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Condesa de Merlin

Product Details

ISBN-13: 9788490070048
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia-Viajes , #370
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 136
File size: 3 MB
Language: Spanish

About the Author

María de las Mercedes de Santa Cruz y Montalvo, condesa de Merlin (1789-1852). Cuba. Nació en una familia de la aristocracia habanera el 5 de febrero de 1789. Hija de Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas y María Teresa Montalvo y O'Farril, condes de Jaruco y Mompox. La condesa de Merlin ingresó en el Convento de Santa Clara en La Habana a los ocho años y harta de la vida religiosa intentó fugarse, ayudada por la madre Santa Inés, inspiradora de su libro, Historia de Sor Inés (1832). Tras su intento de huida la familia se fue a Madrid. Allí murió su padre y, tras la invasión francesa, la familia se refugió en la casa del general Gonzalo O'Farril, quien mantenía muy buenas relaciones con José Bonaparte. En ese ambiente conoció a Goya, Quintana y Meléndez Valdés y al conde de Merlin, con quien se casó a los veinte años. Con la derrota de los franceses el matrimonio marchó a París. Figuras políticas y artistas frecuentaron su salón; entre ellos, la princesa de Caraman, Lord Palmerson, el general Lafayette, el conde de Orsay, Victor Hugo, Honoré de Balzac, Alfred de Musset, Alphonse de Lamartine, Franz Liszt, Gioachino Rossini, George Sand, José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco y Domingo del Monte. La condesa de Merlin viajó por Alemania, Suiza, Inglaterra e Italia. Enviudó en 1839 y en 1840 regresó a Cuba, y escribió Viaje a La Habana (1844). Por entonces fue acusada de plagiar a Cirilo Villaverde, José Antonio Saco, y Ramón de Palma. Félix Tanco y Bosmeniel fue unos de sus principales detractores; con su Refutación al folleto intitulado Viage a la Habana, publicado en 1844. En el bando opuesto, estuvieron Gertrudis Gómez de Avellaneda y Gabriel de la Concepción Valdés, quien le dedicó una oda sentimental a su partida de La Habana en 1840. Tras Mis primeros doce años, publicó Historia de Sor Inés (1832), Souvenirs et Mémoires (1836), Los pasatiempos de las mujeres del mundo (1838), Madame Malinbran, Los esclavos en las colonias españolas (1841), Viaje a La Habana (1844), Lola y María y Las leonas de París (1845) y Le Duc d'Athènes (1852). La condesa de Merlín, murió el 31 de marzo de 1852, en el Castillo de Dissay, a las afueras de Poitiers, en Francia.

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Viaje a La Habana


By Mercedes Santa Cruz y Montalvo

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9007-004-8



CHAPTER 1

CARTA I. EL ESPECTÁCULO DEL MAR. LA PROXIMIDAD A LA PATRIA. LAS VELAS Y EL VAPOR. MATANZAS, PUERTO ESCONDIDO, SANTA CRUZ. JARUCO. LA FUERZA VIEJA. EL MORRO


DÍA 5 DE ... A LAS CUATRO DE LA TARDE

¡Estoy encantada!, ¡desde esta mañana respiro el aire tibio y amoroso de los Trópicos, este aire de vida y de entusiasmo, lleno de inexplicables deleites! ¡El Sol, las estrellas, la bóveda etérea, todo me parece más grande, más diáfano, más espléndido! ¡Las nubes no se mantienen en las alturas del cielo, sino se pasean en el aire, cerca de nuestras cabezas, con todos los colores del iris; y la atmósfera está tan clara, tan brillante, que parece sembrada de un polvo menudísimo de oro! ¡Mi vista no alcanza a abarcarlo, a gozarlo todo; mi seno no es bastante para contener mi corazón! ¡Lloro como un niño, y estoy loca de alegría! ¡Qué dulce es, hija mía, poder asociar a los recuerdos de una infancia dichosa, a la imagen de todo lo que hemos amado en aquellos tiempos de confianza y de abandono, a esta multitud de emociones deliciosas, el espectáculo de una naturaleza rica y deslumbradora! ¡Qué tesoro de poesía y de tiernos sentimientos no deben despertar en el corazón del hombre estas divinas armonías ...!

