Sufismo

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by Llewellyn Vaughan-Lee
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Overview

Sufismo. La transformaciÓn del corazÓn proporciona una descripciÓn clara y accesible del sufismo, de sus principios bÁsicos, su fondo histÓrico y su desarrollo reciente en Occidente. Al explorar los procesos de transformaciÓn espirituales y psicolÓgicos, este libro ofrece directrices prÁcticas para ayudar al buscador. Sufismo. La transformaciÓn del corazÓn es una valiosa introducciÓn a un dinÁmico sendero espiritual que estÁ suscitando un creciente interÉs.

Product Details

ISBN-13: 9781941394038
Publisher: The Golden Sufi Center
Publication date: 01/15/2015
Series: Fragmentos
Sold by: Barnes & Noble
Format: eBook
Pages: 224
File size: 1 MB
Language: Italian

About the Author

Llewellyn Vaughan-Lee is a Sufi teacher in the Naqshbandiyya-Mujaddidiyya Sufi Order and specializes in the area of dream work, integrating the ancient Sufi approach to dreams with the insights of modern psychology. He is the author of several books, including The Circle of Love, Love Is a Fire, Spiritual Power, Sufism: The Transformation of the Heart, and Working with Oneness. He lives in Inverness, California.

Read an Excerpt

Sufismo

La transformación del Corazón


By Llewellyn Vaughan-Lee

The Golden Sufi Center

Copyright © 2015 The Golden Sufi Center
All rights reserved.
ISBN: 978-1-941394-03-8



CHAPTER 1

EL ANHELO DEL CORAZÓN

Aunque los ocho paraísos se abrieran en mi choza, y fuera depositado el gobierno de los dos mundos en mis manos, no daría a cambio el suspiro que surge al alba, desde lo más profundo de mi alma, en recuerdo de mi anhelo por Él.

Bâyezîd Bistâmî


DESPERTAR AL DOLOR DE LA SEPARACIÓN

El viaje de regreso a Dios empieza cuando Su mirada se posa en el corazón de sus siervos, y les infunde amor divino. Éste es el momento de tauba, "el giro del corazón". La mirada del Amado despierta la memoria del alma, la memoria de nuestro estado primario de unidad con Dios. La memoria de esta unión nos hace conscientes de que estamos ahora separados de Aquel a quien amamos, y de este modo se enciende el fuego del anhelo. El alma exiliada recuerda su verdadero Hogar, y comienza el largo y solitario viaje de regreso al Amado.

Sin la mirada del Amado no habría anhelo de Dios, ni viaje espiritual. Es sólo porque Él nos quiere, que le damos la espalda al mundo exterior y emprendemos el camino ancestral del alma que vuelve a su origen. Alguien le preguntó en una ocasión a Râbi'a: "He cometido muchos pecados. Si vuelvo arrepentido a Dios, ¿volverá Él con su clemencia a mí?" "No", replicó ella, "pero si Él volviera a ti, tú volverías a Él".

El momento de tauba puede ser la mirada de un maestro, como cuando Rûmî cayó ante los pies de Shams. Rara vez es exteriormente tan dramático, pero la presencia de alguien despierto espiritualmente puede provocar una reacción en el corazón, llevando a la conciencia el anhelo de nuestro Hogar verdadero. Pues, en un instante, la orientación del individuo cambia. Se abre una puerta hacia el más allá, a través de la que percibimos fugazmente el deseo más profundo del alma. Una vez que este deseo ha sido despertado, nos queda un dulce y terrible anhelo de lo que hemos visto:

El mundo estaba lleno de cosas bellas, hasta que llegó un hombre anciano de barba que encendió en mi corazón la llama del anhelo, y lo preñó de amor. ¿Cómo puedo mirar la belleza que me rodea? ¿Cómo verla, si oculta la faz de mi Amado?


