Seguro en los brazos de Dios: La verdad celestial acerca de la muerte de un niño.

Seguro en los brazos de Dios: La verdad celestial acerca de la muerte de un niño.

by John MacArthur
Seguro en los brazos de Dios: La verdad celestial acerca de la muerte de un niño.

Seguro en los brazos de Dios: La verdad celestial acerca de la muerte de un niño.

by John MacArthur

eBook

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Overview

«¿Está mi bebé en el cielo?».

Esa es la pregunta másimportante que un padre o madre que sufre puede hacerse. Y aunque el pequeñosea el hijo de otra persona, la pregunta permanece: ¿Qué les sucede a losniños, a los no nacidos, los mortinatos o los infantes, cuando mueren? ¿Podemosesperar volver a verlos? ¿Podemos soltar el temor y la culpabilidad? ¿Puede elamor de Dios suavizar una herida tan desgarradora?

Con autoridad bíblica y lacalidez del corazón de un pastor, el autor de éxitos de librería John MacArthurexamina el alcance de toda la Biblia y revela en este convincente libro elcuidado que tiene el Padre celestial de cada vida.

«He estado sentada junto a la tumba de nuestra hija y nuestro hijo,y me he preguntado en voz alta si mi fe en que Hope y Gabriel están en el cielotiene algún apoyo bíblico sólido. John MacArthur ofrece verdad de la Palabra deDios que resuelve las dudas de cualquier padre o madre que sufre esta pérdida. Seguro en los brazos de Dios revela quela confianza del cielo para el hijo al que amas está basada en mucho más quemero sentimentalismo; está revelada en la Palabra de Dios, y refleja el propiocorazón de Dios».

—Nancy Guthrie, autora de Aferrándose a la esperanza


Product Details

ISBN-13: 9780529120151
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 02/03/2015
Sold by: HarperCollins Publishing
Format: eBook
Pages: 192
File size: 637 KB
Language: Spanish

About the Author

Dr. John MacArthur es un reconocido líder cristiano a nivel internacional. Es pastor y maestro de Grace Community Church en Sun Valley, California. Siguiendo los pasos de su padre, el doctor Jack MacArthur, John representa cinco generaciones consecutivas de pastores en su familia. El doctor MacArthur también es presidente de The Master’s College and Seminary y se le escucha diariamente en «Gracia a Vosotros», una transmisión radial distribuida a nivel internacional. Él ha escrito y editado muchos libros, incluyendo el ganador del premio Medallón de Oro, La Biblia de Estudio MacArthur. Una de sus obras recientes es Jesús al descubierto.

Read an Excerpt

Seguro en los brazos de Dios

La verdad celestial acerca de la muerte de un niño


By John MacArthur, Graciela Lelli, José Luis Riverón

Grupo Nelson

Copyright © 2015 Grupo Nelson
All rights reserved.
ISBN: 978-0-529-12015-1



CHAPTER 1

¿Dónde está mi niño?


«¿Qué me dice del niño de dos años que quedó aplastado bajo los escombros de las Torres Gemelas de Nueva York?».

Larry King me lanzó a quemarropa esta pregunta. Me había invitado a participar como parte de un panel en el programa de televisión «Larry King Live» [Larry King en directo] un sábado por la noche. El programa se grabó poco después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos de América. Aunque habíamos estado hablando de cuestiones de vida y muerte, aflicción y esperanza, como parte de este programa, la pregunta del presentador pareció como que surgía de la nada.

«Al instante en el cielo», respondí de inmediato.

El presentador replicó con otra pregunta: «¿Acaso no era pecador?».

De nuevo respondí: «Al instante en el cielo».

Las apremiantes preguntas del presentador revelaban un tema acuciante e inquietante del corazón humano.

¿Cuál es el futuro del pequeño niño que quedó aplastado bajo los escombros de las Torres Gemelas de Nueva York?

¿Qué le pasa a cualquier niño que muere? ¿Qué les sucede al morir a un niño nonato, un bebé, un infante, o incluso a un adulto maduro físicamente, pero mentalmente discapacitado y con la capacidad mental de un niño pequeño? ¿Cuál es el destino de ese «pequeñito» al entrar en la eternidad? Estas preguntas son atormentadoras para muchos padres, cristianos y no cristianos por igual.