Durante la noche hemos doblado los bancos de Bahamas, y desde esta mañana navegamos blandamente en el golfo de México. Todo ha tomado un aspecto nuevo. El mar no es ya un elemento terrible que en sus soberbios furores trueca su manto azul por túnicas de duelo, y su zumbido melancólico por rugidos feroces; no es ya ese pérfido elemento que crece en un instante, y que como un gigante formidable aprieta, despedaza y sepulta en sus entrañas al débil mortal, que se confía a su dominio. Hermoso, sereno, resplandeciente, con una lluvia de diamantes, y agitándose con suaves ondulaciones, nos mece con gracia, y nos acaricia con placer. No, no es el mar, es otro cielo que se complace en reflejar las bellezas del cielo. Cien grupos de delfines de mil colores se apiñan alrededor de nosotros y nos escoltan, mientras que otros peces de alas de plata y cuerpo de nácar vienen a caer por millares sobre el puente del barco ... diríase que conocen los deberes de la hospitalidad, y que vienen a festejar nuestra venida.


DÍA 6 A LAS OCHO DE LA TARDE, A LA VISTA DE CUBA

Hace algunas horas que permanezco inmóvil, respirando a más no poder el aire embalsamado que llega de aquella tierra bendecida de Dios ... ¡Salud, isla la encantadora y virginal! ¡Salud, hermosa patria mía! En los latidos de mi corazón, en el temblor de mis entrañas, conozco que ni la distancia, ni los años han podido entibiar mi primer amor. Te amo, y no podría decirte por qué; te amo sin preguntar la causa, como la madre ama a su hijo, y el hijo ama a su madre; te amo sin darme, y sin querer darme cuenta de ello, por el temor de disminuir mi dicha. Cuando respiro este soplo perfumado que tú envías, y lo siento resbalar dulcemente por mi cabeza, me estremezco hasta la médula de los huesos, y creo sentir la tierna impresión del beso maternal.

¡Con qué religioso reconocimiento contemplo esa vegetación vigorosa que extiende por todas partes su magnificencia, los contornos ondulosos de esas costas y los movimientos del terreno, cuyas redondeadas líneas parecen haber servido de modelo a los más bellos paisajes imaginados por los poetas! Más allá, sobre colinas ligeramente inclinadas, distingo inmensos bosques virginales que ostentan a los rayos del Sol sus eternas bellezas, esas bellezas siempre verdes y siempre floridas que reinan sobre la tierra y quebrantan los huracanes; y cuando veo esas palmeras seculares que encorvan sus orgullosos penachos hasta los bordes mismos del mar, creo ver las sombras de aquellos grandes guerreros, de aquellos hombres de voluntad y energía, compañeros de Colón y de Velazquez, creo verlos orgullosos de su más bello descubrimiento inclinarse de gratitud ante el Océano, y darle gracias por tan magnífico presente.


DÍA 7 AL AMANECER

He pasado una parte de la noche sobre el puente, en mi hamaca, bañada por los rayos de la Luna, y resguardada por la bóveda estrellada del firmamento. Las velas estaban desplegadas: una brisa ligera y caliente rozaba apenas la superficie del mar, del mar resplandeciente, temblante, sembrado de estrellas. El buque se deslizaba suavemente, y el agua, dividida por la quilla, murmuraba y se deshacía en blanquísima espuma, dejando tras de nosotros largos rastros de luz. Todo era resplandor y riqueza en la naturaleza; y cuando yo, hombre débil y mortal, con los ojos fijos en la bóveda del cielo, distinguía las oscilaciones de las velas y de las cuerdas que se balanceaban amorosamente en los aires, cuando veía las estrellas arrojando raudales de luz agitarse e inclinarse muellemente ante mí, me sentía arrebatada de un éxtasis embriagador y divino. Las lágrimas humedecían mis párpados; mi alma se elevaba a Dios, y todo cuanto hay de bueno y de bello en la naturaleza moral del hombre aparecía a mis ojos como un objeto infinito de mi ambición. Me parecía que sin esta belleza interior no era yo digna de contemplar tanta magnificencia. Un ardiente deseo de perfección se apoderaba de mí, se mezclaba al sentimiento de mi miseria, e inclinando mi frente en el polvo, ofrecía a Dios mi buena voluntad como el modesto holocausto de una criatura débil y limitada.