A algunos los despierta un maestro, mientras que otros pueden despertar a través de un sueño, una frase, o una pieza de música que hace sonar el acorde primario del alma. Puede ser un momento experimentado en la naturaleza, en el que, por un instante, se abra la puerta de los dos mundos; o también un shock que por un momento nos libere del dominio del ego y de la mente. En cualquier forma que quiera el Amado, Él viene hacia nosotros, ya que el anhelo es siempre un regalo de Dios enviado a los exiliados, invitándoles a emprender el camino al Hogar.

El despertar del anhelo es el despertar inicial del corazón. Oímos su llamada, no con el oído externo, sino con el oído del corazón. Esta llamada está siempre presente, porque todos los átomos cantan la melodía del recuerdo, cada partícula de la creación desea volver a reunirse con el Creador. Su llamada está en el centro de la creación, sin la cual el mundo se desintegraría. Es la atracción centrípeta que compensa la centrífuga, la energía de la creación. Sentimos esta atracción hacia Dios como una atracción de amor, que se experimenta como un deseo de cercanía e intimidad. El amor siempre nos acerca cada vez más al estado de unión con Él. La llamada del amor está en el mismísimo centro de nuestro ser, y la experimentamos reflejada en las relaciones humanas. Pero no tenemos conciencia de su sentido más profundo, no podemos oír su verdadero mensaje, mientras el corazón no haya despertado:

Has de saber que todo volverá a su origen. El corazón, la esencia, tiene que despertar, ser revivido, para que encuentre el camino de regreso a su origen divino.


LA INSATISFACCIÓN DIVINA

Algunos buscadores experimentan este despertar inicial como un sentimiento creciente de insatisfacción, que San Agustín llamaba "la Insatisfacción Divina". En la cámara más íntima del corazón hemos visto Su faz, pero esto queda oculto a la conciencia. El corazón habla un lenguaje muy diferente al de la mente y al del ego, de modo que no tenemos una conciencia directa de lo sucedido. En su lugar, ha quedado un sentimiento de vacío en nuestra vida cotidiana. El aspecto doloroso del despertar espiritual es que el mundo se convierte en un lugar desolador. Y aunque intentemos mejorar nuestra situación exterior, trabajemos más, nos dediquemos a ganar dinero, o nos vayamos de vacaciones, pronto notaremos que ésa no es la solución. ¿Qué es lo que realmente queremos? ¿Por qué está perdiendo el mundo exterior su encanto? Los amigos y los intereses, que normalmente nos satisfacían, pueden parecer vacíos, y sólo nos queda una insatisfacción que no podemos apaciguar.

Anhelamos lo que nuestro corazón sabe con certeza que es real, la unión de amor oculta bajo la superficie de nuestras vidas. Una vez despiertos a este amor verdadero, jamás otra cosa podrá satisfacernos. Por eso, el mundo empieza a perder su atractivo, por eso nos sentimos insatisfechos. Se nos ha concedido una percepción fugaz de algo diferente, de la verdadera substancia de nuestro propio yo. El anhelo es una bendición y también una maldición. Una bendición porque nos lleva al verdadero Hogar, y una maldición por el dolor que conlleva. Nada puede satisfacernos que no sea la unión con Dios. Râbi›â, que conocía el significado más profundo del dolor del amor, lo expresó es su habitual forma directa:

El origen de mi dolor y soledad se encuentra en un lugar profundo de mi
pecho.
Es una dolencia que ningún doctor puede curar,
sólo la unión con el Amigo puede.


EL CLAMOR DEL ALMA

En el corazón despierta un sentimiento de tristeza, que jamás podrá ser aliviado por el mundo exterior, o por la más significativa relación humana. Del alma empieza a surgir el grito primario causado por la separación, el clamor del corazón que anhela a Dios. Es la melodía de la flauta de junco del comienzo del Mathnawî de Rûmî:

Escuchad la historia que cuenta el junco, quejándose de separaciones.
Dice: "Desde que me separaron del lecho de juncos, mi lamento ha hecho
gemir a hombres y mujeres.
Sólo a un pecho desgarrado por la ruptura puedo revelarle el dolor que me
causa el anhelo de amor.
Cualquiera que sea abandonado lejos de su fuente desea regresar al
momento en el que estaba unido a ella".