Muchas respuestas extrañas y mal fundadas se han dado a esas preguntas en el pasado. Sin embargo, la respuesta correcta empieza de manera muy sencilla: «Al instante en el cielo».

En un ambiente de citas fragmentarias como el del programa «Larry King Live», no tuve la oportunidad de añadir alguna explicación a mi afirmación y, francamente, el presentador no me la pidió. Pareció quedar satisfecho con mi respuesta rápida y categórica, y pasó a otras cuestiones en cuanto a las maneras en que nuestra nación estaba procesando la aflicción y recuperándose de la secuela de ese día terrible y trágico.

Pero creo que usted se merece una respuesta ampliada, porque con toda probabilidad está leyendo este libro después de haber sufrido la pérdida de un niño; o tal vez porque es alguien en la posición, como yo lo he estado demasiadas veces como pastor, de asesorar o dar una voz de aliento a alguna persona que ha perdido a un pequeño. Mi corazón se aflige por cualquier padre o madre que pierde a un hijo, y esto me motivó a investigar en las Escrituras sobre el tema, a fin de poder alcanzarlos y ofrecerles palabras bíblicamente sólidas de consuelo y aliento.

También sospecho que nuestra necesidad de respuestas a las preguntas en cuanto a la muerte de los niños continuará creciendo. Conforme nuestra nación contempla el rol que debemos asumir para enfrentar desastres naturales, hambrunas y situaciones de sufrimiento en lugares distantes, la pregunta siempre surge: «¿Qué pasa con los niños que han muerto o que se enfrentan a una muerte casi inevitable?».

Cuando nuestra nación considera la guerra, surge la pregunta: «¿Qué pasa con los niños inocentes que van a morir?».

Al contemplar la muerte de los niños, muchos de los cuales pertenecen a familias en culturas que siguen religiones falsas o que no participan en ninguna religión, en los corazones de muchos cristianos surge la pregunta: «¿Qué les sucede a esos pequeñitos?».

Nuestras preocupaciones en cuanto a la muerte siempre parecen ser más profundas y dolorosas cuando tenemos que lidiar con la muerte de un niño. Un accidente o una enfermedad parecen especialmente trágicos y conmovedores cuando en estos un pequeño pierde la vida.


Millones mueren ... o ¿viven?

La triste y gran realidad es que, a través de toda la historia, cientos de millones, tal vez miles de millones, de niños nonatos, recién nacidos y niños pequeños han muerto. Millones están muriendo en nuestra era.

En la creación original, Adán y Eva vivían sin la realidad de la muerte. De acuerdo con Génesis 1.26–28, a la humanidad se le dio el poder de producir vida en un mundo sin muerte. A Adán y Eva se les ordenó «fructificad y multiplicaos»; que procrearan y llenaran la tierra con hijos que jamás conocerían la muerte. El plan original de Dios era que todas las vidas, una vez concebidas, vivieran por toda la eternidad.

Cuando Adán y Eva pecaron, la muerte se hizo una realidad. La maldición de la muerte en las vidas de los padres originales se volvió la maldición de la muerte en la vida de todo individuo que fuera concebido. La muerte se hizo una realidad no solo para los maduros, sino también para los inmaduros. Desde los primeros días de la historia hasta el presente, no es ninguna exageración especular que la mitad de todas las personas concebidas murieron antes de llegar a la madurez.

Hace poco leí unos datos estadísticos bastante sorprendentes:

• Cerca del veinticinco por ciento de todas las concepciones no llegan a la vigésima semana del embarazo. En otras palabras, por lo menos una de cada cuatro personas concebidas muere en el vientre. El setenta y cinco por ciento de estas muertes tienen lugar en las primeras doce semanas.

