En este segundo libro, Guancholo mantiene el hilo de su narración anterior, agregando detalles sobre otras historias que él reconstruye a partir de los recuerdos de su madre. Por supuesto, él sigue poniendo ese toque ingenioso que nos hace disfrutar el relato, aparte de motivar nuestra curiosidad por lo que puede suceder. Sus ocurrencias dan vida a lo que escribe y parece que estamos ahí, andando por los caminos difíciles o riendo con las exageraciones que a veces inventan los personajes o comiendo de lo que ofrecen en los rezos. Casi pensamos qué podemos nosotros enviar también. El caso es que Guancholo llega a ser un personaje querido y se convierte en guardián de eventos y costumbres que presenciaron o practicaron sus mayores, algo muy digno de apreciar y celebrar. Además, el libro nos permite explorar una faceta del autor podría decirse que filosófica, con ciertas creencias y preguntas profundas que él plantea y que muchos no se atreven a tocar, pero que él mismo va respondiendo y analizando, para transmitirnos su particular punto de vista. Guancholo, pues, es un narrador muy versátil que además de entretenernos puede hacernos descubrir interesantes reflexiones.