He oído yo hablar de una sustancia maravillosa que los químicos llaman, según creo, peróxido de ázoe: he oído hablar de la vida facticia que produce, y que puede reasumir en un momento de alucinación todas las alegrías de la existencia humana. Pues bien, yo creo que esta sustancia no ha producido jamás un encanto semejante al de esta hermosa noche pasada a la faz del cielo en el mar de los Trópicos.


DÍA 7 A LAS OCHO DE LA MAÑANA

Algunas horas más, y estamos en Cuba. Entre tanto permanezco siempre aquí, inmóvil, respirando el aire natal, y en un estado casi comparable al del amor dichoso.

Ya conoces mi repugnancia hacia los barcos de vapor, repugnancia que se aumenta con la idea de la poesía de las velas. La experiencia ha confirmado mi aversión a los unos y mi preferencia hacia los otros. Es incontestable que el movimiento de un barco de vela es más suave y más regular que el de un barco de vapor. Este último, ademas del balance y del cabeceo, es combatido sin cesar por el estremecimiento que causa el movimiento de las ruedas, sin contar la violenta y dura sacudida que prueba cuando hiende con esfuerzo las olas agitadas. No hablo del desaseo, de la incomodidad, y de otras desventajas inseparables del empleo del vapor. Los sentimientos de las mujeres no son justiciables de los economistas; por muy admirable que se muestre la inteligencia del hombre poniendo a contribución los elementos para aprovecharse del resultado de su hidra, a mí me parece más grande el hombre solo batallando con los elementos. Amo yo más este combate, este peligro, esta incertidumbre del porvenir, con sus agitaciones, sus sorpresas y su alegría: una travesía a la vela es un poema lleno de bellezas y de peripecias imprevistas en que el hombre aparece en toda la grandeza de su ciencia y de su voluntad, ennobleciéndole el peligro por la audacia calculada con que lo arrostra. A los caprichos o al furor del mal opone él su fuerza y su prudencia, su vigilancia continua y su paciencia maravillosa, y siempre en lucha con los innumerables accidentes de los elementos, sabe igualmente sacar partido de ellos y dominarlos.

El hombre ha encontrado el medio de aprisionar el fuego, y de calcular sus efectos. Pero los vientos son inciertos, su fuerza desconocida, su cólera imprevista, y esta misma incertidumbre es la que constituye toda la poesía de los barcos de vela. Es la vida humana con sus incertidumbres, sus esperanzas, sus falsas alegrías; y cuando llega la dicha, cuando el buen viento sopla por la popa, ¡oh! entonces cómo se le recibe, cómo se le saluda, cómo se le festeja, cómo se embriaga la tripulación entera con su soplo de vida y de esperanza!

Te encantarías si vieses desde la orilla la gracia y la elegancia de nuestro barco, engalanado con todos los atavíos, desplegadas las velas, perfectamente atado el cordaje; se desliza precipitado y gozoso sobre un mar azul, como una joven que va a un baile. Un vapor anda más; se sabe de antemano el día de su llegada, hasta se tiene el derecho, como en los acarreos de tierra, de imponerle una multa si no llega a la hora fijada. También sé que hay quien le encuentre muchas bellezas, que los aficionados se extasían con la perspectiva que ofrece la columna de humo disipándose en el aire. En cuanto a mí, el humo no me agrada más que en las fábricas porque no voy a ellas, y como jamás llevo tanta prisa en mis viajes que tenga que preferir un carruaje de vapor a un buen coche que anda menos y como yo quiero; como, en una palabra, prefiero mi salón a mi cocina, dejaré el barco de vapor a los mercaderes y a las mercancías, y viajaré siempre a la vela.


AL MEDIODÍA

Estoy sentada en mi taburete. El Sol vibra sus rayos sobre mi cabeza, y te escribo sobre mis rodillas ... Soy dichosa, y quiero hacerte participar de mi dicha.