Este dolor, producido por el anhelo, es el camino más directo de regreso a Dios. El anhelo no forma parte de las complejidades de la mente o de los velos del ego. Dentro del corazón, el Amado habla directamente al alma enamorada, guiándonos con el fuego de nuestra propia transformación. Si seguimos la llamada del anhelo, nos apartamos del ego, con sus mecanismos de control, y entramos en la arena del corazón. Es el corazón quien percibe Su llamada:

Has de saber que tú eres el velo que te oculta de ti mismo. Has de saber que no puedes llegar a Dios por ti mismo, sino que Le alcanzas a través de Él. La razón es que cuando Dios te otorga la visión de que puedes alcanzarLe, es Él quien te incita a que Le busques, y tú lo haces.


Nos llama a Él con la irresistible atracción del amor, que experimentamos como sentimiento de anhelo. Para poder oir completamente su llamada, tenemos que permitirnos a nosotros mismos sentirnos insatisfechos y descontentos, en lugar de intentar llenar ese doloroso vacío con distracciones. Tenemos que permitir que el dolor del anhelo forme parte de nuestra vida. El anhelo es tanto el dolor que quema los velos que nos separan, como el hilo que nos guía cada vez más profundamente hacia lo interior oculto, hasta que somos capaces de entrar en la cámara más íntima del corazón, dónde Él nos está esperando.

En Occidente, estamos condicionados a creer que al principio de todo viaje tenemos que saber adónde vamos y cómo vamos a llegar. Atrapados en estos condicionamientos, los aplicamos a la vida espiritual: ¿Cuál es la meta que intentamos alcanzar, y cuáles son las prácticas que nos van a llevar a ella? Sin embargo, el verdadero viaje del alma no es fruto de nuestra propia elección, ni tampoco nosotros podemos encontrar nuestro camino. Respondemos a una llamada que nos va a llevar más allá de lo conocido, hasta lo desconocido, más allá del mundo de las formas, hasta el mundo sin formas.

El viaje espiritual es la empresa más difícil que existe. Es una crucifixión voluntaria en la que muere nuestro ego. Si por nosotros fuera, nunca le daríamos la espalda al mundo con sus muchas atracciones e ilusiones, y no emprenderíamos esta búsqueda dolorosa y solitaria. Es sólo porque Él nos llama, porque Él atrae nuestra atención con su amor, que seguimos el camino que no tiene retorno. Como un imán, nos atrae hacia Él con el amor, porque, dicho en las palabras del poeta sufí Nizâmî: "Si el imán no fuera tierno, ¿cómo podría atraer al hierro con tanto anhelo?"


EL CONOCIMIENTO DE LA UNIÓN

Su amor es de una naturaleza irresistible, ya que es completo. Cualquier amor humano es incompleto, jamás safisface totalmente. Sin embargo, Su amor lleva en sí la melodía de la unión, la unidad total del alma enamorada y del Amado. Esto es lo que sabíamos antes de ser separados, antes de ser enviados como exiliados a este mundo. En el centro más íntimo del ser humano, existe un lugar en el que seguimos siendo uno con Dios. Los sufíes llaman a este lugar el corazón de los corazones. Es el Hogar del Yo, de nuestra conciencia divina. El Yo es la parte de nosotros que jamás se separa de Dios. Llevamos en nosotros este estado de unidad y, sin embargo, lo hemos olvidado. Su amor nos despierta a Su presencia eterna.

Aquel a quien anhelamos está muy cerca de nosotros y, sin embargo, no podemos verLe. Él está "más cerca de ti que tu mismísima vena yugular" y, sin embargo, no podemos tocarLo. En palabras de Rûmî: "Tú custodias el tesoro de la Luz de Dios — vé pues, ¡vuelve a la raíz de la raíz de tu propio yo!". El viaje más largo y doloroso es aquél que realizamos de regreso a nosotros mismos. El anhelo de Dios es nuestro guía. El impulso de Su amor nos guía a través de la oscuridad del estado de separación. El anhelo hace que nuestra atención permanezca centrada en el corazón, y mantiene vivo el recuerdo de nuestra naturaleza real.