• La muerte perinatal, o sea, la muerte en el momento del nacimiento, continúa ocurriendo en cifras enormes por todo el mundo, incluso con los avances de la ciencia médica moderna. Una organización mundial de la salud informó que unos 4.350.000 bebés murieron en el momento de nacer en el año 1999, pero muchos expertos piensan que la cifra real es mucho mayor. Calculan que unos diez millones de bebés mueren al nacer en todo el mundo cada año, ya que la mayoría de esas pérdidas no se informa.


Las tasas más altas de mortalidad infantil, por supuesto, suelen ocurrir en las naciones más pobres y primitivas, especialmente en África y Asia. Estas naciones también son las más paganas. En Afganistán, por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil es por lo menos de 150 niños por cada 1.000. En Angola, la tasa es incluso más alta, 200 bebés por cada 1.000 mueren al nacer o poco después. Y encima de esto, tenemos las horrendas estadísticas de abortos que todos conocemos.

Si usted empieza a sumar los millones en todos los años de la historia, verá que hay incontables miles de millones de personas que han entrado a la eternidad antes de alcanzar la madurez.

¿Dónde están las almas de estas personas? Bien sea que estén habitando el infierno en cifras increíbles, poblando el cielo en cifras increíbles, o tal vez morando tanto en el cielo como en el infierno en similares cifras increíbles. ¿Cuál es la verdad?


Necesitamos respuestas basadas en la verdad

«¿Está mi niño en el cielo?».

Si alguien le hiciera esa pregunta, ¿cómo usted respondería?

Hay quienes responden a la pregunta basándose en el sentimentalismo o en lo que esperan que sea verdad. Si se les insiste, el único argumento que probablemente darán es que no quieren creer que Dios rechazaría a un precioso pequeñito. Un universalista tiene una respuesta rápida porque cree que todos van al cielo al morir. En el otro lado del espectro están los que creen que el niño nonato no tiene alma y por consiguiente no tiene destino eterno. Entre uno y otro extremo están los que sostienen toda una variedad de opiniones y creencias. Algunos declaran que solo los infantes «elegidos» van al cielo, en tanto que los «no elegidos» sufren el castigo eterno. Otros creen que el bautismo infantil vacuna a un niño contra el infierno y le asegura un lugar en el cielo, pero dejan fuera las almas de los que mueren antes de nacer. También hay quienes creen que todos los niños que mueren van al cielo porque Dios soberanamente escoge extenderles su gracia especial.

Al leer mi respuesta a Larry King, a usted puede haberle parecido precipitada, incluso simplista. Pero no fue una respuesta improvisada. Muy temprano en mi ministerio confronté esta pregunta en cuanto al destino de los pequeños que mueren. Mi búsqueda de una respuesta fundamentada en la Biblia empezó después de una crisis un sábado por la mañana.

En ese tiempo mi oficina pastoral daba al patio de nuestra iglesia. El letrero en la puerta corrediza de vidrio del patio claramente decía: «Oficina pastoral». Por lo tanto, no debería haberme sorprendido por lo que sucedió esa mañana mientras yo estaba sentado en mi estudio dando los toques finales al sermón para la mañana siguiente.

Una mujer llegó a la puerta del patio y llamó a golpes. Corrí a abrir la puerta solo para oírle exclamar con gran angustia: «¡Por favor, venga! ¡Creo que mi bebé se murió!».

Al instante la acompañé de prisa a su casa, que quedaba apenas a pocas casas del templo. Tristemente, al entrar, hallé que el bebé yacía sin vida en su cuna.

Me oí diciéndole a esta angustiada joven madre lo que confiaba que serían palabras de consuelo: «Su bebé está en el cielo. Está seguro en los brazos de Dios».

Ella lloró incontrolablemente al principio, pero luego, conforme esas palabras penetraban en su espíritu, se calmó un poco. Me quedé allí hasta que llegaron los paramédicos y algunos parientes cercanos para estar con ella. Entonces volví a la oficina pastoral; sacudido en mi interior por lo abrupto de la interrupción, el carácter definitivo de la muerte de ese niño y también por lo que había dicho desde mi corazón de pastor.