Vamos avanzando con la costa querida siempre delante de nuestros ojos. Una multitud de barcos de pescadores se deslizan por todos lados; se alejan, y se vuelven a la playa. La brisa de mar que se ha levantado hace dos horas llena las velas de los barcos que se encaminan hacia la entrada del puerto. Los unos nos adelantan y los perdemos de vista; los otros nos siguen o nos disputan el paso, y animados todos en su movimiento, y alumbrados magníficamente por un hermoso cielo, se dibujan en el aire, y se reflejan en la superficie de este mar tan sereno y tan azul, mientras las olas, divididas en todas direcciones por una multitud de quillas, se elevan orgullosamente para caer luego con una especie de voluptuosidad en penachos de espuma, arrastrando en pos de sí millares de peces de mil colores cambiantes que se deslizan, saltan y juegan en el agua. Ya distinguimos el Pan de Matanzas; la más elevada de nuestras montañas. En la cumbre está la ciudad de este nombre, habitada por dos mil almas, y rodeada de ingenios de azúcar. A alguna distancia, y más cercana a la costa, descubro la aldea de Puerto Escondido. Al ver las cabañas de formas cónicas, cubiertas hasta el suelo de hojas de palmera; al ver los arzales entretejidos de plátanos, que con sus largas hojas protegen las casas contra los ardores del Sol; al ver las piraguas amarradas a la orilla, y al contemplar la quietud silenciosa del mediodía, parece que estas playas son todavía habitadas por los indios.

Henos aquí enfrente de la ciudad de Santa Cruz, que recibió su nombre de mis antepasados, y que se adelanta graciosamente hacia la orilla. Su puerto sirve de abrigo a los pescadores y de mercado a los frutos de las poblaciones vecinas. Todas estas pequeñas ciudades situadas a la orilla del mar no tienen privilegio de exportación sino para La Habana, depósito general de la isla, que las derrama enseguida por todas las regiones del globo.

— ¿Qué ciudad es aquella tan bonita, tan pintoresca, con un puerto tan resguardado de los huracanes?

— Es la ciudad Júcaro, a la cual va unido el título primitivo de mi familia. Mi hermano es justicia mayor de la ciudad, y lo que es más, es su bienhechor. Vamos avanzando rápidamente, y ya se queda detrás de nosotros el castillo de la Fuerza, con sus dos bastiones desmantelados y sus dos soldados de guarnición. En tiempo de Felipe II se trató por primera vez de levantar fortificaciones en sus nuevos estados de Ultramar; pero el consejo real decidió que no había necesidad: tan grande era entonces en los españoles el convencimiento de su propia fuerza. Sin embargo, los piratas de todas las naciones no tardaron en desolar las costas de la Española y de Cuba. En 1538 esta última isla fue saqueada, incendiada, y destruida por una tropa de filibusteros, y sus habitantes tuvieron que refugiarse en los bosques con sus familias. El adelantado, don Fernando de Soto, cuya autoridad soberana era la isla, mandó que se volviese a levantar la ciudad, e hizo construir el castillo de la Fuerza, que no se acabó hasta 1544. Hasta esta época no se permitió a los buques y a las escuadras de los españoles entrar en el puerto.

En este mismo año una porción de buques de guerra, mandados por Roberto Bate, atacaron otra vez la ciudad, que fue valerosamente defendida por el comandante del puerto y por los habitantes. El consejo real mandó que no se perdonase gasto para fortificarla. Entonces fue cuando se levantó el castillo de El Morro con sus formidables bastiones, y el puerto de La Habana, que era ya el más hermoso y el más seguro de América, se hizo también el más fuerte de toda ella. La antigua fortaleza de la Fuerza fue casi abandonada; sin embargo, teniendo en consideración su antiguo servicio y su situación al Norte, se le conservó en la honrosa calidad de obra avanzada, se le dejaron sus dos soldados de guarnición y su antiguo nombre de Fuerza, añadiéndole solamente el adjetivo Vieja. Ya volveremos a tratar de todo esto, querida hija mía. Estoy ya enfrente del puerto, y mi emoción es tan grande, que apenas puedo contenerla. Aquí está El Morrillo, cuyos contornos se dibujan en la masa rojiza de la luz con su campana y su ligera cúpula chinesca. Alrededor de ella flotan a merced del viento y en diferentes direcciones mil banderolas de variados colores que anuncian la nación y el calibre de los barcos que están en el puerto.

