, Gazapito –me dice mi madre y le noto el cansancio en la voz–. ¿Qué tal has pasado el día?

Siempre le ha gustado llamarme Gazapito. Me dijo que es porque cuando me vio en el hospital yo era tan dulce y tan pequeña que enseguida se dio cuenta de que era un gazapito.

–Mira lo que tengo –digo. Me rebusco en el bolsillo, saco la judía de la suerte y la pongo sobre el mantel de flores.

Pop-pop empieza a atragantarse cuando la ve.

–¿Has traído a la mesa un zurullo de perro?

Escarlata O'Hara ladra como para negar su intervención en el asunto.

–Es una judía de la suerte –explico–. Me la ha dado Tío Dominic.

–¿Una judía de la suerte? –se burla Meme–. La única cosa de la suerte ...

–Madre –le dice mi madre en tono de advertencia.

–La familia de tu padre –me dice Me-me sacudiendo la cabeza. Lo que quiere decir es que son italianos, y católicos.

Me-me y Pop-pop son viejos americanos corrientes, y metodistas. Van a misa todos los domingos y normalmente me hacen ir a mí también. Mi madre no va a ninguna iglesia.

–Tengo uno bueno, Penny –dice Pop-pop. Le encantan los chistes–. ¿Por qué la nueva armada italiana tiene barcos con fondo de cristal?

–¿Por qué?

–¡Para poder ver la antigua armada italiana! –suelta una risotada–. ¿Lo coges? ¡Sus barcos están en el fondo del océano!

Mi madre mira su plato y suspira.

–Madre –digo–, Tío Ralphie dice que nos va a contratar a Frankie y a mí para trabajar en su tienda algunos días a la semana. ¿Puedo? Podría ser mi trabajo de verano.

Tío Ralphie es uno de los hermanos de mi padre. Es propietario de una carnicería.

–¿Qué tendrías que hacer? –me pregunta.

–Barrer la tienda, colocar las mercancías y hacer los repartos.

–¿Llevar la compra a casas de extraños? Eres muy joven para eso –dice Me-me horrorizada.

–Creo que no, Penny –dice Madre, que es lo que siempre dice.

A mi madre le da miedo ni más ni menos que casi todo lo que implica diversión. No me deja ir a nadar porque podría coger la polio en la piscina pública. No me deja ir a las sesiones de cine porque podría coger la polio ahí también. No me deja ir a los coches de choque porque me podría hacer daño en el cuello. ¡Penny, no hagas esto! ¡Penny, no hagas lo otro! ¡Es demasiado peligroso, Penny! A veces me dan ganas de decir que lo más peligroso que hay en mi vida son los guisos de Me-me.

–¡Por favor! Estaremos trabajando en la tienda la mayor parte del tiempo –digo.

Mi madre y Me-me cruzan una larga mirada. A Madre no le gusta que pase mucho tiempo con la familia de mi padre, aunque trata de que no se le note. Las dos partes de la familia no se llevan bien. Ni siquiera los he visto nunca juntos en la misma habitación. Sé que no fue siempre así por la famosa historia de la fiesta de pedida de mi madre que a mis parientes italianos les gusta contar. Parece ser que Tío Dominic solía gastar bromas, especialmente a Madre. Durante la fiesta le regaló una caja con un gran lazo rosa. Mi madre abrió la caja esperando encontrar dulces pero, ahí colocado en el papel de seda, había un par de ojos de cordero.

–Es para que puedas echarle un ojo a Freddy –le dijo Tío Dominic.

Cuesta creer que ella se riera lo mucho que dicen todos ellos que se rió.

–¡Por favor! –supliqué–. Tendré muchísimo cuidado.

Me-me se encoge de hombros y mi madre se vuelve hacia mí y me dice:

–Bueno. Pero dile a tu tío que yo he dicho que Frankie tiene que acompañarte en los repartos. ¿Entendido?

–¡Puedes estar segura! –le digo, y no consigo contener el entusiasmo en la voz.


(Continues...)

Excerpted from Penny, Caída del Cielo by Jennifer L. Holm, Lola Diez. Copyright © 2009 Editorial Casals, S.A.. Excerpted by permission of Editorial Bambú.
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