En los días que siguieron reflexioné varias veces en la experiencia. Intuitivamente sentía que le había dicho lo correcto a aquella madre perpleja y afligida, pero también sentí una fuerte compulsión de saber con certeza que le había dicho la verdad. ¿Le había dicho algo que pudiera tener respaldo de la Palabra de Dios? ¿O acaso le había dicho solo lo que pensaba que la calmaría y consolaría en la desesperación emocional de ese momento?

Empecé a estudiar los pasajes bíblicos que hablan de la muerte de infantes y niños; incluso los que mueren en el vientre, los que mueren al nacer y los que nunca crecieron mentalmente por completo al punto de ser capaces de discernir entre el bien y el mal. Fue por este estudio que llegué a las conclusiones que presento en este libro. Debo advertirle que este no es un libro sensiblero de «consuelo» típico. Debido a que estoy convencido de que el único consuelo verdadero viene de la Palabra de Dios, consideraré temas tales como el pecado, la edad de responsabilidad y la predestinación. Pienso que, a fin de cuentas, usted quedará agradecido por este enfoque, porque no tendrá que apoyarse en el sentimiento o los deseos ilusorios de paz mental y de corazón; sino que podrá apoyarse en la Palabra de Dios. Las emociones vienen y van, pero la verdad de la Palabra de Dios es completamente consecuente y confiable.

Mi respuesta a aquel presentador no fue una respuesta sacada del aire a una pregunta que brotó del aire. Fue un enunciado de mi verdadera convicción basada en un estudio exhaustivo y cuidadoso de las Escrituras a través de los años.

«Al instante en el cielo» verdaderamente es el destino de infantes y niños. Permítame decirle por qué eso es verdad.

CHAPTER 2

¿Qué podemos decir con certeza a los que quedan con los brazos vacíos?


Lilia se despertó esa mañana más temprano que de costumbre, y su primer pensamiento fue ir a la cuna de su nena. Había dado a luz a Eunice tres días atrás, y Lilia sentía una gran satisfacción al tener una hija que se uniera a sus dos hijos traviesos. Sin embargo, desde el principio, la pequeña Eunice había estado inquieta y pálida, a diferencia de sus hermanos al nacer. Parecía que tiritaba con frecuencia, como si tuviera mucho frío por dentro, aunque Lilia y la partera que la atendió no pudieron detectar ninguna fiebre. Debido a su preocupación de que pudiera tener frío, dejaron la cuna junto a la chimenea.

La preocupación inmediata de Lilia al entrar en la sala esa mañana fue que la chimenea se había apagado; no se veía ni siquiera lumbre de alguna brasa encendida. De inmediato corrió a la cuna para alzar a Eunice, sintiendo un abrumador instinto maternal para abrigarla con su propio calor. Para su horror, la nena estaba yerta y sin vida. En algún momento entre la una de la madrugada, cuando Lilia fue a ver a la niña, y su vuelta a las cinco de la madrugada, Eunice había muerto.

Los clamores lastimeros de Lilia despertaron a su esposo e hijos. No podía ser consolada y por horas se negó a soltar a Eunice de sus brazos mientras la mecía, gimiendo a gritos. Finalmente su esposo, Marvin, le dijo a los muchachos: «Debemos dejar a mamá a solas por un tiempo». Los tres aprovisionaron de leña la chimenea, cerraron la puerta de la sala y dejaron que Lilia se lamentara hasta que hubo llorado todas las lágrimas que podía derramar. Al final, se quedó dormida profundamente. Fue entonces que Marvin pudo quitarle a la pequeña de los brazos y llamar tanto al pastor como al médico local.

Un sencillo servicio fúnebre se realizó en la fría tarde del día siguiente. El pastor dijo unas pocas palabras mientras se bajaba el pequeño ataúd a la tumba. La familia se fue a casa, al silencio de un hogar normalmente lleno de risa, de afecto, y del aroma de las sopas y los guisados que Lilia cocinaba casi constantemente.