CHAPTER 2

CARTA II. LA CÁRCEL DE TACÓN. LA HABANA. ASPECTO DE LA CIUDAD. SANTA CLARA. MOVIMIENTO Y FISONOMÍA DEL PUERTO. LAS CALLES Y LAS CASAS


EL 7 A MEDIODÍA

Delante de mí, hacia el lado de Occidente, el Morro, edificado junto a una roca, se levanta atrevidamente, y se destaca por cima del mar ... ¿Pero qué ha sido de esa enorme masa que parecía amenazar al cielo? ¿De esa roca colosal que me figuraba en mi imaginación tan alta como el Atlas? ¡Ah! me había engañado, no tiene las mismas proporciones; en lugar de aquella pesada y colosal fortaleza, la torre del Morro me parece solamente atrevida, delicada, armoniosa en sus contornos, una esbelta columna dórica asentada sobre una roca. Todos los sentimientos del hombre se modifican con el tiempo. El castillo del Morro está blanqueado, y su brillo contrasta con la negrura de la roca y con la cintura sombría que forman alrededor de él los doce apóstoles que lo circundan. Ahora nos dirigimos hacia la izquierda; el viento viene de popa; algunas brazas aún y tocamos al puerto. Antes de entrar en él, sobre la orilla derecha, al lado del Norte, se divisa un pueblo cuyas casas, pintadas de colores vivos, se mezclan y confunden a la vista con los prados floridos, donde parecen sembradas. Parecen un ramillete de flores silvestres en medio de un parterre. Estos son los arrabales de la Luz y de Jesús y María, compuestos antiguamente de bojíos, y transformados ahora en quintas elegantes. Como un pensamiento de muerte en un día de felicidad, se eleva un colosal fantasma en medio de bonitas habitaciones, a las cuales parece rodear con un blanco lienzo ... En estos espesos muros, cuyas agudas y mortíferas puntas se descubren a lo lejos sobre cada uno de los pisos, reconozco la cárcel de Tacón. A algunos pasos de distancia, y rodeado de gigantescos cipreses, se distingue un cementerio, el cual no existía en mi infancia. Yo reconozco ese lugar fúnebre con la cruz negra que, como una morada de misericordia, se extiende sobre los sepulcros. En otro tiempo se encerraba bajo las losas de las iglesias la ceniza de los muertos, y en vano pedía un reposo solitario bajo la bóveda de los cielos. Más allá, no lejos de la playa, en medio de un arenal ardiente, a la orilla del mar, está la casa de beneficencia. Pero he aquí, hija mía, que la ciudad empieza ya a confundirse con los barrios. ¡Hela aquí! Ella es, ella, con sus balcones, sus tiendas y sus azoteas, con sus preciosas casas bajas de la clase media, casas de grandes puertas cocheras, de inmensas ventanas enrejadas; las puertas y las ventanas, todo está aquí abierto; se puede penetrar con una mirada hasta en las intimidades de la vida doméstica, desde el patio regado y cubierto de flores hasta el aposento de la niña, cuyo lecho está cubierto de cortinas de linón con lazos de color de rosa. Más allá están las casas aristocráticas de un piso, rodeadas de galerías que se anuncian a lo lejos por sus largas filas de persianas verdes. Ya distingo el balcón de la casa de mi padre, que se prolonga frente por frente del castillo de la Punta. A un lado hay un balcón más pequeño ... Allí era donde, siendo yo niña, contemplaba el cielo estrellado y resplandeciente de los Trópicos. ¡Allí donde, al ruido sordo y regular de las olas que se deshacían en espuma sobre la playa, exhalaba mi alma sus primeros perfumes, y se perdía en religiosas contemplaciones! ¡Allí donde inquieta, turbada, enternecida, con los ojos fijos en la inmensa extensión de la mar azul y centelleante, adivinaba yo en los candorosos ímpetus de mi corazón que había una cosa tan vasta como el mar, tan movible, tan grande, tan poderosa! ¡Sentía yo ya moverse fuera de mí misma este mundo inferior en donde bullían a lo lejos todas las alegrías y todos los dolores humanos; pero cuyos primeros rumores llegaban a mí acompañados de tan puros deleites y de tan deliciosas armonías! ... ¡He aquí los campanarios de la ciudad elevándose en los aires! ¡Entre ellos reconozco el de Santa Clara, y me figuro distinguir encima de él la imagen de Santa Inés, sosteniéndose allí como una nube ligera, con su rostro pálido y sus grandes ojos negros! ¡Allí está el antiguo espectro de Dominga la mulata expiándome al través de los claustros con su linterna sorda! Las ilusiones y las realidades se confunden en mi turbado cerebro, y hacen latir mi corazón como si quisiera salirse del pecho.