Cuanto mayor sea el anhelo, mayor es la atracción del Amado. Por eso los sufíes rezan: "¡Concédeme el dolor del amor, el dolor del amor por Ti! ¡Y yo pagaré el precio, cualquier precio que Tú pidas!" El dolor del amor es saber que estamos separados de Aquel a quien amamos. No es un conocimiento mental, sino un conocimiento del alma, que sentimos en el corazón. El alma conoce la verdad del amor: que pertenecemos al Amado. El alma ha probado el vino de la unión "ha bebido vino antes de que se creara la vid". Antes de venir a este mundo, estamos con Dios.

La conciencia del estado de unión evoca el dolor causado por la separación. Sólo porque recordamos que somos uno con Dios, experimentamos este estado de separación. Sin embargo, de forma diferente a como recuerda la mente, este recuerdo del corazón no pertenece a la dimensión del tiempo. Lo que recordamos es el momento eterno del alma, en el que estamos siempre unidos a Dios. El recuerdo del corazón es una conciencia de un nivel de realidad diferente, en el que no existen ni la dualidad ni el tiempo. En las profundidades del corazón, el alma enamorada y el Amado están eternamente unidos y, en la conciencia cotidiana, siempre hay separación. La paradoja más dolorosa del amor, que consume a los amantes que sienten anhelo, es que estamos tanto unidos como separados.

Él nos despierta al momento eterno de la unión y a las agotadoras horas de separación. En este estado de separación el anhelo nos lleva hacia el interior del corazón. El anhelo es ambas cosas, la llamada y el sendero que seguimos. Su sello es el suspiro del alma. Cuando nos entregamos a este dolor primario, caminamos Sus pasos hacia Él:

Por su propio esfuerzo, nadie puede encontrar el camino que conduce hacia
Él.
Quienquiera que camine hacia Él, camina con Su pie.
Hasta que el haz de luz de Su amor no brille para guiar el alma,
Ésta no se pondrá en camino, para llegar a contemplar el amor que irradia
Su faz.
Mi corazón no sentía la menor atracción hacia Él,
Hasta que una atracción llegó de Él y actuó sobre mi corazón.
Desde que comprendí que Él me anhela, el anhelo de Él no se aparta de mí
ni por un instante.


EL ILIMITADO OCÉANO DEL ANHELO

El anhelo puede adoptar diferentes formas. A algunos se les presenta como un dolor físico en el corazón. Para otros, es un dolor sordo, escondido bajo la superficie de sus vidas, un dolor oculto, una tristeza inexplicable. Dependiendo de la intensidad, puede causar una desesperación abrumante o una insatisfacción persistente. Puede aparecer inesperadamente, irrumpiendo en la conciencia con el dolor que evoca un amor perdido, y después diluirse, dejando una dulzura inexplicable, o el agotamiento de una pasión terminada. Sin embargo, dentro de nosotros, en lo más profundo de nuestro ser, este dolor siempre está presente, ya que es el recuerdo del alma del estado de unión con Dios. En palabras de Meister Eckhart: "Dios es el suspiro del alma".

Algunas veces podemos aceptar este anhelo y acogerlo en nuestras vidas. Reconocemos cuán valioso es. Pero el anhelo del corazón también puede ser aterrador, haciendo que nos apresuremos a escondernos y sumergirnos en las distracciones del mundo exterior. No podemos soportar o controlar esta tristeza. Tampoco podemos entender racionalmente su sentido, ya que nos conduce a un viaje más allá de cualquier horizonte conocido. El anhelo es un ilimitado océano de amor. No tiene fin, porque el amor no tiene fin. Dhû-l-Nûn cuenta la historia de una mujer, a quien encuentra a orillas del mar, que le reveló los misterios del sendero. Él le preguntó: "¿Dónde termina el amor?" Ella respondió: "Oh, bobo, el amor no tiene fin". Él preguntó: "¿Por qué?" Ella replicó: "Porque el Amado no tiene fin".