Por la comunidad rural pronto corrió la noticia de que Lilia había dado a luz y que la bebé había vivido solo tres días. La vasta mayoría de amigos y vecinos se enteró de la pérdida después de que Eunice ya había sido enterrada. Muy pocos alguna vez les mencionaron a Marvin y a Lilia el nacimiento de la niña. Solo un niño se acercó a sus hijos en la escuela y les dijo: «Oí de su hermana. Lamento lo que sucedió». Solo un puñado de amigos y miembros de su iglesia fue a la casa de Lilia y Marvin para visitarlos.

La esposa de una pareja que los visitó le dijo a Lilia: «Fue lo mejor, querida. Es mejor que te olvides que siquiera sucedió. No tenemos por qué volver a hablar de esto».

Lilia ni siquiera podía imaginarse cómo ella pudiera olvidar alguna vez. ¿Por qué nunca iba a querer hablar de su hija otra vez? Eunice había vivido dentro de ella por nueve meses, aun cuando solo por tres días fuera de su vientre. Fue una persona y un miembro de la familia, y Lilia estaba convencida de que quienes la querían debían recordar a su hija.

Otra mujer le dijo: «Qué malo que dejaste que la chimenea se apagara».

Lilia quedó espantada de que sus amigas pensaran que ella había matado a su propia hija debido a un descuido. Ni siquiera se le había ocurrido considerar hasta ese momento que su pequeña se hubiera muerto debido a que ella no se quedó despierta para echarle leña a la chimenea.

Pero lo peor que Lilia oyó sin querer con respecto a la muerte de su hija fue algo que una mujer le decía a Marvin: «Dios no debe haber querido que Lilia tuviera una hija».

Lilia quedó destrozada hasta la médula de su alma. ¿Qué clase de Dios sería tan cruel como para confiarle a Lilia un embarazo y luego pensar que ella era tan inepta en su papel de madre como para quitarle de inmediato a la niña que dio a luz?

De muchas maneras, Lilia nunca se recuperó del nacimiento y la muerte de su pequeña. No hubo explicación para la enfermedad o muerte de su niña; su nacimiento tuvo lugar en la primera parte del siglo veinte y nadie había acuñado todavía la frase «síndrome de muerte súbita del lactante».

Lilia, a quien en un tiempo se le había conocido en toda el área como una mujer vivaz, alegre y enérgica, se volvió callada y retraída, perpetuamente triste. Sin los recursos y la asesoría fácilmente disponibles hoy, Lilia quedó deprimida por varios años. Una noche, sin que su esposo lo supiera, salió de la casa y se fue a dar una larga caminata en medio de una tormenta de nieve. El resfriado se convirtió en neumonía, y sin ninguna señal de que tuviera la menor voluntad de vivir, Lilia murió dos semanas más tarde, en su casa, apenas a pocos metros de la cuna vacía que todavía estaba en su lugar junto a la chimenea.

La experiencia de Lilia se repite incontables veces por todo el mundo, todos los días. Nacen bebés. Estos no logran progresar. Y mueren después de pocas horas o días.

En algunos casos se sabe la causa de la muerte; en otros miles de casos por todo el mundo, la causa nunca se sabe.

Los padres tienen reacciones muy intensas ante la muerte de un hijo o una hija. Sin embargo, el público en general rara vez reconoce o tiene en cuenta estas reacciones, y como resultado, a menudo estas son privadas, intensas, y quedan sin resolverse.


(Continues...)

Excerpted from Seguro en los brazos de Dios by John MacArthur, Graciela Lelli, José Luis Riverón. Copyright © 2015 Grupo Nelson. Excerpted by permission of Grupo Nelson.
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Table of Contents

Contents

1. ¿Dónde está mi niño?, 1,
2. ¿Qué podemos decir con certeza a los que quedan con los brazos vacíos?, 9,
3. ¿Cómo considera Dios a los niños?, 35,
4. ¿Y si mi niño no está entre los elegidos?, 65,
5. ¿Volveré a ver a mi niño?, 95,
6. ¿Cómo es la vida de mi niño en el cielo?, 113,
7. ¿Por qué tuvo que morir mi niño?, 133,
8. ¿Cómo ministraremos a los afligidos por el duelo?, 159,
9. Permítame orar con usted, 179,
Notas, 181,
Acerca del autor, 183,

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