(Continues...)

Excerpted from Viaje a La Habana by Mercedes Santa Cruz y Montalvo. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
CARTA I. EL ESPECTÁCULO DEL MAR. LA PROXIMIDAD A LA PATRIA. LAS VELAS Y EL VAPOR. MATANZAS, PUERTO ESCONDIDO, SANTA CRUZ. JARUCO. LA FUERZA VIEJA. EL MORRO, 15,
CARTA II. LA CÁRCEL DE TACÓN. LA HABANA. ASPECTO DE LA CIUDAD. SANTA CLARA. MOVIMIENTO Y FISONOMÍA DEL PUERTO. LAS CALLES Y LAS CASAS, 21,
CARTA III. INTERIOR DE LA FAMILIA. LUJO EN LA MESA. COMIDA DE LOS CRIOLLOS. MI TÍO EL CONDE DE MONTALVO. UNA FIESTA EN EL CAMPO. LAS MUJERES Y LOS REGALOS. LOS CAMINOS. EL SOL DE LOS TRONCOS. LA NOCHE EN LA HABANA. EL DERECHO DE ASILO. LOS ASESINATOS. JOSÉ MARÍA Y PEDRO PABLO. LOS YERROS Y LOS BANDIDOS. LAS CALLES POR LA NOCHE. PASEO DE TACÓN, 27,
CARTA IV. UNA ILUSIÓN. MELOMANÍA DE LOS NEGROS. APTITUD DE LOS HABANEROS PARA LAS ARTES. LOS DOS TEATROS, 40,
CARTA V. DE LA SOCIEDAD HABANERA. COMERCIANTES Y PROPIETARIOS. LA USURA. LOS MONUMENTOS DE HISTORIA. EL TEMPLETE. LA CIUDAD VIEJA Y LA NUEVA. LA RADA. FIESTA DE UNA GUARNICIÓN. CARÁCTER HABANERO, 42,
CARTA VI. LOS GUAJIROS, 46,
CARTA VII. LA VIDA EN LA HABANA. ESCENA NOCTURNA. LA MUERTE. EL LUJO DE LOS ENTIERROS. LOS NEGROS DE DUELO. EL CEMENTERIO. EL OBISPO ESPADA. LA MISA. LA CATEDRAL. ENSAYO DE ARQUITECTURA INDÍGENA. LA VIRGEN. SEPULCRO DE CRISTÓBAL COLÓN. SANTA HELENA Y CUBA, 60,
CARTA VIII. LAS DOS VELADAS. MI PARIENTE EL OBSERVADOR. EL VELORIO. EL ZACATECA. LOS CALZONES DEL MUERTO. DON SATURIO. VELAR EL MONDONGO. EL LECHÓN. EL MATADOR. EL ZAPATEADO. COSTUMBRES DEL PUEBLO, Y COSTUMBRES RÚSTICAS. EL DESAYUNO EN LA FINCA,
70,
CARTA IX. COSTUMBRES ÍNTIMAS. LAS PASCUAS, 80,
CARTA X. UN DÍA EN LA HABANA. MEDIODÍA. LA UNA. LAS SEIS. LA NOCHE. LOS QUITRINES Y LAS VOLANTAS, 113,
LIBROS A LA CARTA, 121,

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