El anhelo no tiene fin porque el amor no tiene fin. El amor y el anhelo no pertenecen a la dimensión del tiempo o del espacio, sino a la infinita dimensión del Yo. El enfrentarse a un océano infinito de dolor es terrible. No es un océano que podamos atravesar, porque, en palabras de Rûmî, éste es el "mar sin orillas, en el que al nadar siempre terminamos ahogándonos". Sólo si muere el ego podemos fundirnos con el océano infinito del Yo. ¿Cuántas veces, al vernos confrontados con el silencioso ultimátum del corazón, huimos de la orilla del mar y volvemos a las complejidades de la mente y a las múltiples ilusiones del mundo exterior?

"Le huí, noche a noche y día a día.
Le huí año tras año;
Le huí por los caminos del laberinto de mi propia mente; y en las lágrimas
Me escondí de Él, y en las risas ininterrumpidas ...".


Una vez despierto el anhelo dentro del corazón, no existe escapatoria. Por muy lejos que vayamos, siempre nos perseguirá, como un amor al que hemos traicionado. Por muchos que sean nuestros aparentes logros, la vida seguirá teniendo una nota agria de profunda desilusión. El poeta que Le rehuye, oye Sus pasos que le siguen, y oye Su voz diciendo: "Todas las cosas te traicionan, a ti que Me traicionaste".

El anhelo es el dolor profundo que consume el ego. El anhelo es íntimo, ilimitado, tortuoso y terrible. Es el dolor que subyace a cada pena del corazón, a cada sentimiento de pérdida. Si nos sentimos rechazados o abadonados por uno de nuestros padres, por un amigo o amor humano, en el núcleo de este sentimiento se encuentra el dolor primario que nos causa el estar separados de Dios. Aquél al que estábamos unidos nos traicionó y nos expulsó del paraíso. Partiendo de un estado de unión, fuimos enviados como exiliados a este mundo de separación. La crucifixión de la humanidad es ser ambas cosas: humanos y divinos. El alma, que ha experimentado el estado de unión, queda presa en el mundo de la dualidad. La frase de Cristo en la cruz, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", resuena con un eco profundo en el corazón de cada uno de nosotros. Aceptar el dolor del anhelo es hacer consciente el dolor más profundo de la humanidad.

Nada es más doloroso que sentir conscientemente, dentro de nuestro propio corazón, que estamos separados de Dios. A nivel del alma toda la humanidad conoce este sentimiento de separación, que, sin embargo, queda oculto para la conciencia. Sólo cuando comprendemos que Su amor nos sostiene, podemos soportar la verdadera intensidad de esta experiencia. En el momento de tauba, cuando Él otorga a nuestro corazón una experiencia fugaz de unidad, el conocimiento de Su amor por nosotros se imprime en el corazón. Este sello queda impreso, y nos permite experimentar conscientemente la intensidad de la separación. De este modo, la experiencia fugaz de unión despierta en nosotros el dolor de la separación y, al mismo tiempo, nos capacita para soportarlo.

No es lo mismo el conocimiento impreso en el corazón que el conocimiento mental. El conocimiento del corazón es más certero y también más esquivo. Más certero, porque no es relativo, sino que pertenece al mundo absoluto del Yo. Más esquivo, porque es mucho más sutil y más difícil de captar que los pensamientos de la mente. Al caminar por del sendero, percibimos con más claridad la sabiduría del corazón y podemos distinguir Su voz de las voces de la mente y del ego, si bien esta certeza divina está presente desde el mismísimo principio. El corazón se siente seguro, porque sabe que el círculo de amor lo protege.


(Continues...)

Excerpted from Sufismo by Llewellyn Vaughan-Lee. Copyright © 2015 The Golden Sufi Center. Excerpted by permission of The Golden Sufi Center.
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Table of Contents

Contents

Introducción,
1. El anhelo del corazón,
2. Prácticas sufíes: El dhikr y la meditación,
3. Pulir el espejo del corazón,
4. Trabajo con sueños,
5. La relación con el Maestro,
6. Unir los dos mundos,
7. Morar en Dios,
Apéndice,
Notas,
Bibliografía,
Agradecimientos,

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